CineOpiniónRepública CinéfilaReseñas

Top Gun: Maverick | República Cinéfila

Mas vale tarde que nunca y Tom Cruise lo sabe en su rol de eterno joven héroe, porque en su momento Hollywood puso en el gusto del público masivo la primera película de Top Gun en el año de 1986, cuando solo vio la superficie de Top Gun y la acogió como una cinta patriotera sobre unos hombres sexys y rudos que quieren ser los mejores pilotos de combate y que luchan contra unos enemigos anónimos procedentes de la Unión Soviética, tema muy típico en el mundo del cine hollywoodense en el contexto de la guerra fría en los años 80s. ¿El resultado? Una de las películas más taquilleras de la década de los ochenta.

Ahora, con el afán de reciclar todos y cada uno de los productos exitosos del pasado, para aprovecharse de una nostalgia desmedida por los Cazafantasmas y demás cosas extrañas, regresan a la pantalla gigante Maverick, esta vez con un nuevo grupo de pilotos en una nueva entrega de Top Gun.

Más que una secuela, esta cinta es una “recuela” que es el término extraído de la nueva versión de Scream (2022) para denominar a los remakes que se disfrazan de secuelas. En ella, Maverick sigue siendo capitán después de haber pasado más de treinta años y, como era de esperarse Charlie quedó en el olvido más no sus amigos, Iceman y Goose.

Como si se tratara de Hal Jordan el hombre sin miedo que se esconde detrás del uniforme del superhéroe de DC Comics, Linterna Verde, Maverick trabaja como piloto de pruebas y desobedece a Hammer (Ed Harris), su superior, llevando al aire un avión y poniéndose al límite. En vez de ser castigado por su rebeldía e imprudencia, Maverick es llamado por Cyclone (Jon Hamm), para que se convierta en el instructor de un nuevo grupo de jóvenes pilotos y puedan cumplir con una peligrosa misión. Dentro del grupo (ahora más inclusivo) se encuentra Rooster (Miles Teller), el hijo de Goose, quien odia a Maverick por haber dejado morir a su padre y por impedirle avanzar con su carrera, a petición de Carole, la fallecida madre de este, es curioso que los personajes femeninos de la cinta original, como Charlie y Carole, interpretada por Meg Ryan, se encuentren ausentes en esta nueva versión.

Detrás de este encargo está nada menos que Iceman, quien ahora es un alto mando militar, pero que combate con un cáncer terminal, como se puede ver en el filme documental Val (2021), el actor de los filmes Top Secret (1985) y The Doors (1991), padece en la vida real de un cáncer de garganta, de ahí que su aparición en esta película sea breve pero muy contundente y hasta emotiva. Como no puede faltar una contraparte femenina y Kelly McGillis no aparece en esta cinta, la actriz Jennifer Connelly es la encargada de llenar el vacío.

Connelly interpreta a Penny, un supuesto antiguo amor en la vida de Maverick y quien ahora se dedica a administrar el bar que frecuentan los pilotos. Ahora que Charlie (y Iceman) ya no están en su vida, Maverick intentará sentar cabeza con la madre de una pequeña hija que le advierte al instructor que no le vaya a romper el corazón. El director Joseph Kosinski, encargado de reciclar Tron, el clásico de culto ochentero, se toma en serio la historia de Top Gun y nos entrega unas sorprendentes secuencias de acción que dejan de lado los efectos especiales por computador ya que Cruise realiza muchas de las acrobacias aéreas sin recurrir a un doble. Sin embargo, pese a que esta cinta es mucho más elaborada y contundente que su predecesora, el espíritu patriotero que ya era odioso en 1986, ahora lo es mucho más. Y aquellos que extrañaban el juego de voleibol homoerótico ambientado con la clásica canción Playing With the Boys del cantautor Kenny Loggins, ahora disfrutarán de un juego de fútbol americano en la playa, con los jóvenes pilotos descamisados buscando “conectar”.

