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República Cinéfila | Parásitos

Sin lugar a dudas esta es una de las mejores películas contemporáneas con el logrado equilibrio entre la crítica social incisiva y el entretenimiento vigoroso que es un rasgo medular del cine del competente director asiático Bong Joon-ho desde que se puso detrás de una cámara, ya licenciado en Sociología. Habitual de los cineclubs, donde entró en contacto con las películas de cineastas como Kim Ki-young y Luis Buñuel que tanto adora e invoca en su séptimo largometraje oficial, siempre ha destacado por su facilidad para integrar ambas dimensiones en esos castillos de naipes multigénero que domina junto a sus compatriotas. Después de dos producciones desterritorializadas en inglés con los filmes “El Expreso del Miedo” (2013) y “Okja” (2017) su regreso a casa se ha saldado con el premio a la primera Palma de Oro de la historia del cine coreano y una nueva cumbre de excelencia dentro de una filmografía que nunca ha bajado del notable.
 
En la sinopsis de “Parásitos” es la historia de dos familias de dos mundos totalmente diferentes. Una llena de lujos, otra de precariedad. Cuando Gi Taek comienza a dar clases particulares en la casa de Park, los miembros de ambas estirpes comenzarán a tener una cercana e imprevisible relación. En esta cinta Bong Joon-ho vuelve a contar con Song Kang-ho, el mejor actor coreano del siglo XXI, para encabezar un reparto coral donde cada intérprete ejecuta su papel con precisión genuina. Es el patriarca de una familia pobre de Seúl, acostumbrada a malvivir en un piso bajo a base de microtrabajos temporales y precarios. Su suerte cambia cuando el hijo sustituye a un amigo como profesor particular de inglés de la hija de una familia rica. Empieza ahí un sibilino proceso de infiltración y conquista por el que, mediante un juego de máscaras basadas en roles sociales, los distintos miembros familiares irán asumiendo posiciones de servicio dentro de la mansión hasta hacerse cada vez más imprescindibles para unos dueños incapaces de realizar el más mínimo trabajo doméstico. Sin ser abiertamente fantasiosa “Parásitos” nos envuelve primero en un sótano que parece vivir en las calles de cualquier película de ciencia ficción.
 
En él habita una familia de clase trabajadora que Joon-Ho Bong esquematiza en pos de su narración en donde queremos llegar tan lejos como sea posible, porque son personajes descarados, cínicos, casi enraizados en lo que ese sótano les da y representa, la posibilidad entre otras de vivir con el mínimo esfuerzo. Parásitos de todo lo que hay arriba de ellos. Joon-ho Bong tampoco busca un retrato realista de la alta sociedad contemporánea y es por ello que aplica a esta otra mitad de su película la misma inyección. Su familia acomodada se muestra chabacana, pretenciosa y autoengañada, feliz de que para entrar a sus terrenos se tenga que subir escalones siempre, todo el tiempo, ellos incluidos. Ese autoengaño les dice que merecen lo que tienen, tener trabajos de esfuerzos virtuales para “ganarse” una vida de espacios y lujos. Son los parásitos de un sistema que nos hace creer que eso es vida y que ellos son quienes sostienen al sistema. Ambos mienten, sin que la voz se escuche claramente aunque la idea se detecte con espasmos de incomodidad aunque todo inicie como un timo aparentemente inofensivo, organizado por una familia nuclear muy unida de los Kim que solo desea tener algo de lo que tiene otra familia nuclear también muy unida, pero con mucho dinero de los Park. Su atractivo no está en la gravedad de su tema central, sino en su recorrido vertiginoso de géneros, tonos y referencias a otras películas, incluidas las del director. El guión de “Parásitos” sigue un trayecto de curvas cerradas, ascensos y bajadas súbitas no muy distinto al de los rieles de una montaña rusa. Y, a pesar de su subtexto, es una película que genera sorpresas y diversión.
 
