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Ozark | República Cinéfila

Aún con sus desniveles y el dilema eterno de no parecerse mucho a Breaking Bad –o más bien, solo lo suficiente-, Ozark ha sido y continúa siendo una serie televisiva ciertamente apasionante.

Lo ha conseguido en buena medida a una estética particular, donde la banda sonora juega un rol relevante; una construcción narrativa que parte de lo familiar para ir hacia lo comunitario; y un humor sumamente ácido, particularmente desde el personaje de Marty Byrde (Jason Bateman). Pero no hay que olvidarse de su dinamismo narrativo, esa progresión constante, donde los distintos juegos de poder criminales en los que participan los protagonistas cambian constantemente, con nuevos movimientos en cada capítulo. Ozark ha gustado al público y a la crítica globalmente en Netflix con la trama de un asesor financiero (Bateman) en la ciudad de Chicago que sigilosamente ha lavado dinero para un cártel de drogas mexicano en Estados Unidos, debe desarraigar rápidamente a sus hijos y mover su operación a The Ozarks, después de que las estafas de su socio son descubiertas. Ahí, se enfrentará a un traficante de drogas local cuyo negocio interrumpe de forma involuntaria y a un clan de rufianes liderados por su sobrina de 19 años, que quieren su dinero, mientras que al mismo tiempo evitará estar en la mira de un tenaz agente del FBI.

Él debe completar la operación de lavado de dinero para salvar la vida de su familia, mientras que ellos luchan por encontrar su propio camino en este extraño estilo de vida. Ozark es protagonizada en la primera y segunda temporadas por Jason Bateman, Laura Linney, Sofia Hublitz, Skylar Gaertner, Julia Garner, Jordana Spiro, Jason Butler Harner, Esai Morales, Peter Mullan y Lisa Emery. Dirigida por Jason Bateman, Daniel Sackheim, Ellen Kuras y Andrew Bernstein. Producida por Patrick Markey. Producción Ejecutiva por Jason Bateman, Chris Mundy, Bill Dubuque y Mark Williams.

Es una producción de Media Rights Capital and Aggregate Films. Lo cierto es que en su emocionante tercera temporada hay un retroceso en el fondo de la historia, esta última característica, porque durante buena parte de su recorrido la serie presenta un comportamiento un tanto errático, como si no tuviera claro hacia dónde avanzar y de qué forma. Esto no deja de ser paradójico: en su tercera entrega, Ozark se propone contar muchas cosas, cambiando los ejes del conflicto cada tres o cuatro episodios, y posiblemente eso termine atentando contra sus propósitos. Es que si bien los primeros capítulos arrancan perfilando todo para el lado de una guerra interna entre Marty y Wendy (Laura Linney), donde los intereses están claramente contrapuestos, ese enfrentamiento se termina de forma bastante abrupta, con Wendy saliendo mejor parada. Luego se insinúa una posible alianza entre Wendy y Helen Pierce (Janet McTeer), la despiadada abogada del cartel de Navarro, con el mismísimo jefe narco como eje, pero eso también se disuelve rápido.

Es en la segunda mitad y especialmente el último tercio donde aparece un centro conflictivo claro, con una especie de Guerra Fría entre los Byrde y Helen, en la cual cada parte trata de mostrarse más útil para Navarro. En el medio, la serie se pierde de desarrollar apropiadamente los dilemas que atraviesan los integrantes de la familia Byrde, particularmente en el caso de Marty, que solo tiene un capítulo (Boss fight) con mayor centralidad y en muchos episodios queda relegado a un papel casi funcional a distintas subtramas. Quizás sea porque esta temporada se trató, esencialmente, del lado materno de la familia. Por eso el personaje más interesante –por lo disruptivo- termina siendo Ben Davis (excelente Tom Pelphrey), el hermano bipolar de Wendy, quien entra y sale para alterar todo. Son su carácter, actitudes y acciones erráticas los que sacan adelante la serie, los que construyen conflictividad y hasta vínculos afectivos profundos, especialmente en la relación romántica que entabla con Ruth Langmore (Julia Garner). Esta última subtrama va adquiriendo visos de tragedia y se retroalimenta con otro romance, casi bizarro pero tratado con perfecta naturalidad, que es el de Darlene Snell (Lisa Emery) y Wyatt Langmore (Charlie Tahan). Quizás lo más atractivo de la tercera temporada de Ozark –además de su shockeante escena final- sea cómo deja todo abierto para una cuarta temporada que tiene todo sumamente servido para escalar bien arriba sus apuestas. No solo por los nuevos vínculos entre el matrimonio Byrde y Navarro, sino también por otras alianzas criminales y choques familiares que se van perfilando. A nivel general, funciona más como una especie de transición, un puente hacia confrontaciones más potentes que las que tuvieron lugar en esta entrega.