A propósito del nuevo grupo, este incluye a Hangman, un joven rubio y engreído que reemplaza a Iceman, y a Bob (Lewis Pullman), un joven reservado y tímido, que reemplaza a Goose. Eso quiere decir que el impulsivo Rooster viene a ser el equivalente de Maverick, en este equipo de jóvenes titanes (o avengers) encargados de continuar con el legado dejado por Maverick, Iceman y Goose.

La cantante Lady Gaga nos entrega una nueva canción para la recuela de Top Gun, pero lo que vamos a escuchar durante más de dos horas, es a Kenny Loggins interpretando su rockero hit musical Danger Zone y el formidable tema instrumental Top Gun Anthem del compositor Giorgio Moroder junto al guitarrista Steve Stevens (mano derecha de Billy Idol), que convirtieron a la banda sonora de la película original en un éxito descomunal. Top Gun: Maverick es una cinta muy entretenida y hasta nostálgica, pero sin lugar a dudas no es una obra maestra del cine de acción como algunos afirman, ya que ese título va para la subvalorada Mission: Impossible Fallout (2019).

Los fanáticos del cine basura de los ochenta estamos esperando que esta actualización del cine bélico patriotero abra las puertas para una nueva versión de la entrañable cinta de Iron Eagle (1986), ojalá con subtexto sexual y manteniendo la música de la banda inglesa rockera Queen. Actualmente existe una tendencia en las redes sociales, sobre todo en Twitter, que considera que con tal o cual estreno el cine revive y se salva, lo que implica que la mayor parte del tiempo el cine está condenado, cuando ya no directamente muerto. Ocurrió con la extraordinaria pelicula Licorice Pizza (2021), y ocurre ahora con Top Gun: Maverick, secuela tardía de aquel clásico de 1986 dirigido por Tony Scott. Se entiende que en las redes la mayoría de las expresiones están exageradas, distorsionadas por un entusiasmo a veces actuado, y entrar en conflicto con la exactitud de esas declaraciones es un ejercicio bastante estéril. Sin embargo, al calor de un estreno fílmico de verano como este, no deja de ser interesante el planteo de que el cine está muerto y cada tanto revive, porque en realidad ocurre otra cosa. Top Gun: Maverick no es una resurrección, sino una confirmación de que el cine sigue vivo, de que nunca se murió. Podrá decirse que es cuestión de perspectivas, y que en el fondo ambas interpretaciones dicen lo mismo. Sí… pero en realidad no. Aunque la silla de director la ocupa ahora Joseph Kosinski, es sabido que el verdadero responsable atrás de esta nueva Top Gun es Tom Cruise, un famoso actor que ha pasado de ser menospreciado a ser calificado por muchos como la última estrella de Hollywood. O al menos, de un Hollywood y un starsystem que ya no tienen lugar en la actualidad.

Cruise representa una manera de hacer películas a la vieja usanza, convirtiéndose él mismo en su doble rol de intérprete y productor en el total centro de enormes espectáculos de acción y aventura con un espíritu clásico, poniéndole literalmente el cuerpo a hazañas que nos remiten a un tiempo más feliz. Si la taquillera saga cinematográfica de Misión Imposible no era suficiente para demostrar esto aunque por supuesto que sí lo es, Cruise vuelve a vestir la chamarra de cuero y los lentes Ray Ban oscuros para encarnar otra vez a Pete “Maverick” Mitchell, el legendario piloto que se convirtió, dentro y fuera de la pantalla, en un icono generacional. A la manera de Sylvester Stallone en Creed o del último Clint Eastwood, la mirada de Cruise sobre el pasado es un equilibrio entre la revisión crítica y el homenaje, entendiendo el paso del tiempo pero, también, la importancia del propio legado. Porque Top Gun: Maverick arranca como un calco-tributo a la cinta original, con el tema Danger Zone de Kenny Loggins sonando mientras los aviones despegan, y una aproximación superficial podría determinar que toda la película se encarga de tachar los casilleros de su antecesora. La llegada de Maverick a Top Gun, el entrenamiento, los conflictos entre pilotos, el romance, la misión. Si la estructura es esencialmente la misma y, como dijimos, al principio todo parece exactamente igual, es porque el propio personaje está detenido ahí, encerrado en la repetición. Después de más de treinta años, Maverick conserva el mismo rango militar y no parece interesado en ascender o retirarse. Entrenar a un nuevo grupo de pilotos para destruir una planta de uranio, una tarea que acepta sin mucha opción, parece ser la manera de seguir activo en el aire. En el camino aparece un viejo amor, pero también una complicación: uno de los pilotos a su cargo, Rooster (Miles Teller), no es otro que el hijo de Goose, antiguo compañero y amigo fallecido en la primera película. El pasado no resuelto irrumpe en la vida rutinaria de Maverick y lo lleva a replantearse su lugar dentro de la historia.

