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Llaman a la puerta | República Cinéfila

La nueva cinta de M. Night Shyamalan producida por la compañía cinematográfica de Blinding Edge Pictures, en asociación con FilmNation Features y Wishmore Entertainment para Universal Pictures es otro interesante largometraje de suspenso psicológico con fondo religioso.

En la trama, mientras vacacionan en una cabaña remota, una pequeña niña y sus padres son tomados como rehenes por cuatro extraños armados, quienes exigen que la familia tome una decisión impensable para evitar el apocalipsis. Con acceso limitado al mundo exterior, la familia deberá decidir en qué creen antes de que todo se pierda. Llaman a la puerta está protagonizada por Dave Bautista (Duna, la franquicia Guardianes De La Galaxia), el nominado al premio Tony y al Emmy Jonathan Groff (Hamilton, Mindhunter), Ben Aldridge (Pennyworth, Fleabag), la nominada al BAFTA Nikki Amuka -Bird (Persuasión, Viejos), el nuevo talento de Kristen Cui, Abby Quinn (Mujercitas, Landline) y Rupert Grint (Servant, franquicia de Harry Potter).

 

En su nuevo filme, el realizador M. Night Shyamalan mantiene su coherencia habitual, con un drama envuelto en una premisa de thriller que reflexiona sobre las formas que adoptan la fe y las creencias. En los últimos años, M. Night Shyamalan, que venía de algunos fracasos importantes (La dama en el agua, Después de la Tierra), encontró en lo económico la llave para ser siendo fiel a sí mismo.

Es decir, comenzó a trabajar -en particular desde Los visitantes– con presupuestos muy pequeños y premisas concentradas, con escasos personajes, pero manteniendo las típicas huellas de su cine. Llaman a la puerta es una continuación de esa senda: un film que focaliza casi toda su acción en un único espacio y con pocos protagonistas, pero que se da el lujo de ser al mismo tiempo bastante ambicioso.

El relato, basado en el libro The Cabin at the End of the World, de Paul Tremblay, contiene buena parte de las obsesiones habituales de Shyamalan: personajes rotos y torturados; familias que a partir de un acontecimiento específico ponen en juego sus lazos afectivos; la noción de los dones como algo muy parecido a una maldición; la violencia como algo latente en el tejido social; y hasta -algo que viene in crescendo en su filmografía, desde Señales y pasando por El fin de los tiempos– el imaginario vinculado a la idea del apocalipsis.

En este caso, con la historia de dos hombres (Jonathan Groff y Ben Aldrige) y su hija adoptiva (Kristen Cui) que se van de vacaciones a una cabaña en el medio de un bosque y cuyo pacífico descanso es interrumpido por cuatro extraños armados (Dave Bautista, Rupert Grint, Nikki Amuka-Bird, Abby Quinn) que los toman de rehenes y les demandan que tomen una decisión brutal para así evitar el fin del mundo. A partir de este punto de partida, que se plantea casi de inmediato, se dará una lucha de voluntades entre ambas partes, al mismo tiempo que se irán conociendo fragmentos del pasado de los protagonistas, con diversos factores conflictivos.

Shyamalan, un creyente extremo, diseña una narración donde la noción de lo apocalíptico es un puente para pensar esa confrontación constante entre la fe religiosa y el escepticismo ateo o agnóstico, para llegar a una conclusión tan simple como interesante: si la primera necesita ser un acto colectivo, donde lo comunitario confirma los pensamientos de cada sujeto hasta convertirlos en certezas; lo segundo es más bien un ejercicio individual, que incluye un cuestionamiento sustentado en paradigmas científicos. Pero, además, a medida que avanza la trama, queda claro en Llaman a la puerta -al igual que en buena parte de la filmografía del cineasta, aunque aquí de forma más explícita- que no basta simplemente con la creencia, sino que también se requiere de una evidencia que pruebe un discurso.

