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República Cinéfila | Aladino (Aladdin 2019)

Actualmente como público cinefilo vivimos una interesante época que impone la poderosa empresa de Disney Studios a su público cautivo, el que ha admirado las historias que desde esa casa productora se lanzan al mundo en un llamativo momento aunque probablemente lo hace sin saber que lo hace, pues esta ola de nuevas versiones de películas ya contadas nos ayudan más como un ejercicio sociológico sin ser un verdadero refresco en su propuesta cinematográfica.
 
El mejor ejemplo de ello es lo que ocurrió con la nueva versión de la cinta “El Libro de La Selva” (2016), una historia a la que se atrajo al siglo XXI con las herramientas del siglo XXI. Más allá de buscar resucitar a su versión animada con todo un clásico por donde se le vea, la compañía productora buscó al equipo necesario para manosear la historia escrita por Rudyard Kipling y convertirla en un mensaje verde adecuado para las nuevas generaciones que al contrario de todas las anteriores pudieron ver a animales de apariencia real interactuar con el famoso personaje de Mowgli, algo que sin duda y en los tiempos que corren donde los niños abandonan muy pronto la inocencia y la ingenuidad resultó una buena fórmula que, por supuesto y esa era la meta, generó las ganancias en taquilla esperadas. Ahora nos presentan el remake de “Aladino”, en la sinopsis oficial en la trama que es la apasionante adaptación de acción real del clásico animado de Disney de 1992, en la emocionante historia cuando Jasmine de Agrabah (Naomi Scott) le regala un par de panes a unos niños hambrientos, no se imagina el giro que dará su vida de princesa a ladrona, de fugitiva e interés romántico de un ladronzuelo de buen corazón (Mena Massoud) que tiene por amigos a un mono y a un genio ocurrente (Will Smith), y junto con su futuro personal, está el del sultanato con el encantador joven callejero Aladdín, la valiente y decidida Princesa Jasmín y el Genio, que puede ser la clave de su futuro.
 
Bien dirigida por un competente cineasta como Guy Ritchie (“Sherlock Holmes”, “The Man from U.N.C.L.E.”, “King Arthur”), que aporta su singular estilo de rápida acción visceral a la ficticia ciudad portuaria de Agrabah, y que está escrita por John August (“Dark Shadows”, “Big Fish”) y el propio Ritchie, basada en el filme de Disney. En el elenco la película es protagonizada por la estrella Will Smith (“Ali”, “Hombres de Negro”, “Día de La Independencia”) como el gran Genio; Mena Massoud (“Tom Clancy’s Jack Ryan”) como Aladdín, el desafortunado pero encantador joven callejero; Naomi Scott (“Power Rangers”, “Los Ángeles de Charlie”) como la Princesa Jasmín, la hermosa y decidida hija del Sultán; Marwan Kenzari (“Murder on the Orient Express”) como Jafar, el poderoso hechicero; Navid Negahban (“Homeland”) como el Sultán preocupado por el futuro de su hija; Nasim Pedrad (“Saturday Night Live”) como Dalia, la mejor amiga y confidente de espíritu libre de la Princesa Jasmín; Billy Magnussen (“En El Bosque”) como el apuesto y arrogante pretendiente Príncipe Anders y Numan Acar (“The Great Wall”) en el rol de Hakim, la mano derecha de Jafar y capitán de los guardias del palacio. Ritchie, un cineasta tan talentoso como irregular, hiciera una interpretación casi idéntica del musical animado, presentándolo, ahora, en acción real, pero con una mínima aportación personal. Y más sorprendente es, aún, que en esta producción se atreviera a incorporar a Will Smith como el Genio, para que compitiera de manera directa y bastante desigual, con la interpretación insuperable, aunque tan solo de voz, de un gran histrión como lo fue Robin Williams.
 
