Como ocurre con muchas recetas emblemáticas de la gastronomía mundial, la historia del croissant tiene varias versiones. Sin embargo, todas coinciden en que su creación se sitúa en la Viena (Austria) del Siglo XVII durante el ataque de las tropas del Imperio Otomano.
La ciudad de Viena se encontraba rodeada por una muralla, así que la estrategia de los 20.000 soldados Otomanos fue excavar el terreno hasta el centro de la ciudad. Para no ser descubiertos trabajaban sólo por la noche, al igual que los panaderos, ellos fueron quienes escucharon el ruido que hacían los turcos con las palas y picos, y dieron la voz de alarma.
De esta manera toda la ciudad y el ejército pudo defenderse del ataque del invasor, que no tuvo más remedio que retirarse. Fue gracias a este aviso por lo que se defendió la ciudad. Como celebración de esta victoria, los panaderos crearon un bollo con forma de luna creciente, la misma que lucía en la bandera otomana. Por lo que el croissant simbolizó la manera de ‘comerse a un turco’, una dulce venganza llevada a cabo gracias a la inestimable colaboración de los panaderos vieneses.
Desde entonces el croissant invadió Europa y el mundo, hasta que los franceses -no sería el primer caso- lo hicieron “suyo”, dándole la nacionalidad y oficializándolo con este nombre. Además crearon su versión más hojaldrada.
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