Es como si Shyamalan hubiera escrito el guión asesorado por un ateo, pero al que interpela con la hipótesis de qué haría si aparecen indicios que contradicen la postura que tuvo toda su vida. A esa confrontación dialéctica, Llaman a la puerta le agrega un trasfondo político y de género ciertamente tortuoso, pero trabajado desde lo fragmentario, como una operación de la memoria y las vivencias. Eso no quita que Shyamalan también construye desde ahí un alegato donde los diversos personajes son representaciones de distintos paradigmas sociales. Ahí, en esa vocación discursiva, es donde el filme trastabilla, porque encima eso va de la mano de una serie de explicaciones en los minutos finales que caen en ciertos subrayados.

Pero, a cambio, Shyamalan ofrece las ya típicas virtudes de su cine: una llamativa capacidad para crear tensión desde el diseño de los planos, la interacción con el fuera de campo y la expresividad del sonido, además de personajes y situaciones que ya desde antes que estallen los conflictos están parados en un lugar marginal. Y cuando decimos marginal, no solo nos referimos a lo social, sino también a lo cinematográfico: nadie en el cine actual es capaz de desplegar una puesta en escena y dispositivos narrativos como los de Shyamalan.

Llaman a la puerta es otra muestra de su apuesta constante a cumplir algunas expectativas del público para dinamitar otras, delineando dramas envueltos en thrillers que luego realizan el movimiento inverso y luego vuelven a hacer ese mismo giro. Y que ha encontrado en estructuras pequeñas el camino más sostenible para mantener una coherencia difícil de encontrar en otros realizadores. Shyamalan siempre está caminando por la cornisa, y por suerte acá no parece caerse, aunque todo depende del punto de vista con que se lo mire. Es razonable pensar, por reciente que esté, que Tiempo inauguró una fase en la carrera de M. Night Shyamalan. Su renacer a manos de la política Blumhouse y una aparente ligereza que finalmente sirvió para proyectarse al inicio de su trayectoria (con Glass enlazando El protegido y demostrando que el cineasta solo cambiaba para encontrar nuevas formas de mantenerse fiel a sí mismo), dio paso a un acuerdo con Universal más sustancioso a nivel presupuestario y supuestamente más impersonal, pues implicaría la adaptación de materiales ajenos.

Pero el de Tiempo no era el Shyamalan confuso de Airbender. Recreaba una novela gráfica, a cargo de Pierre-Oscar Lévy y Frederik Peters, solo que desde una entereza que no eludía la contradicción o la abierta traición si con ello reencontraba las coordenadas vertebradoras de su discurso artístico. Es lo que ha vuelto a ocurrir en Llaman a la puerta que adapta La cabaña del fin del mundo, novela de terror publicada por Paul Tremblay en 2008. Su sugerente argumento, en torno a una home invasion que sus invasores afirman acometer en nombre de evitar el apocalipsis, ya condujo a un tratamiento de guion a cargo de Steve Desmond y Michael Sherman que Shyamalan terminó reescribiendo para el segundo film de su contrato con Universal.

Esta reescritura parece haber sido drástica, hasta el punto de poder hablar de una «instrumentalización» de la prosa de Tremblay en tanto a dócil depósito de las inquietudes de Shyamalan, inmerso como está en una fase de su carrera que asociáramos con la madurez. Una madurez plácida, que tal y como se vio en Tiempo pasa por efectuar un vaciado de las cláusulas argumentales para alcanzar la poesía y finalmente, si se han hallado las imágenes adecuadas, una suerte de trascendencia. Llaman a la puerta encuentra esas imágenes sin necesidad de volcarse en la abstracción de Tiempo. Por eso es un filme más compacto, quizá más satisfactorio de forma frontal, pero sensiblemente menos evocador. Shyamalan, de hecho, vuelve a quedarse cerca de los márgenes del estricto ejercicio de género como le ocurrió en la fase Blumhouse, demostrando que su virtuosismo en este terreno se mantiene a la par que el deseo de experimentar con la puesta en escena.