Will Smith in Aladdin
Will Smith interpreta a “El Genio” en esta cinta de Guy Ritchie
 
Aunque es ancha la distancia entre los teatros de Broadway y el East End londinense con el cine de gánsteres de Guy Ritchie, de un estilo con una coreografía sucia y repleta de ese dinamismo que marcó el cambio del siglo XX al XXI, no parece tan alejado de cierta idea de película musical. El cine se define por el movimiento de los cuerpos en un espacio y tiempo, en cualquier género de relato, por lo que la idea de que el director de “Snatch” (1998) se hiciera cargo del live-action remake de “Aladdin”, por muy disparatada que parezca, cobra algo de cierto sentido. Otra cuestión ya es, sobre la peculiaridad de ciertos compañeros de camino, si podemos hablar de autorías, de decisiones adecuadas o de aciertos. Porque como ha sucedido con las superproducciones de la última década, Disney ha fichado para sus adaptaciones live-action a nombres rutilantes más o menos prestigiosos, con más o menos tirón como Jon Favreau, Tim Burton, Kenneth Brannagh, Marc Foster y ahora Ritchie para que pongan algo de orden y estilo al nuevo giro estético que le están dando a su catálogo cinematográfico; un lustre que pasa por transformar el dibujo analógico en la suma de actores reales en fondos de hiperrealidad digital. Y tras las gustadas como taquilleras de “Malefica”, “El Libro de La Selva”, “La Cenicienta”, “La Bella y La Bestia” y recientemente “Dumbo”, entre otras cintas, en la estrategia de evocar el pasado de gloria tocaba ahora remodelar otro de los hitos del período del Renacimiento Disney, “Aladdin” (1992), que convirtió el exotismo del clásico cuento “Las Mil y Unas Noches” en un pastiche musical dominado por la locuacidad payasa de un gran actor como lo fue Robin Williams, el genio en el doblaje en ingles de la película animada, y por la partitura de los compositores musicales Alan Menken, Howard Ashman y Tim Rice.
 
¿Cómo traducir, así pues, ese coqueto espíritu camp del primer “Aladdin” en un filme igual pero diferente, sujeto a la estricta iconografía del archivo Disney y al mismo tiempo lograr algo espontáneo y renovador? Nadie sale indemne. Ningún ejercicio que mire al pasado deja indemne, ni para los creadores ni para los espectadores, y aún menos es este tipo de experimentos fílmicos de reciclaje de recuerdos. En el caso de este “Aladdin” realizado por Ritchie, no hay duda de que su trabajo intenta hacer resucitar un producto deificado con ese filme de hace 27 años, y su propuesta, que perezosamente puede leerse como de una pereza total, tal vez sirva de reflejo para evidenciar lo inútil de este revivalismo conservador que actualmente nos está imponiendo Disney. Porque a fuerza de alargar el brazo de esta película desde la versión animada, su animación digital termina por ser un lastre que se evidencia en el simple paso de un genio versión natural a otro versión digital. Y es que en mi personal opinión, directores, fotógrafos, productores y animadores tendrían ya que ser mucho más humildes en el uso del digital que aquí busca sustituir al exotismo que debió tener la película y al errar el camino entrega un folklorismo plano y sin dimensiones. La historia es muy atractiva para el mercado del publico infantil al que va destinado y sin duda va a capturar su ojo, pero resulta triste que en su última tercera parte, cuando por ejemplo Jasmín entrega el mensaje más importante en la trama de esta producción, el montaje de la película se sienta ya presuroso sabiendo quizá que le sobran un par se secuencias y un trío de situaciones. Ello, sumado a la poca imaginación visual de la película porque no se alternan planos, casi no hay juego de ángulos más allá de los que da de manera natural la grúa en los números musicales, la canción de Jasmín es visualmente rebuscada y por lo tanto melosa, deja un extraño sabor de boca en quien la experimenta. Disney está entonces en ese instante en el que quiere revalorar sus historias y sus situaciones ante el cambio irrefrenable de su mercado, pero al ver el resultado de este “Aladdin” sabemos que debe matizar todavía más sus decisiones, porque tenemos a una película entregada y hasta sincera, con una producción de gran tamaño, de buen sentido del humor, bien actuada, cálida y hasta festiva. Ello hace todavía más inexplicables sus pecados técnicos en sus no bien logrados efectos digitales, solo comparen como otro ejemplo la secuencia inicial de “Las Aventuras de Tin Tin” (2011) con la de este filme que debió estudiarla a conciencia, la necedad de alargar el discurso que después se convertirá en necesidad de premeditar su final con el espíritu que está, pero es demasiado volátil.
 
Naomi Scott como la Princesa Jasmín y Mena Massoud como Aladdin.
 