Si Ozark pareció ser siempre una especie de Breaking Bad en clave familiar y comunitaria, con una coralidad de protagonistas para exponer la progresiva degradación moral hasta llegar finalmente a la etapa de amoralidad, esta primera parte de la que será la cuarta y última temporada parece querer llevar esa tesis al extremo de su concreción. No es que la amoralidad sea absoluta e irrevocable, pero la sensación es que cada personaje opera en su propia esfera de interés, sin importarle las repercusiones de sus acciones y perspectivas, hasta que son otros los que tienen que alertarlos sobre las consecuencias de lo que hacen o piensa.

Aunque claro, esos otros incurren en el mismo error, en juego constante de “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”. Por eso tenemos a Wendy corrigiendo indignada a Marty cuando este se muestra admirado de que su hijo está lavando guita cuando todavía no llegó a la mayoría de edad, aunque ella misma incurra en todo tipo de manipulaciones horribles para mantener al joven en el nido. Pero, además, empieza a emerger una referencia de forma más clara que ya estaba patente en las temporadas previas, que es la de El Padrino III, donde Michael Corleone hacía todos los esfuerzos posibles –e infructuosos- para terminar de legitimarse y salir de la esfera ilegal, pero también de esa existencia donde su vida estaba en constante riesgo.

Acá el primero que quiere salirse es Omar Navarro, el jefe del cartel para el que trabajan Marty y Wendy, aunque pidiendo algo casi imposible, que es que esa salida sea sin pagar costos personales. Atrás de él también quieren hacer lo mismo los propios Marty y Wendy, con un elaborado trabajo de legitimación no solo económica y financiera, sino también política, con la intención de llegar a ser la familia más poderosa de la región. Y algo parecido busca hacer Ruth, quien, como ella misma confiesa, es lo suficientemente inteligente para saber que tiene una vida de mierda, pero no tanto como para escapar de ella. A todos, de distintas formas, les sucede algo similar a Corleone, que en un momento de furia decía “justo cuando creía que estaba fuera, me arrastran de nuevo adentro”. Ahí quizás hay una diferencia sustancial con el Walter White de Breaking Bad, que llegaba a decir que quería armar un “imperio” sostenido en su fórmula de metanfetamina. El imperio que quieren Marty y Wendy –de la mano de la salida de Navarro- es uno de respetabilidad, donde no se noten las manchas de sangre, droga y dinero sucio.

Lo de Ruth es menos ambicioso, aunque también implique dejar atrás un pasado cargado de crímenes. Sin embargo, los siete episodios son un frenético recorrido para mostrar que eso es prácticamente imposible, en particular por el surgimiento de Javi, el sobrino de Navarro, un nuevo personaje que progresivamente se va convirtiendo en el nuevo y gran antagonista de la serie. Si en la tercera temporada fue Ben, el hermano de Wendy, que el que aportaba la mayor dosis de imprevisibilidad, aquí es Javi, aunque de una forma mucho más brutal y decidida, porque su accionar compite con los caprichos violentos de los demás. Esa competencia de arbitrariedades desde la violencia -física, pero también psicológica y afectiva- es utilizada a favor para esta primera mitad de la última temporada, que es ciertamente un viaje vertiginoso y cautivante. Y que nos deja con unas cuantas dudas importantes: no solo cómo va a seguir ese enfrentamiento con esa fuerza centrípeta que es el personaje de Javi, sino también con ese choque automovilístico donde los Byrde la pasan muy mal, y del cual aún no sabemos en qué circunstancias específicas ocurre. La segunda y última parte, que clausurará Ozark, luce por eso aún más impredecible.