La secuencia introductoria de Llaman a la puerta es un diálogo tirado a base de primerísimos primeros planos entre un Dave Bautista en plena consagración y una jovencísima Kristen Cui sin amilanarse ante la perspectiva de ser el corazón del film. La escritura es mucho más sintética de lo habitual en el último Shyamalan, y la agresividad con la que se declama en pantalla (en paralelo a una cuidada fotografía con la que el cineasta afirma haber querido volver a una estética noventera) produce una inexplicable mezcla de desasosiego y maravilla, muy pertinente puesto que los 90 agilísimos minutos posteriores girarán por completo sobre esta dialéctica. Llaman a la puerta juega a posteriori con el fuera de campo y los desenfoques para subrayar del aislamiento de los protagonistas, en paralelo a matizarlo con fugas espaciotemporales entre lo épico y lo bíblico. Shyamalan se aparta de la ambigüedad de la novela de Tremblay quitándole peso a las conversaciones y las suspicacias, en un febril derroche de tensión trágica con su ansiedad por darle dignidad y cariño a cada personaje le acercan más que nunca a ese Spielberg con el que siempre compartió filosofía mantenido dentro de una concisión admirable.

Llaman a la puerta es un Shyamalan robusto, que intercambia arrebatos de violencia y flashbacks con una serenidad que por sí sola ejemplifica el estadio tan grato de su carrera donde se ubica. Concisión, por supuesto y porque sabemos a lo que venimos, que en el tercio final se baña en una desafiante grandeza, a prueba de cinismos. Shyamalan es el humanista que más se interesa por lo que hay más allá de lo humano y en Llaman a la puerta funde la fe y la ética sacrificial sin que le tiemble el pulso, presa de un trance a prolongarse en la eternidad.

Mi 8 de calificación a esta mas que buena y correcta cinta de suspenso. Recordar que antes de convertirse en el maestro del cine de suspenso gracias a su obra maestra El Sexto Sentido, M. Night Shyamalan dirigió una pequeña cinta llamada Mis mejores amigos. En apariencia, este trabajo gentil y entrañable, estaba muy alejado de la película que lo hizo famoso, pero lo cierto es que ya evidenciaba sus fortalezas y debilidades como autor. Aunque carece del giro sorpresivo que muchos asocian a Shyamalan y tal vez por eso es muy poco conocida. Sin embargo, la principal cualidad de este director está en otro lugar.

Shyamalan tiene un inmenso don para construir unas relaciones entre los personajes colmadas de ternura y empatía. Por esta razón fue que nos conmovimos y sorprendimos en El sexto sentido y en El protegido, del mismo modo como los pocos que vimos Mis mejores amigos, quedamos encantados con ese niño que, luego de la muerte de su abuelo, se va en busca de Dios y le pide ayuda a una simpática monja con Rosie O’Donnell en el mejor papel de su carrera para cumplir con su objetivo, del mismo modo que los niños de El sexto Sentido y El Protegido, se apegan a una carismática figura paternal encarnada en ambas cintas por Bruce Willis.

Pero también vemos como Shyamalan no se decide por asumir una posición clara a la hora de abordar temáticas religiosas, las cuales se encuentran generalmente asociadas al cristianismo algo muy peculiar si consideramos que el director nació en la India. El espectador nunca llega a saber con claridad si Shyamalan es un creyente ferviente o si, por el contrario, es una persona cínica que asume lo religioso, lo místico y lo sobrenatural como un pretexto para decirnos algo más. Esto nos lleva a Tocan a la puerta, una adaptación de la novela

La cabaña del fin del mundo, de Paul Tremblay, en donde Shyamalan retoma el tema del apocalipsis, el cual ya había sido abordado en las desafortunadas cintas El Fin de Los Tiempos y Después de La Tierra que no son tan malas como la mayoría quiere hacernos pensar. En ella, Shyamalan también vuelve a ofrecernos un cuento moral, que esta vez no llega a funcionar. La exquisita fotografía filmada en Panavision por Jarin Blaschke (El faro) y Lowell A. Meyer (Juntos en la tormenta), y las intensas actuaciones del reducido elenco (casi toda la película se desarrolla en una sola locación), no logran disimular la falta de resonancia de la cinta, la cual a veces pareciera que fuera una “película de fe”, auspiciada por La Iglesia de los Santos de Jesucristo de los últimos días.

