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El Origen (Inception, 2010) | República Cinéfila

Aunque parezca increíble ha pasado ya una década desde la locura mental en la que el director ingles Christopher Nolan nos metió en un mundo onírico lleno de capas de historias paralelas, realidades distorsionadas y una confusión final magistral.
 
Considerada por muchos como la mejor creación del cineasta que por cierto, tardó nueve años en hacer realidad es “El Origen” uno de esos títulos que debes ver más de una vez para entender la magia del detalle de la trama.  Aprovechando el décimo aniversario de su estreno sucede algo muy peculiar que radica en lo irregular que son algunos pasajes y el virtuosismo y el desborde de otros. Uno casi podría decir de manera quirúrgica los momentos menos logrados, las ideas que quedan en el aire y las pretensiones que no logran fluir en la pantalla pero, y aquí esta lo curioso, es difícil considerarlo un filme de poco interés o aburrido. Me parece innegable el valor estético de algunas secuencias, el trabajo hipertextual que es completamente autoconsciente y el aproximamiento a un contenido complejo que en su ambigüedad encuentra uno de esos rasgos que fascinan a Nolan con los antihéroes que caen por el propio peso en tramas laberínticas, donde todas las certezas se han esfumado y sólo queda abrazar el abismo individual para comprender el enigma, para darle estabilidad a mundos donde la definición de lo “real” queda en cuestión por resultar inaprensible y contenida por sujetos cuyos demonios están siempre acechando.
 
Lo vimos en “Memento” (2000), en “Insomio” (2000) y en las tres partes de Batman (2005/2008/2012), en diferentes contextos y con diferentes nombres. Pero además de toda esta cuestión interpretativa es un thriller entretenido que por momentos se puede dejar ver como una película de espionaje con momentos de acción que revientan toda la parafernalia visual posible con una imaginación sorprendente. Por supuesto, esto lo van a ver si logran superar la primera parte del filme, que debe estar entre lo menos logrado que hizo el director. Así de contradictorio y así de complejo resulta apreciar esta cinta, y aún más después de las encendidas críticas y comparaciones que se han establecido desde diferentes posturas.
 

Pero para ser más concretos, hablamos de una película de espionaje en el que la mente aparece como un espacio físico donde hasta los secretos más recónditos pueden ser descubiertos para, eventualmente, ser utilizados. En una época donde la información puede valer millones de dólares las empresas y el sector privado explotan esta faceta, haciendo de quienes posean la habilidad para desempeñarse en esta área sujetos invalorables. Es decir, la película transcurre en espacios físicos que son representaciones del subconsciente, donde el grupo asignado puede ingresar para robar la información requerida. El riesgo está en que quienes ingresen deben tener la habilidad para controlar ese subconsciente y para defenderse de los propios ataques de la mente del “invadido” que, eventualmente, sería la represión, haciéndolos capaces de manipular el tiempo y el espacio dentro de ese subconsciente. Para eso, quienes ingresen en el subconsciente del “invadido” deben estar dormidos, al igual que la víctima ¿Por qué toda esta aclaración? Porque hubo quienes interpretaron que se intentaba retratar el mundo de los sueños, de capturar la anarquía onírica, e inmediatamente surgieron las comparaciones: David Lynch, David Cronenberg y si, como no, Luis Buñuel o Federico Fellini, si quieren sumar más nombres a la lista (yo agregaría a Georges Melies).
 
Pequeño detalle: el film es una construcción racional del subconsciente, y el punto de vista siempre es racional porque es un caos controlado y, por supuesto, en la línea de una determinada lógica “consciente”. Por eso la arquitectura pertenece a una serie de personajes que tienen el “don” de no ceder a las disrupciones espacio-temporales que son parte de los sueños. Aquellos detractores y entusiastas que creyeron ver en esta película la cuestión onírica deberían replantearse las cosas. No es una película sobre los sueños. En la cinta de Nolan, los sueños son campo de batalla para el espionaje corporativo. Habilidosos “extractores” entran al universo onírico y roban secretos e ideas del subconsciente de la víctima.
 
El trabajo es aparentemente lucrativo, y Dom Cobb, interpretado por Leonardo DiCaprio con su característica intensidad cautivadora, es el mejor de todos estos espías. Después de que un magnate le propone embarcarse en la peligrosa tarea de “plantar” una idea en vez de extraerla, Cobb reúne al mejor equipo posible para llevar a cabo la misión. A través de un proceso denominado “sueño compartido”, el grupo de Cobb puede controlar ciertos aspectos del sueño. Sin embargo, este espacio subconsciente es vulnerable a la intrusión de elementos psicológicos de los espías, y particularmente peligroso para Cobb, cuya esposa despechada, Mal (Marion Cotillard), parece estarlos cazando. A Inception le sobran virtudes. El elenco, compuesto por DiCaprio, Ken Watanabe, Joseph Gordon-Levitt y Michael Caine (entre otros), es magnífico. Tom Hardy interpreta de manera soberbia a Eaves, el camaleón del grupo, y el siempre menospreciado Cillian Murphy está fantástico como la víctima de Cobb y su equipo. Hans Zimmer provee a la cinta con su usual derroche para crear música extravagante y cautivadora. Y, por supuesto, los efectos especiales son impecables. A pesar de requerir de mecanismos propios de una cinta de ciencia ficción, la trama de “Inception” no es tan diferente a la de una película como por ejemplo “Ocean´s Eleven”: el protagonista que recluta a un equipo de profesionales para ayudarle, el nuevo miembro del equipo que sirve de pretexto para que nos expliquen las reglas del juego, las secuencias de persecución, las explosiones y, por supuesto, el robo final en el que converge toda la planeación que los personajes han llevado a cabo durante la primera hora de la película.
 
