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El Padrino: Epílogo, La muerte de Michael Corleone.

Aunque en mi opinión esta estupenda cinta se debería de llamar Las muertes de Michael Corleone porque es en realidad el nombre que más se le ajusta a lo vivido por el primer heredero de la historia, con la fama, la gloria y el infierno de los Corleone.

Lo que vemos en esta versión reestructurada por el propio Francis Ford Coppola es precisamente eso, el descenso de Michael a distintos infiernos. Cada uno más trágico. Cada uno más profundo. Para regresar a una película determinante en la historia del cine de fin del siglo XX me resulta indispensable deshacerme de ciertas obviedades. Sería un poco necio querer cruzar a este epílogo analizando de nuevo los logros del cine neo noir de Coppola y su fotógrafo Gordon Willis, sus reflexiones políticas surgidas de los momentos en que cada parte de esta historia comenzó a ver la luz. Antes de ello está, por supuesto, el interés por los personajes que transitaron desde El Padrino (1972), alcanzaron niveles de epopeya trágica en El Padrino II (1974) y que aquí aterrizan en un campo minado de desesperanza y desesperación.

Porque ahora se siente más. La caída de Michael Corleone por cada uno de esos infiernos se palpa mejor, se degusta como un buen recalentado. Es el poder puro del montaje. Se cuenta que Stanley Kubrick dijo alguna vez que un cineasta nunca termina una película, que siempre hay ajustes, cosas que entran y salen, se mezclan y sufren metamorfosis no sólo porque el cine es un arte que vive y se vive. Hay que recordar que la trama y la acción comienza en el año 1979, cuando Michael Corleone (Al Pacino), heredero del imperio de don Vito Corleone, intenta rehabilitarse socialmente y legitimizar todas las posesiones de la familia negociando con el Vaticano. Después de luchar toda su vida se encuentra cansado y centra todas sus esperanzas en encontrar a un sucesor que se haga cargo de los negocios. Vincent (Andy García), el hijo ilegítimo de su hermano Sonny, parece ser elegido.

Ocurre también porque el montaje es tan poderoso y trascendente que al cambiar una sola pieza la película se transforma. Es a través del poder del montaje que Coppola se acercó de nuevo al capítulo final de una saga que nos lleva al filme noir, nos trae al neo noir, nos encandila con el thriller más salvaje, apunta críticamente al poder y los poderosos, y en medio cuenta las tragedias de un muy joven héroe de guerra que regresa a la casa paterna para enterarse que ha sido elegido por las Moiras para transformarse en el héroe negro del sueño americano. El cine es un arte vivo. Coppola manipula el bisturí y en el reacomodo de secuencias, en la construcción de un nuevo ritmo resucita a una película que se pensaba terminada. No. “¡Cento anni!” gritan los aliados de Corleone cuando Michael desbarata el círculo criminal y reparte utilidades que evidencian el gigantesco tamaño de sus operaciones. “¡Larga vida!” es el deseo de todos para el Padrino que se retira y que cree haber limpiado el nombre de su familia. Pero desear larga vida a alguien que va a bajar a los infiernos es vaticinarle un viaje eterno por las cavernas de Hades. 

El Padrino III siempre ha sido una película increíble, y nadie debería decirte lo contrario. Y es que de repente esté en cines una película llamada El Padrino, Epílogo: La Muerte de Michael Corleone no corresponde a un mero capricho del cineasta Francis Ford Coppola. Junto a Mario Puzo, su coguionista y autor de la novela homónima en la que se basó originalmente El Padrino, creía que ‘La muerte de Michael Corleone’ era el título más apropiado. Ni siquiera se plantearon inicialmente que tuviera un ‘El Padrino’ delante, puesto que el libreto que habían pergeñado no estaba planteado como la última entrega de una trilogía, o una secuela al uso. Debía ser un epílogo, una constatación del final. Una coda que se añadiera a la narración como los rótulos de un biopic hollywoodiense explicándonos lo felices que sus personajes reales fueron luego de los acontecimientos referidos. Con el matiz, claro, de que Michael Corleone nunca volvería a ser feliz. Pero Paramount no transigió. Los productores consideraban una insensatez comercial colocar una película en los cines con el extenso y árido título de La muerte de Michael Corleone, y Coppola se vio obligado a acceder a sus deseos. No sería el único contratiempo con el que este cineasta se toparía en torno al desarrollo y posterior recepción de El Padrino. Parte III, ya que seguidamente Robert Duvall se negó a volver si no obtenía un sueldo proporcional al de Al Pacino y obligó a Coppola y Puzo a reescribir un guion centrado en la sombría relación entre Tom Hagen y Michael Corleone, que ya había mostrado sus primeras grietas en El Padrino Parte II allá por 1974.

Y aún hubo más. Dentro de la tercera película de la saga, que Vincent Mancini suceda a Michael como Don de los Corleone supone un desafío de tantos a la tradición al fin y al cabo, es un hijo bastardo que no ha crecido en ese respeto reverencial a las jerarquías familiares, así como una posible vía para una cuarta película. Coppola y Puzo llegaron a plantearla con la idea de repetir el esquema de El Padrino II contando la vida de Vincent como Don paralelamente al ascenso de su padre Sonny que, interpretado originalmente por el actor James Caan, ahora tendría los rasgos de Leonardo DiCaprio, pero al morir Puzo en el año de 1999 el director Coppola se quedó sin fuerzas para seguir con la empresa. Más allá de esta cuarta parte fallida, o del posible propósito del estudio cinematográfico de darle nueva vida a la popular saga, El Padrino III ha contado igualmente con descendencia. Los italianos dicen ‘cent’anni’, que significa ‘cien años’ y que te desea una larga vida. Para Michael, después de lo que ocurre, una larga vida es el castigo más cruel que podría recibir. Un siciliano nunca olvida y Michael, de todas las virtudes humanas, recibió el don de la inteligencia, y eso significa que sabe perfectamente lo que ha perdido y cuál es su castigo. Es lo que quería que significara el título de la película.