Sin embargo, en un momento de la cinta, se nos presenta un desconcertante mural, el cual nos muestra a Jesús jugando fútbol con unos niños. ¿Dios es una persona cruel que juega con nosotros? ¿Shyamalan se asume como el hijo de Dios jugando con los espectadores? ¿El trasfondo religioso es tan solo una reflexion?. Como bien lo sabe cualquier seguidor del director, las sorpresas están a la orden del día. Por eso hay que evitar al máximo los spoilers. Esta es la premisa inicial. Un grupo de cuatro personas, conformado por Redmond (Rupert Grint), Sabrina (Nikki Amuka-Bird), Adriane (Abby Quinn) y Leonard (Dave Bautista), un profesor de tamaño descomunal y lleno de tatuajes (pero de actitud amable y gentil), llegan equipados con armas medievales a una cabaña ocupada por una familia conformada por Eric (Jonathan Groff), su esposo Andrew (Ben Aldridge) y la pequeña Wen (Kristen Cui).

Los cuatro extraños le plantean a la familia una situación imposible. El fin del mundo se acerca y ellos deben hacer un sacrificio. Uno de los tres debe morir para evitar el apocalipsis. No deja de sentirse tremendamente incómodo que la familia que debe cometer el sacrificio esté conformada por una pareja gay y por una niña de ascendencia oriental. Los astutos flashbacks confeccionados a partir del talento de Shyamalan, nos ayudan a comprender la bondad y los sufrimientos que esta familia ha tenido que pasar hasta este momento.

Pero no se puede dejar de pensar en el “castigo de Dios”. Hace poco, el Papa Francisco afirmó que la homosexualidad no es un delito, pero sí un pecado. ¿Es este el mensaje que quiere transmitir Shyamalan? Si todo fuera una manipulación orquestada por un grupo de dementes, la respuesta sería un definitivo No. Pero si el fin del mundo es tratado como algo “real”, entran en duda las razones de semejante sacrificio. Hace poco se estrenó en cines una nueva entrega de La última profecía, cintas basadas en una saga de libros basados en el sistema teológico del dispencionalismo y que plantean que las buenas personas se irán al cielo en el evento conocido como “el rapto”, mientras que los pecadores se quedarán en la Tierra.

¿Si la pareja gay y su hija adoptada son tan buenos y amorosos como se plantea en Tocan a la puerta, por qué debe morir uno de ellos para salvar el mundo? Shaymalan no nos da una repuesta. Bautista, quien ha demostrado ser un gran actor, es el alma y corazón de esta película. Menos mal nunca llega a romper la cuarta pared para tratar de evangelizar a los espectadores como lo hizo Kevin Sorbo en La última profecía: El surgimiento del Anticristo o a tratar de convencernos de una conspiración, al peor estilo de QAnon.

Pero la verdad, es que se acerca peligrosamente a ello. Si Llaman a la puerta nos hubiera mostrado a cuatro individuos violentos cegados por sus ideas y dispuestos a asesinar por sus creencias, hubiera quedado claro que la intención de Shyamalan consistía en hacer su propia versión de un Home invasion, al estilo de interesantes cintas como Los Extraños o las dos versiones del filme Funny Games. Pero la verdad, aquí no hay terror y la ausencia de gore es desconcertante. Por otro lado, si el “giro Shyamalan” hubiera estado presente aquí y las cosas hubieran terminado no siendo lo que inicialmente se creía como sucede en La Aldea, la intención sería otra, pero diáfana. En su película, Shyamalan con un guion coescrito por Steve Desmond y Michael Sherman, nos hace preocuparnos por esta familia amenazada y, en algunos momentos, llega a ser interesante la idea de unos villanos amables, como lo son Leonard y sus amigos. Pero al final, no llega a haber suficiente suspenso, como tampoco un mensaje claro. Lo que queda es una cinta extraña y efectiva, que raya en lo ofensivo.

Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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