Tom Cruise plays Capt. Pete “Maverick” Mitchell in Top Gun: Maverick from Paramount Pictures, Skydance and Jerry Bruckheimer Films.

Mi 8.5 de calificación a esta secuela que nos lleva la misión de destruir un búnker secreto lleno de uranio que hay que reducir a escombros. Al comienzo de Top Gun: Maverick, nuestro hombre, Pete «Maverick» Mitchell (Tom Cruise) está trabajando como piloto de pruebas. Todavía tiene rango de capitán: han pasado más de 30 años y su carrera ha avanzado muy poco. Es culpa de su reputación porque el hombre es famoso por abandonar el protocolo para seguir sus propios instintos. Después de todo, por algo es «Maverick» (“rebelde”) que no nació exactamente para cumplir las reglas.

No tiene problema para pilotear un avión a Mach 10, poniéndose en peligro sin ninguna prevención. El riesgo de bajas tampoco le importa como en la primera película, en la que perdió a su compañero Goose en un trágico accidente: fruto amargo, y kármico, de jugar demasiado rápido y demasiado al borde de las reglas. La diferencia entre el Maverick de la Top Gun de 1986 y el de esta nueva secuela a cargo del arquitecto y cineasta Joseph Kosinski, más allá de que Cruise haya envejecido un par de años, es que la primera película era juvenil de espíritu. Los personajes eran osados y tercos a morir porque, sí, son jóvenes. Eran alumnos de escuela del programa Top Gun que le da título a la película tenía esa premisa: capturar la energía salvaje de la juventud, sin atenuar en lo más mínimo la falta de miedo a la muerte, y con ella hacer buenos militares estadounidenses, profesionales obedientes y conscientes de las regulaciones pero que, al mismo tiempo, fueran valientes.

La lección, apropiada para la era de la Guerra Fría en la década de los años 80, es que el individualismo debía ser celebrado y, bueno, también restringido. En Top Gun: Maverick vemos en qué se convierten estos niños devenidos hombres apegados a las restricciones de lo que llamamos habitualmente una “carrera”. “Iceman”, el antagonista de Cruise, interpretado en aquel entonces tanto como ahora por Val Kilmer se convirtió en un comandante con una familia, una casa grande y, a pesar de la enfermedad que sufre, el prestigio y sabiduría que otorga una larga carrera. “Maverick”, en cambio, no logró salir del mazo. El precio de desviarse del camino trillado es una forma de la gloria individual que consiste en no tener hijos ni residencia permanente, contar apenas con el dinero para sobrevivir, tener una reputación irregular y estar laboralmente siempre en la cuerda floja, como un adolescente eterno.