Ozark
Ozark. Julia Garner as Ruth Langmore in Season 4 Part 2 Episode 2 of Ozark. Cr. Tina Rowden/Netflix © 2022

En esa carrera frenética que emprendió el matrimonio Byrde por sobrevivir y al mismo tiempo triunfar sobre cualquier enemigo -que incluso antes pudo ser aliado- que se les cruce en el camino, Ozark eligió un final que, dependiendo del cristal con que se lo mire, es arriesgado y facilista a la vez. Arriesgado al esquivar el esquema de castigo/tragedia de la aclamada serie televisiva Breaking Bad o la clásica película de El Padrino (1972), eligiendo un recorrido donde la maldad y criminalidad tienen su premio a pesar de las dificultades y/o miserias. Facilista al abordar el verdadero conflicto central de la última temporada, que es la chance de disolución del núcleo familiar, escogiendo una salida donde algunas resoluciones son excesivamente simples y dejan demasiados cabos sueltos. Hubo, es cierto, unas cuantas instancias de bienvenida ambigüedad en estos siete capítulos finales, que incluso introdujeron situaciones donde Marty (Jason Bateman) y Wendy (Laura Linney) lucieron acorralados e incluso desconcertados, casi sin respuestas. En particular a través del accionar de Ruth Langmore (Julia Garner), cuyas decisiones mostraron un deseo por salir del universo ilegal -a pesar de la brutalidad que exhibe en el primer episodio, The Cousin of Death-, aunque la vía que elige sea más una legitimación social que una redención ética y moral, un último intento de escape que no es tan escape, sino un reposicionamiento eventualmente infructuoso. Eso también sucede a partir del arribo a la ciudad de Nathan Davis (Richard Thomas), el padre de Wendy, que busca respuestas sobre la desaparición de su hijo, pero que también se propone luego disputar la custodia de sus nietos, lo cual revive viejos rencores con Wendy y potencia varios choques afectivos. Pero, además, la serie permite el regreso de viejos rostros como los de Rachel (Jordana Spiro) y Darren Goldstein (Charles Wilkes), que se constituyen en fuerzas disruptivas alentadas por la necesidad de saldar cuentas. Todo esto en el marco de la lucha de poderes y liderazgos que se entabla dentro del cartel Navarro, donde surge un personaje más que interesante como es el de Camila Elizonndro (Verónica Falcón), que se mostrará como alguien vengativa y a la vez calculadora, tan despiadada como fríamente pensante. En toda esa sucesión de tramas y subtramas, Marty y Wendy serán nuevamente equilibristas que tratan de lidiar con todos sin descuidar sus propios intereses y, al mismo tiempo, procurando superar sus propios tormentos personales. Allí es donde el primero adquiere un desarrollo más aceitado, no tanto por sus decisiones, sino por sus indecisiones, por la frustración que acarrea a partir de sentir que, arrastrado por Wendy, no es decisor de su propio destino, sino rehén de las circunstancias, aunque deba hacerse cargo de su dosis de responsabilidad. En cambio, la segunda emprende un camino sinuoso y ambivalente, no del todo coherente y que por momentos la hace coquetear peligrosamente con el patetismo y la arbitrariedad. Sin embargo, como dijimos antes, el foco conflictivo principal es el familiar, la relación de Marty y Wendy con sus hijos, esa familia que amenaza con estallar en mil pedazos, pagando los costos de las ambiciones de los padres y los caprichos de los hijos, aunque la serie prefiere elegir una resolución donde los cuatro, en cierta forma, se convierten en socios y hasta cómplices. En el reparto de premios y castigos, de ganadores y perdedores, que diseña Ozark para el último episodio, A Hard Way to Go, hay una dosis relevante de polémica que no deja de ser saludable, aunque al mismo tiempo roce el cancherismo y la incoherencia. La última escena, que amaga con dejar a Marty y Wendy en un callejón sin salida, finalmente restaura una armonía frágil, pero armonía al fin, que igualmente deja dudas sobre su pertinencia en relación con la estructura narrativa que se vio previamente. Más que los protagonistas, es la propia serie de televisión la que paga algunos costos importantes para arribar a la clausura que se propone como meta.

Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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