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Malasaña 32 | República Cinéfila

El disfrutar en la búsqueda de experiencias paranormales con el nuevo filme del competente director español Albert Pintó, “Malasaña 32” traen la oportunidad de disfrutar de una experiencia única en el mítico edificio madrileño recuperando así su historia más turbia y desconocida en esta película supuestamente inspirada en hechos reales. La historia, nos ubica en el Madrid de los años 70.
 
El muy popular barrio de Malasaña es el escenario general de la trama aunque al final nos centraremos en un solo departamento de uno de sus varios y bonitos edificios. En la sinopsis oficial, Manolo y Candela se instalan en la ciudad de Madrid en el barrio de Malasaña, junto a sus tres hijos y el abuelo Fermín. Atrás dejan el pueblo en busca de la prosperidad que parece ofrecerles la capital de un país que se encuentra en plena transición política, económica y social. Pero hay algo que la familia Olmedo no sabe en la casa que han comprado, no están solos, transcurre en el año 1976, cuando esta familia protagonista abandona su pueblo en busca de una vida mejor en la capital de España y se instala en un inmueble de la calle Manuela Malasaña, número 32, con más sombras que luces. Amparo (Begoña Vargas) es la hija mediana de tres hermanos, una chica que tiene que abandonar su sueño de ser azafata de Iberia para cuidar de su familia. Se instala junto a sus hermanos, sus padres (Bea Segura e Iván Marcos) y su abuelo (José Luis de Madariaga), cuya incipiente demencia le hace conectar antes que al resto con el mal que habita en esa casa en la que han invertido todo su dinero y se ven muy atrapados.
 
Malasaña 32
 
Más allá de ser una película de terror y sustos es una cinta muy humana sobre unos personajes que quieren hacer realidad sus sueños en la ciudad y enseguida descubren que esa ciudad es más oscura de lo que creían con la atmósfera de miedo ambientada en el éxodo rural durante la Transición, con grandes cineastas Roman Polanski, Stanley Kubrick, Paco Plaza o Andy Muschietti como referentes, Pintó aboga por un terror que venga del suspenso, de la pausa, de dejar respirar la escena en un tiempo real, así como del terror diurno, de ese terror que sientes en tu casa, donde supuestamente has de sentirte seguro.
 
Pero también de un terror muy español, un terror de boleros, canicas o peonzas, explica claro, como la calle Manuela Malasaña y ese número 32 que en realidad no existe –la vía termina en el 30–, pero cuyo doble sentido –”mala saña”– gustó desde el principio al director. Su prometedora secuencia inicial ubicada en el año de 1972, construida a partir precisamente de sus dos elementos fuertes y de unas tomas con claroscuros interesantes que aprovechan el departamento 3B de la calle Manuela Malasaña de Madrid donde se desarrolla la historia. El buen cinéfilo, valga el pleonasmo, sentirá inmediata simpatía por este honesto muestrario de sustos que, bajo su engañosa fórmula de exploit del filme “Verónica” (Paco Plaza, 2017), reinventa el Surcos de Nieves Conde con ecos del malrollo marital de “Aquella casa en las afueras” de Eugenio Martín, sin que sus dosificados ingredientes sociodramáticos enturbien su condición lúdica.
 
Y es que, en este caso, la urgente astucia del equipo de Bambú ha tenido a bien contar con un director que no solo conoce a la perfección los resortes del género, sino que transmite un cálido cariño por sus mitos, recursos y trucajes. Ahí está la pelotita de “Al Final de La Escalera” (1980) convertida en canica de cristal, esos Javier Botet y Eduardo Antuña que no son otros que los Vincent Schiavelli o Dick Miller de antaño, y de regalo, la gran veterana actriz española Concha Velasco como una dignísima heredera en los personajes de Zelda Rubinstein o Lin Shaye. Lo mas destacado está en el sonido con esos instantes de lucidez, como el rechinido de los tendederos conforme se mueven para el intercambio de mensajes entre Pepe (Sergio Castellanos) y Clara (Almudena Salort) o el del reloj, tan importante cuando se pierde el pequeño Rafael (Iván Renedo). Sin embargo el resto no está al nivel técnico. Mucho menos la música de Frank Montasell y Lucas Peire. Y aunque “Malasaña 32” intenta hablar de la violencia y discriminación por elección de género, las familias rotas y la situación económica desesperante en medio de su historia de horror, suspenso con presencia fantasmal en la línea de “La Monja” (2018), todo queda como un amasijo de buenas intenciones. El mejor momento llega, como debe ser, al final, cuando aparece Concha Velasco como la madre de una médium, Lola (María Ballesteros en una transformación estupenda), que padece una especie de apoplejía. El problema es que Pintó encuentra el rumbo en su película hasta el clímax final que se vende como la nueva joya del cine de terror español, pues no ofrece nada nuevo.

Malasaña 32

 
Mi 8 de calificación a este filme que aunque en su historia y su desenlace vuelvan a ser un poco lo de menos, “Malasaña 32” da lo que promete con alegre insania y, por ende, merece figurar en ese callejero ténebre donde iconicas películas en el genero del horror y terror como “Elm Street” (1984), “Amityville” (1978), la mansión Belasco o el suburbio californiano de “Poltergeist” (1982) han grabado sus nombres en oro pútrido y sangriento. Si hay algo que hace que esta producción fílmica no se desbarranque estrepitosamente es su cuidadoso trabajo sonoro, a cargo de un numeroso equipo comandado por Laia Casanovas, y su decoración detallista, a cargo de Pedro Díaz Peinado.
 
Son estos elementos trabajados con una minuciosidad casi magistral los que vuelven pasable esta historia de espíritus vengadores y crímenes brutales saturada de clichés y lugares comunes desde sus emplazamientos de cámara, hasta sus resoluciones narrativas que devienen humor involuntario. Las actuaciones son correctas y cumplidoras. Pero en el caso de la protagonista, Begoña Vargas, quien hace a la joven Amparo, eso sería un cumplido. Demasiado consciente de la presencia de la cámara, la actriz se sobreactúa y se pierde en el torbellino de ocurrentes emociones que los guionistas pusieron a su personaje para dotarlo de una supuesta profundidad. La fotografía de Daniel Sosa se vuelve algo repetitiva y deja de aprovechar la interesante opción de dejarnos en una semipenumbra desconcertante y sorpresiva que empleó en algunos momentos. Visto lo mejor con atemorizante sensación que da la marioneta televisiva y el tendedero-Tinder. Pero con lo peor que se echa de menos el humor negro del codirector de la estupenda cinta “Matar a Dios”. Esta es una buena película que gustará a los fans de taquilleras sagas hollywoodenses como “El Conjuro”, “Actividad Paranormal”, “El Aro” y “La Maldición”, claro; en un horror y terror light.
 
 
Lic.Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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