Parásitos
 
Ese primer acto, donde “El Sirviente” (1963) de Losey y “Teorema” (1968) de Pier Paolo Pasolini se enredan con la endiablada agitación de un encadenado de set pieces de Alfred Hitchcock, pronto pega una serie de requiebros que llevan la historia por terrenos sorprendentes reafirmando su condición de alegoría social sin perder ni una pizca de inteligencia. Del tratado marxista sobre la alineación de clase disfrazado de relato picaresco se pasa a través de un travelling tenebroso al centro de un thriller doméstico sobre el engaño y la interpretación de roles sociales como construcción de la realidad. El autor de “Memories of Murder” orquesta la extrañeza, el humor negro y, básicamente, la posibilidad de que pueda ocurrir cualquier cosa –pocas películas pegadas a la realidad lo logran a este nivel, el mismo de la inclasificable “Callejón Sin Salida” (1966), de Polanski– con mano maestra de demiurgo en su filme más deslumbrante. Se nota que Bong disfruta planificando al milímetro la perversa escalada de acontecimientos, componiendo cada plano con su director de foto Hong Kyung-pyo –en racha tras colaborar con Na Hong-jin (“El Extraño”) y Lee Chang-dong (“Burning”)– hasta que conoces todos los rincones y espacios de la casa de “Parásitos” mejor que los de la tuya propia.
 
Esa mansión modernista que simboliza libertad y prisión forma parte, como la fascinación de la familia rica con todo lo procedente de Estados Unidos, de la mirada de marcadores de clase –de la ropa y apariencia física a la entonación del idioma y la forma de trato– que aferran el contrato social. Y lo hacen con manos de estrangulador, ahogando pero sin cortar la respiración para seguir parasitando. El ascensor social va para abajo, pero el cine de Bong siempre sube. La sátira social y familiar, oculta en los pliegues de una película de género, es algo que Joon-ho ya había hecho, por ejemplo, en “The Host” (2006), aquella gran película de monstruos que tenía como fin último el rearmado de una familia disuelta en un contexto realmente salvaje. Pero el cambio de tono en “Parásitos” es evidente, de aquel retrato amable y cariñoso sobre los personajes el director pasa a un cinismo que bordea por momentos el miserabilismo y lo deja a centímetros de un Alejandro Gonzalez Iñárritu, como sucede por ejemplo con la secuencia de la inundación con un problema de la película es que resulta imposible tener empatía por algún personaje. Claro está, el surcoreano es un director con una mirada cinematográfica y eso, en algún momento, se impone.
 
Y Bong Joon-ho va aplicando giro tras giro, hasta retorcer la historia al límite de sus posibilidades con sus constantes vueltas de tuerca, pone en alerta al espectador, lo hacen mover dentro de la trama de esa casa, también lo incomoda y lo hace esperar el próximo evento que renueve la atención. Bong Joon-ho es un gran narrador y la variedad de recursos que pone en juego en esta historia son incontables, incluso aquellos que están para distraer y perdonarle algunas imprecisiones. Porque esta es una película de guión, pero con la virtud de que no se nota demasiado. Hacia el final en un epílogo absolutamente anticlimático, la película termina evitando la condescendencia y se vuelve un poco más compleja. Sin embargo, si por algo recordaremos a “Parasitos” será por todo lo que la antecede, por ese divertido rompecabezas que Bong Joon-ho va armando, incluso hasta quebrando el verosímil, y que una vez que encastra termina estallando en un festival gore. Y así nos quedamos (ad)mirando el árbol ante un bosque que, sí, no ofrece tantas novedades. Porque Joon-ho Bong posee una inquietante cualidad. Es capaz de narrar una historia que en su superficie tiene tintes de improbabilidad absoluta y dejar que de entre sus encuadres salga un suspiro que al llegar a nuestros oídos dice “esto sucede o sucederá muy pronto en lo que llamas mundo real”.
 