Pero de alguna manera es él, y no Iceman, el personaje que se supone que nos gustaría ser. Últimamente se habla de las películas de Cruise como metáforas del mismo actor, o al menos de su punto de vista sobre lo que significa ser una estrella de Hollywood en una época que borró por completo qué quería decir eso. La voluntad de coquetear con el fracaso, y con la inseguridad necesaria para hacer que el fracaso parezca posible, sigue siendo uno de los atractivos fundamentales de Cruise. Pero en Top Gun: Maverick lo encontramos en modo “déjenme mostrarles cómo se hace”. Aquí el estudiante se convierte en maestro. Maverick regresa al programa Top Gun para entrenar a un equipo de jóvenes ases en ciernes, entre ellos el problemático Rooster (Miles Teller) y un sabelotodo que se hace llamar Hangman (Glen Powell). Estos jóvenes campeones interpretan su propia versión del dilema Maverick vs. Iceman. En verdad Powell, más bajo que Teller en estatura y bendecido con una sonrisa demasiado perfecta, es el más Cruise de todos. Pero el equilibrio ha cambiado. Su personaje es una especie de Iceman, uno de esos winners que realmente no podés admirar, porque todos preferimos creerle al tapado que enfrenta la adversidad y no al que viene de fábrica señalado para el éxito, pero que nunca se topó con un adversario digno.

Y Teller hace su parte para darnos un Rooster insportable pero valioso, que se abre camino entre sus habilidades naturales y su falta de confianza en sí mismo. Él y Maverick tienen historia en común, y en buena medida este es propio viaje tanto como el del hombre mayor. Pero no tanto. Esta no es Top Gun: Rooster. La misión sobre la que gira la película, por supuesto, es imposible, y todo se trata de argumentar su total inverosimilitud. Y sin embargo, incluso en una película que en muchos sentidos sigue perfectamente el modelo de la original, nos quedamos con la boca abierta pensando que no lo van a lograr. Una vez más, las propias vulnerabilidades de Cruise valen mucho, al igual que las de Maverick.

Esta es una película ambientada en los albores de la automatización. Un día, dentro de poco, los aviones no van a necesitar pilotos. Si ponés a un piloto en la cabina, el resultado va a ser un error humano. Esta es una perspectiva aterradora para Maverick, pero se puede ver cómo la burocracia llegó a pensar así (quien representa este punto de vista en la película es un Jon Hamm maravillosamente desprovisto de sentido del humor). Cuando las máquinas se rebelan, nos aterrorizamos. Cuando la gente se rebela, aplaudimos, a menos que se nos pongan en contra. Uno de los rasgos esenciales de la franquicia Top Gun desde el principio es el dominio del hombre sobre la máquina, un dominio similar a una forma de rebelión.

Top Gun siempre fue a la vez una historia de jóvenes que rompen las reglas y de aviones que rompen cómodamente la barrera del sonido porque los pilotos que los vuelan tienen un control increíble sobre ellos. Lo más emocionante de Top Gun: Maverick es la idea de que el caos que aporta el ser humano es una forma de dominio sobre el acero, el aire, todo lo demás. No es de extrañar que las escenas de entrenamiento sean un poco rudimentarias al principio: tomas aleatorias de aviones pirueteando intercaladas con planos cercanos de motores a reacción que pretenden hacernos creer que algo está sucediendo realmente allá arriba.

Después estas secuencias se vuelven gradualmente más nítidas, hasta hacernos sentir como si estuviéramos jugando un juego de rol. Y no: no tiene mucho sentido que un grupo de jóvenes arriesgue su vida para completar una tarea imposible, que casi requiere que rompan sus máquinas para salvar el mundo o, bueno, salvar a Estados Unidos. Así que no queda claro el dilema. Si quieren a un tipo como Maverick controlando las máquinas en lugar de que las máquinas se controlen solas, claramente estás propiciando que ocurra un accidente, pero las emociones valen la pena.