En “Inception”, este tercer acto sucede dentro de diversas capas oníricas con sueños dentro de sueños dentro de sueños y dentro del secreto ominoso del personaje de Cobb, que significa un peligro inminente para la misión. Todos los elementos de “Inception” explotan durante esa última hora en lo que sólo puede describirse como verdaderos fuegos artificiales hollywoodenses como todo un thriller de acción con una premisa novedosa e intrigante.
 
El Origen
 

Desgraciadamente, la película es más que el robo final. Como director y guionista, Nolan se esforzó en la factura de las secuencias del robo de sueños, y se nota. Sin embargo, es claro que notó que su historia necesitaba un contexto emocional. Y es ahí donde entra la preocupante vida pasada de Cobb.

La historia del personaje de DiCaprio es tan confusa –tan llena de cabos sueltos y de ilógicas vueltas de tuerca- que termina por secuestrar la narrativa de la cinta entera. Esto es lamentable, sobre todo si vemos lo cerca que estuvo Nolan de tener una película casi perfecta. Habrá muchos que se dejen llevar por la pirotecnia de las secuencias de acción y aventura pero que pasen por alto la incongruencia de este tramo de la narrativa. Yo me quedo con lo que pudo ser: una película impresionante, con suficiente corazón como para conmover a millones de espectadores.

Desgraciadamente, “Inception” sólo entra en la primera descripción. Naturalmente, si hay aclaraciones sobre sueño y subconsciente, con paradigmas psicológicos que son discutibles incluso, si se parte de la negación de la misma psicología, la filosofía tendría otra visión de los sueños, por ejemplo, es porque a Nolan le interesa el desborde de esa cuestión racional. En esa apariencia de control es que nuestro protagonista, en este caso Cobb (Leonardo DiCaprio) se hunde, entrando en un mundo inestable sin posibilidad de orden, a medida que la culpa y el móvil del filme aparecen con el desafío de “plantar” una idea en lugar de robarla.

Digamos que hay una relación romántica que tuvo un final desafortunado en base a experimentaciones con las posibilidades de ingresar en la mente, y que la cuestión de “plantar” una idea ya se había hecho, con resultados trágicos. La relación de Cobb y Mal (Marion Cotillard) es el leitmotiv dramático y emocional de la película, que sobre el desenlace logra una resolución que implica, precisamente, la aceptación de un recuerdo reprimido. Aquí está la paradoja del filme y el elemento que lo hace más atractivo. Pero vamos a la parte floja de la cinta. La primera parte se dedica a indicarnos los detalles a los que les tenemos que prestar atención, con largos y aburridos diálogos que suenan a un largo tutorial que tiene la finalidad de crear un contexto del cual poco se utiliza realmente dentro de la película.

Es imposible durante estas secuencias que alguna línea entre Cobb o sus colaboradores suene natural. Incluso en la actuación uno ve que los personajes se limitan a emitir información sin trabajar matices en la voz. Pero la sorpresa viene cuando vemos que en realidad, todo ese metraje fue prácticamente innecesario para desarrollar el segmento más importante de “El Origen”, precisamente, la “plantación” de la idea. Es casi imposible no ver que el director y guionista no está subestimando al público, con subrayados que van a resultar innecesarios para el umbral que se va a atravesar una vez comience la acción central del filme. Nos quedan algunos imaginativos segmentos que introducen al personaje de Ariadne (Ellen Page), cuyo desarrollo a lo largo de la película va a tener un eco fundamental hacia el desenlace. Y si, tiene relación con la mitología griega. La parte central de la película, donde la acción gana más peso, es donde vemos la habilidad del director no sólo para incluir diálogos mejor construidos que en la primera parte de la pelicula, sino para desarrollar secuencias donde toda la espectacularidad visual está dominada en función de una narración coherente.

Es decir, no es sólo mostrar edificios dados vueltas o explosiones monumentales, entre persecuciones vertiginosas, es también que eso se comprenda y que sea funcional al relato, además de todo el potencial que se esconde en el imaginario que despliega visualmente Nolan en, por ejemplo, el “limbo”. A esto sumemos un uso magistral del montaje paralelo para desarrollar la acción y generar tensión en cuatro líneas distintas, en algunas distendiendo el tiempo y en otros en sincronía. El hecho de que esto se comprenda perfectamente, al igual que algunas secuencias de acción, como la primera persecución o la pelea en el corredor del hotel a diferencia de aquellas en la montaña, que son más irregulares, demuestran el virtuosismo de Nolan desde lo técnico. También en la acción es donde se lucen particularmente Joseph Gordon-Levitt o Tom Hardy, cuyos personajes forman parte del equipo de Cobb.  Nos queda el final que, en definitiva, es tan ambiguo pero peor resuelto que el de “La Isla Siniestra” (2010)  de Martin Scorsese. Es el espectador en el que se “planta” la idea, en función de la interpretación que es una ruptura de la cuarta pared al ver el tótem de Cobb en el plano final, que es todo lo que se va a decir para no arruinar la trama. En definitiva, no se trata ni de una “peliculita palomera” ni de un “clásico”, pero el filme de Nolan contiene muchas ideas que, cuando fluyen, demuestran el enorme talento de un director que nunca va a dejar de despertar interés; aun asi a 10 años vale mucho la pena.

 
Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodistica. 

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