“Parásitos” es su fábula con esa cualidad que llega y por mucho a grados superlativos tras los tiros casi perfectos de “El Huésped”, “Madeo” (Corea del Sur, 2009), “El Expreso del Miedo” y en menor grado “Okja”. En el intercambio de espacios entre el sótano y la casa de la familia acomodada con la cámara se suben y bajan escaleras intermitentemente “Parásitos” establece un tejido visual que se complementa con el discurso sobre él ya que estas dos familias tan dispares habitan juntas un sistema de vida y emocional del que dentro de poco no podrán escapar. Dada la anécdota que se desarrolla una familia entrando a los terrenos de la otra con trucos anecdóticos de lucidez amplia y sentido del humor punzante nos dice que estos personajes son lo mismo y son también nosotros mismos. Pasamos de ver a dos tipos distintos de parásitos de entre los cuales -en un discurso menos ambicioso- habría que elegir uno, a sospechar que son parásitos idénticos con ropas diferentes. El tejido se complica y los parásitos se dejan ver. Joon-ho Bong aprieta más, los animaliza y retuerce su anécdota recuerden, estamos bordeando una fantasía post apocalíptica y desde ahí establece su exposición y crítica a las esclavitudes modernas, a la pirámide capitalista que hace de estos seres, tan miserables y tan cómodos en sus mundos el de arriba y el de abajo enfrentarse mientras ese sistema se refuerza y se reproduce a sí mismo (el sueño imposible de comprar la casa es quizá muestra de ello) y sin que ellos se den cuenta. ¿Quién depende de quién en esta “Metrópolis” (Alemania, 1927) marxista, recrudecida y posmoderna? ¿Es el sistema el verdadero parásito encima de todos nosotros que creemos que son los otros quienes nos chupan la sangre, ¿Quiénes dominan quiénes son dominados? Cuando el buen cine entretiene y reflexiona.
 
 
Mi 9.5 de calificación a una comedia negra sobre una familia de clase baja que engaña a una de clase alta y termina ocupando su mansión de diferentes formas, con actividades cercanas a la servidumbre o la generación de servicios con sirvienta, chofer, profesor de inglés, que son algunos de los intercambios posibles entre clases. “Parásitos” es una comedia picaresca que a medida que avanza va virando hacia la negrura más absoluta, y que en el camino va dejando entrever las distancias económicas que existen en una sociedad partida, de inicio, por el acceso a lo tecnológico. En su narración, centrada casi en el único espacio de esa gigantesca casa, hay mucho de vodevil, incluso en algunas resoluciones sumamente antojadizas.
 
Porque en el fondo, vuelve a la vieja disquisición entre el árbol y el bosque: el árbol es su perfección narrativa que nos envuelve y nos lleva de las narices; el bosque, una película de guión, una serie de giros inverosímiles y una representación social que recurre al trazo grueso. La película de Bong Joon-ho puede ser amada u odiada, y aporta tanto material para quien se quede con el árbol como para quien prefiera ver el bosque. Es un poco lo que eligen los ricachones de esta historia, incapaces de ver más allá y descubrir lo que está sucediendo a su alrededor. Muchas veces al borde del candor, eso sí. Indudablemente que esta película quiere asumirse como una sátira social, y al igual que el Joker (“Guasón”) ofrece elementos para la lectura sociológica fácil y un poco complaciente sobre los males del mundo. Hay detalles que están demasiado subrayados y hasta presentan ciertas aristas discutibles como el aroma de los representantes de la clase baja, pero otros más interesantes, relacionados con la propia geografía de la ciudad y cómo ello condiciona la existencia de cada sector social. En la ciudad que presenta “Parásitos” están los de abajo y los de arriba, en una distancia social y cultural que es marcada por lo material y por la ambición de dinero. Escalar esa distancia es lo que nuestros antihéroes pretenden. Sin embargo, y también como la película de Todd Phillips, esta cinta presenta una serie de variantes que permiten el disfrute más allá de sus símbolos y eso tiene que ver con la habilidad del director para construir un universo que nos encierra y nos seduce. Y nos deja, otra vez, mirando el árbol. Estamos ante una película cambiante, que se deja salpicar de improbabilidades como por ejemplo ese sótano. Pero también estamos ante un autor de verdad porque sus otras preocupaciones están y se dejan sentir, por ejemplo, en la criminal lluvia de sus momentos climáticos y por lo tanto se degusta una habilidad deslumbrante en el cambio de tonos de la comedia ácida al drama social, de la fantasía urbana al patetismo familiar para desembocar en un caos controlado en el que de algo podemos estar seguros: nadie escapa del sistema. ¿Porque nos preguntamos con esta cinta quién es el parásito de quién? Muy merecida su nominación al codiciado premio Oscar 2020 por Mejor Película Extranjera que seguramente ganará con esta gran produccion de pelicula asiatica.
 
 
Lic.Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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