La película efectivamente presupone, y con razón, que vamos a estar del lado de Tom Cruise y no del de una máquina. Queremos una película sobre la mentalidad de equipo, la superación de las adversidades y la ruptura de nuestros propios límites. No queremos una película sobre robots que se abren camino en una guerra. Pero esta es una idea que solo funciona realmente si le sacás a la guerra todo lo que la hace demasiado humana. Eso es lo que siempre me pareció extraño de Top Gun. Cuando el combate es real, la película todavía parece narrar un simulacro, un entrenamiento. Es curioso que, en una película sobre el poderío y la maestría militar estadounidense, y sobre la preparación de soldados para la guerra, las misiones de entrenamiento y la misión real se entremezclan hasta tal punto en la visión del espectador. “El enemigo” todavía nos parece algo que está entre comillas, un simulacro. Maverick es menos surrealista en ese sentido, pero apenas.

Los aviones que “el enemigo” está volando se parecen terriblemente a los Su-57 rusos, que son cazas furtivos en toda regla, incluso si esta película no es explícitamente sobre Rusia como amenaza militar. En el lenguaje de juguetería de la película, se los llama “aviones de asalto enemigos”. Sus pilotos apenas si son seres humanos, son cuerpos cubiertos con uniforme y casco, sin voz, rostro o miedo. Esta es la ilusión que Top Gun necesita sostener. Pero hay otras cosas. Está la soledad de Maverick, y las chispas reavivadas con Penelope (Jennifer Connelly), un vínculo romántico que viene de una vieja historia, él la había dejado en otra ocasión. Está todo ese uranio que los alumnos de Maverick deben aprender a hacer explotar por el bien de la OTAN. También está el problema de la finitud, cuyo presagio se cierne sobre Maverick a través de sus recuerdos de Goose y Iceman.

Monica Barbaro and Tom Cruise on the set of Top Gun: Maverick from Paramount Pictures, Skydance and Jerry Bruckheimer Films.

La única escena de Kilmer en la película es una especie de tributo conmovedor a la carrera icónica del actor que por culpa de la enfermedad del cáncer de garganta que padece perdió la voz en el año de 2015. Esta película, en definitiva, le da un buen relustre a la cinta original del año 1986, con el impulso, igual que en la original, de una estrella condenada a ser por siempre una estrella. La gran misión es el momento más emocionante; la preparación vale la pena. Cuando Maverick sigue sus instintos, tiende a meterse en líos, como cuando a último minuto aparece un problema que necesita un tramo extra de acción frenética, con un avión ya convertido en chatarra y un poco de construcción edulcorada del personaje. “El enemigo” en esta película tiene una forma curiosa de aparecer y desaparecer cuando es conveniente, como si la película estuviera admitiendo que todo es una mera simulación, una especie de cosplay del héroe que se adentra en el simulacro de su propia gloria.

Digna continuación en la filmografía de Tom Cruise. En Top Gun: Maverick se dan la mano la espectacularidad y la sencillez, con secuencias de vuelo filmadas y montadas de manera apasionante sobre un fondo humano de redención y segundas oportunidades. Cuando las convicciones de Maverick entran en crisis, la película crece y logra separarse de los peligros de la nostalgia (que no es mala si está argumentada), con una segunda mitad que arrastra al espectador sin respiro entre la vitalidad y la emoción. Si todo resulta creíble es gracias a la conciencia que tienen Kosinski y Cruise de la importancia de los efectos prácticos, del componente humano frente al abuso de CGI inerte que predomina por estos días. El nervio de las escenas se vuelve palpable y el clasicismo a la hora de narrar organiza la historia con fluidez y sin desbordes autorales. En el centro de todo, por supuesto, la presencia de Tom Cruise funciona como garantía de fisicidad y compromiso actoral. Tom corriendo, Tom piloteando, Tom jugando al vóley, Tom persiguiendo aviones con su moto. Una figura que se resiste a extinguirse, como el propio Maverick, y que es la prueba necesaria de que el cine sigue vivo y tiene para rato. Porque más allá de todos sus temas evidentes, de lo que habla Top Gun: Maverick es de la permanencia del cine como estandarte y resistencia. Y de lo felices que somos cuando podemos atestiguarlo.

Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística. 

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

SiteLock
LATEST NEWS
Verificado por MonsterInsights