El Padrino. Epílogo. La muerte de Michael Corleone

La película de Coppola se estrenó en 1990, el mismo año de la estupenda cinta Buenos Muchachos: Uno de los nuestros; es decir, el año en que la ficción mafiosa experimentaría una radical evolución, en consonancia a los tiempos sucesivamente más descreídos que habrían de darle sabor a, por ejemplo, el caldo posmoderno de un cineasta como Quentin Tarantino. Uno de los nuestros, aun suscribiendo el sentido moral que ha guiado siempre el cine de Martin Scorsese, se distanciaba bruscamente de la delicadeza operística de El Padrino. Era una película más cínica, más violenta, más desarraigada, y con un interés mucho menor en juzgar a sus personajes. Era una película que podía haber estado protagonizada perfectamente por Vincent Mancini. En el año de 1991 El Padrino Parte III sufrió una gran humillación en los premios Oscar de esa temporada, no consiguiendo ni uno solo de los siete galardones a los que aspiraba y suponiendo una constatación como “película menor” que ya se venía oliendo desde las primeras críticas. Unas que, aunque nunca fueran tan feroces como ha trascendido a la cultura popular, abordaron con dureza cuestiones como la interpretación de Sofia Coppola o, curiosamente, lo mucho que dependía esta tercera entrega de las películas anteriores. Cabe preguntarse en torno a esta recepción, y refrendando las declaraciones a Deadline por parte del director que coronan este texto, si las críticas hubieran sido las mismas de haberse titulado efectivamente La Muerte de Michael Corleone. Y es que las muertes de Michael Corleone cruzan la película como lanzas, afiladas de nuevo con la recomposición formal, con la dialéctica fortalecida de sus secuencias.

La película ha vuelto a la vida para ver morir al gran Corleone una y otra… Y otra vez. Ahora todo comienza con el deseo de absolución en un añadido de diálogos en su secuencia inicial que dejan ampliar ideas y dan espacio para respirarla. En la trama Michael busca a los jerarcas de la iglesia católica para convertir en legales sus millones de dólares no porque crea que esos negocios están limpios gracias a su vínculo con el Vaticano. Lo hace porque en el Vaticano está la gente correcta a la que se debe sobornar para legitimar el dinero que ha hecho como Capo.

En la paradoja el símbolo salta lujurioso a recorrer este epílogo de cabo a rabo y la película revitaliza el ojo con la tragedia que nos pone enfrente. Para dejar de ser un gangster Michael tendrá que comportarse como el más duro de ellos. Suenan las frases y El Padrino III les da un poder distinto. “Toda familia tiene malos recuerdos” no es ya la oración con la que Michael sale de una conversación sino la confesión de las penas que carga. “La política es saber cuándo apretar el gatillo”. “Entre más subo más corrupción encuentro”.

Antes mostraban a un humano perdido. Lo que nos dejan ver ahora es a una bestia atrapada en sí misma. Salir de las sombras que heredó de su padre no es imposible, es inconcebible. Esa es la primera de sus muertes. Su descenso al primer círculo infernal. Luego vendrá la muerte de un amor. ¿El Padrino III es en realidad una historia de amores imposibles? El bastardo Vincent está enamorado de su prima Mary Corleone, la heredera luminosa. En el dilema familiar que esta unión le presenta Michael muere por segunda vez al sacrificar involuntariamente a su hija y al condenar a Vincent (¿o premiarlo?) a ganarse el apellido Corleone bañándose en litros de sangre enemiga.

El otro amor imposible es su tercera muerte. Él y su esposa Kay también fueron separados por La Familia, por las ligas que no pueden romperse. Ahora Michael lo ve más claro en medio de una tormenta de poder, corrupción y traiciones. Con esa carga sería mejor morir lo más pronto posible. Pero el destino alarga sus brazos y la bendición del “¡Cento anni!” se convierte en sentencia. La muerte que Michael Corleone busca, la definitiva, tardará muchísimo en llegar. Tendrá que esperarla abatido, recordando cada una de sus muertes, cada una de las ejecuciones que ordenó, cada uno de los pecados que aquí lanza en confesión para protegerse las espaldas. Todo va a resonar escandalosamente en las paredes de su infierno de cien años.

De como Coppola consiguió cerrar admirablemente una extraordinaria trilogía no sólo con coherencia sino también con un sentido absoluto de la grandeza. Viene a ser una recapitulación de sus precedentes centrada principalmente en sus elementos trágicos. Su fascinante concepción visual y la asombrosa perfección de la secuencia clave refuerzan los valores de su contenido. ¿Cuál es el legado de El Padrino III, entonces? Queda claro que el del fin de una era de directores y formas de acercarse al drama delictivo, pero también el que supone haber adelantado las claves crepusculares del cine de mafiosos. Esas que alcanzan inevitablemente a cualquier género, y que no por nada fue el mismo Martin Scorsese quien acabó asumiéndolas. Por cierto, El Padrino Epílogo se encuentra en Apple TV, Amazon Prime Video, Cinépolis Klic, Google Play, Claro video, Total Play e Izzi disponible para la compra y la

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