En su forma, Richie nos ofrece un excelente manejo de cámara y una hábil edición que pasa fluidamente de cortes rápidos a planos secuencia, narra la historia con maestría y eficacia sin perder jamás el tono de asombro y diversión, aprovechando la extraordinaria química entre Jasmine y Aladdin quienes parecen más jóvenes que en la versión animada; entre Aladdin, su mono Abu y la alfombra; y entre Aladdin y el genio, quien sin duda le cumplió a Ritchie su deseo, el de lograr que con un toque muy personal y atinado, el remake live action de este clásico siga el camino de la cinta original, ganándose un lugar en el corazón de la audiencia. Este Aladdín es como una producción teatral, acartonada como una opereta, llena de humor y con mucho colorido. A través de los efectos, se puede recrear todo un universo fantástico en el exótico Medio Oriente, donde todo es magia, misterio, fantasía y amor. La ya conocida historia es llevada, también, como en aquella versión previa, con los excelentes números musicales creados por Alan Menken, que aquí son reinterpretados en versiones modernas y frescas, enmarcados por vistosas coreografías y acrobáticos bailarines. Esta versión continúa siendo familiar, con mucha acción y romance pulcro, sin un solo giro nuevo. Afortunadamente, la película sigue teniendo a un Aladdín como su corazón palpitante. El joven que lo encarna le da cordialidad y profundidad, con su presencia agradable. Por su simpatía se parece más a su mono Abú, que a las personas, aunque consigue imponerse y sobresalir con propia luz en medio de profusos efectos especiales y pirotecnia digital que encantarán a todo público.
 
Naomi Scott
 
Mi 8 de calificación al “Aladdin” de un cineasta como Guy Ritchie que peca de hacer un filme por encargo obviamente buscando la gran taquilla mundial, pero que contiene parte de su estilo que es tan abrumador que podría parecer hasta intencionado, considerando lo que hizo Ritchie en la cinta de “La Leyenda del Rey Arturo” (2017) y su inexperiencia en películas familiares, es muy comprensible que uno se rehúse a ver su acercamiento a este “Aladdin” que esta entre el cartón piedra de las películas de aventuras y la imagen digital que se facturaba en el año de 2002 que por fin se toma a sí mismo menos en serio y se divierte con escenarios propicios y una paleta rica en colores y texturas para crear un mundo de fantasía asentado en imágenes idílicas del Oriente Próximo, pasando de los grandes números musicales a la comedia romántica y la intriga palaciega de un villano arquetípico que a toda costa quiere el trono del sultán. Basada en una de las historias de “Las Mil y Una Noches”, el guion del propio Ritchie y John August expande y actualiza la trama de la versión animada dándonos a una Jasmine bien interpretada por la bella actriz Naomi Scott que sigue siendo una princesa Disney pero también una joven contemporánea interesada en su gente, en la política y es capaz de cuestionar las tradiciones y alzar la voz. En cuanto a el Genio, la actuación de Will Smith no sólo luce su dominio para la comedia y hasta hace que en dos minutos te olvides de la interpretación de Robin Williams por la lógica comparación, sino que maneja un balance perfecto sin caer en la exageración o el delirio de grandeza a pesar de su tamaño Will Smith, bien seleccionado como el Genio, saca a relucir su lado cómico, que tan bien se le da. El gigante azulado es hiperactivo, parlanchín y tremendamente extrovertido. El prolongado cautiverio ha provocado que exhiba un entusiasmo estruendoso, como el de un torbellino sobre el que parece levitar permanentemente. En todas las escenas roba la atención. Sin embargo, es inevitable compararlo con el fallecido Williams, que le dio esa personalidad única al mago; con los demás personajes que son o muy buenos o muy malos, pero que nunca se sienten torpes en la trama. Además Richie pone en escena un nada desdeñable matiz esquizoide del cine actual, que guarda relación con la poca pericia de las grandes corporaciones a la hora de enfrentarse a su legado y metamorfosear las formas de lo antiguo en algo nuevo, y que también responde a la necesidad imperiosa de agradar a un público hiperatomizado, imposible de categorizar. “Aladdin” es una cinta muy divertida, los que ya vieron la de Disney encontrarán tantos paralelos como si las escenas estuvieran en un espejo y los que no, tendrán oportunidad de apreciar una obra inmortal de las manos de un realizador que sabe llevar el ritmo. Para evitar decepciones, es mejor no esperar algo diferente a lo que ya se había visto. Hay algo doloroso de ver en “Aladdin” y no es tanto la película hipercodificada y desdibujada que finalmente es, sino su condición de un buen y correcto espectáculo para nuestra nostalgia. 
 
Reseña: Aladdin
 
Lic.Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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