Estación Zombie 2: Península | República Cinéfila
La secuela de “Estación Zombie: Tren a Busan” (2016) narra el regreso a una península coreana devastada por una plaga zombi. La lograda cinta llama la atención por el modo en que representa el temor hacia los contagios y la relación entre los sobrevivientes, y cómo puede leerse desde la realidad de la pandemia. “¡Es una marcha!” dice uno de los personajes de “Estación Zombie 2: Península”, que no Ibérica, al ver pasar una columna de zombis que caminan tambaleantes rumbo a Dios sabe qué.
En la era Covid-19, es mejor mantenerse alejado de las procesiones zombi, lo mismo que en “Península”, la esperada secuela de “Tren a Busan”, que llego a los cines el pasado viernes 6 de noviembre. A modo de consuelo, podemos decirnos que el paisaje post apocalíptico de esta secuela es mucho más desolador que el de un festival con aforo reducido. Por si acaso, no pondremos la televisión. Ha pasado casi un lustro desde aquel viaje en tren a bordo del tren Seúl-Busan, y Corea del Sur, que no la del Norte protegida por su inviolable frontera, ha quedado totalmente aislada, en estricta cuarentena, y vaciada de personas vivas. A un grupo de exiliados, refugiados en Hong-Kong, donde son maltratados por los chinos, les ofrecen volver a Corea para hacerse con un furgón cargado de dólares que ha quedado abandonado, sin más vigilancia que esas hordas de zombis que no ven tres en un burro cuando se pone el sol, aunque conserven buen oído para detectar cualquier atisbo de carne fresca en movimiento.
Aunque en su prólogo, “Península” amaga por convertirse en una secuela marítima, cosa que ya se ha visto –por ejemplo en “[Rec 4]”–, el cineasta coreano Yeon Seong-ho, es todo un romántico enamorado de las ruinas, prefirió convertirla en una película post-apocalíptica, de esas que no hemos visto pocas. Una decisión que bien podría ser el principal talón de Aquiles de esta segunda entrega de zombis con ojos rasgados. Tanto “Seoul Station” (2016), precuela animada de “Tren a Busan”, como la susodicha venían cargadas de una crítica social que aquí lógicamente queda en casi nada, porque no estamos hablando ya de la misma sociedad. La primera parte incidía en las vidas de los desamparados, y aludía al inminente colapso del sistema, amén de resultar muy original por llevar los zombis al terreno de la animación para adultos que el propio Yeon Seong-ho puso sobre la mesa del mercado internacional con películas tan notables como “The King of Pigs” (2011) o “The Fake” (2013).
El protagonista de “Tren a Busan”, que supuso el salto a la acción real del mismo director, era un ejecutivo que parecía la viva encarnación del liberalismo económico; su viaje, a través del Apocalipsis zombi, consistía, además de sobrevivir, en recuperar algo de humanidad y el amor de su hija, que ya no podía seguir comprando con regalos sin alma. Una de las claves del éxito de “Tren a Busan”, acaso allanado por el paso Rompenieves, consistía en que, para encontrar precursores de zombis en tren, prácticamente había que remontar a “Pánico en el Transiberiano” (Eugenio Martín, 1972), gran clásico del fantaterror de España que, dicho sea de paso, supuso al público un trauma infantil del que todavía no se han recuperado: aparecía con los ojos en blanco el alopécico Telly Savalas, en aquel momento muy popular por la teleserie “Kojack”, que dio para un chupachup, que le ha sobrevivido. La idea de meter zombis en un tren lanzado a toda máquina hacia el desastre tenía inédita frescura, y Seong-ho supo sacarle el mayor provecho, aprovechando todas las posibilidades de ese alargado espacio rodante. En esta ocasión, por mucho que uno comparta la teoría de las ruinas del nazi Albert Speer, la impresión que dejan todos esos coches abandonados, esos puentes quebrados y esa vegetación invasiva, es la de un solemne déjà vu.
El amago de incluir un remedo de “Heist Movie”, con unos personajes poco o mal explotados, no acaba de remediarlo. Tampoco las infantiles carreras de coches. Aunque carece del corazón o ingenio que impulsaron a su predecesora, cediendo ante el espectáculo genérico, predecible y autoindulgente. “Estación Zombie 2: Península” es la película menos gratificante de la saga hasta el momento. Un pastiche de elementos que, en esta ocasión, si hemos visto ejecutados con mucha mayor destreza en el pasado. Desde luego, ésta no será última vez que regresemos a la “Península” y la secuela cumple con el cometido de seguir expandiendo este universo, así que confiamos en que las lecciones adquiridas y la habilidad de Yeon Sang-ho podrán poner de vuelta a esta franquicia en la dirección correcta. Un mundo corrompido donde la verdadera amenaza para la humanidad sigue siendo la propia humanidad. Al menos debemos concederle crédito al cineasta Yeon Sang-ho, quien también coescribe esta secuela junto a Park Joo-Suk, por explorar tres acercamientos distintos a una misma franquicia dentro de una industria que suele privilegiar la repetición para no correr riesgos.
“Seoul Station” nos presentó un drama social que desarrolla en los albores de una pesadilla distópica, con una crítica mordaz sobre las desigualdades, la falta de empatía y el costo de la negligencia; “Tren a Busán” es un clásico thriller de supervivencia donde la codicia empresarial derivada en la destrucción literal de la civilización; y “Estación Zombie 2: Península” es un intento de blockbuster, con sus momentos abiertamente lacrimógenos, acerca de la pérdida de un sentido de pertenencia por la falta de un hogar, una familia o un país. En la sinopsis oficial en la interesante y llamativa trama de esta historia, cuatro años después del estallido de la pandemia, el país de Corea del Sur permanece como un territorio aislado de forma permanente del resto del mundo. Los pocos afortunados que consiguieron escapar a tiempo de la “Península” son tratados abiertamente de forma xenofóbica y no poseen ningún prospecto real de futuro en las naciones que decidieron acogerlos. Entre ellos, se encuentra el ex militar Jung-Seok (Gang Dong-won), un caparazón sombrío del hombre que solía ser, abrumado aún por la culpa del superviviente. Pero dicha cuarentena perpetúa sobre la otrora poderosa nación asiática representa una mina de oro para los cazarrecompensas. el personaje de Jung-Seok y otros refugiados surcoreanos reciben la propuesta de adentrarse nuevamente en su nación natal para recuperar un cargamento con $20 millones de dólares, a cambio de la mitad del botín. Sin embargo, allí descubrirán que el verdadero peligro no radica en los muertos vivientes, sino en otros sobrevivientes que han creado un nuevo orden en este infierno desolado.