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El Teléfono Negro | República Cinéfila

El director Scott Derrickson adapta una historia corta de un cuento del escritor Joe HillEl Teléfono Negro” y vuelve a demostrar su gran habilidad para equilibrar los momentos de alta tensión con un drama de crecimiento, porque no es una regla matemática, pero, por lo general, las grandes historias de terror siempre esconden un drama íntimo, que puede ir de lo existencial a lo familiar, pasando incluso por lo moral.

Eso lo tuvo claro siempre el autor literario Stephen King y, según parece, también Joe Hill, que siguió sus pasos como escritor del género. Y lo mismo cuenta para Scott Derrickson, algo que ya había mostrado en los mejores pasajes de las cintas El Exorcismo de Emily Rose (2005), Sinister (2011) y Líbranos del Mal (2020), y que vuelve a evidenciar en El Teléfono Negro, donde adapta un relato corto de Hill. La trama en la historia de esta película está situada a finales de la década de los años 70, y no de forma arbitraria: hay un juego con las superficies estéticas y sociales que enlazan a la narración con esa época.

La historia se centra en Finney (Mason Thames), cuya vida es la búsqueda de la supervivencia constante: en la escuela, trata siempre de ocultarse o huir de una pandilla que lo busca para usarlo de puching-ball, mientras suspira enamorado por una compañera; en el hogar, debe soportar a un padre (Jeremy Davies) que justifica su alcoholismo y su instinto golpeador en su viudez. Su único respaldo es su hermana pequeña, Gwen (Madeleine McGraw), con quien se cuidan mutuamente y tiene un lazo inquebrantable. En medio de todo eso, rondan las noticias sobre los secuestros de unos niños que se relacionan con un criminal a quien los medios y también la comunidad llaman El Arrebatador.

Hasta que el propio Finney es secuestrado y se encontrará cara a cara con ese temible hombre (Ethan Hawke), demostrando este formidable actor norteamericano que histrionicamente una vez más que es un todoterreno, que porta una máscara que refuerza su carácter siniestro. Sin embargo, contará con una ayuda inesperada: en el sótano a prueba de sonido donde se encuentra encerrado, comienza a recibir llamadas desde un teléfono desconectado que provienen de las víctimas anteriores del asesino. Derrickson se encuentra frente a un objetivo desafiante, que es el de equilibrar el drama interior del protagonista con la estructura de thriller y el universo sobrenatural que se va configurando con el relato. El competente realizador cinematográfico lo logra con creces a partir de una puesta en escena que privilegia en primer lugar lo dramático y el punto de vista de Finney antes que las idas y vueltas del guion. Pero, además, le da un gran espacio a Gwen, quien funciona como complemento de la trama en todo sentido: desde lo policial hasta lo terrorífico, pero también, incluso, lo humorístico.

Lo último es quizás lo más inesperado y estimulante de este formidable filme El Teléfono Negro: cómo, en pasajes puntuales, se permite adentrarse en la comedia negra, sin ser para nada sutil, pero sí sumamente efectiva. De esa forma, equilibra lo humano con un mecanismo de relojería que a priori podría sonar un tanto forzado, pero que consigue ser creíble. Es cierto que El Teléfono Negro recurre a algunos chiches visuales un tanto exhibicionistas y que redunda en ciertas explicaciones del universo que construye, lo cual atenta contra la solidez de la narración. Pero Derrickson no pierde de vista la esencia del cuento que tiene entre manos y se las arregla para ir acumulando tensión minuto a minuto, apoyándose en la presencia de un villano entre enigmático e imprevisible, al que Hawke interpreta haciendo el equilibrio justo entre lo errático y amenazante. Y, de la mano de ese creciente suspenso, enmarcado en una época donde la violencia era un factor predominante, logra darles las entidades apropiadas a esos dos hermanos que, juntos, se enfrentan contra todos los horrores de un mundo hostil. Sin ser una maravilla, El Teléfono Negro nos recuerda la capacidad de conmover que están subyacentes en las atmósferas terroríficas. Derrickson vuelve al genero del cine de terror confiándose tanto de logros propios como ajenos, sin echar a perder los primeros.

El Telefono Negro

Le otorgo mi 9 de calificación a esta intensa producción fílmica, y es que hayan ya pasado 11 años desde el estreno de Sinister en 2011 es el factor principal por el que se ha convenido en considerar Black Phone como un acontecimiento del género. Otros aspectos de interés es que su flamante director Scott Derrickson lleva buena parte de esa década sin haber vuelto a acercarse al terror, que esta es su reunión con la compañía fílmica Blumhouse tras Sinister, y que su último filme es el que resolvió dirigir según fue apartado por diferencias creativas de la taquillera cinta Doctor Strange en El Multiverso de La Locura (2022), completada por Sam Raimi.

En todos estos años un canon ensamblado sobre la marcha ha etiquetado Sinister como clásico moderno, y puede que esto último justifique hasta cierto punto cuánto hay de autocomplacencia, de plácida revista de motivos tanteados, en esta adaptación del relato homónimo de Joe Hill, quien es el hijo de Stephen King, claro, y al igual que tantos creadores dispone a placer de los diversos imaginarios propuestos por su padre para confundir variación y explotación. Sobre esta misma encrucijada se levanta consecuentemente la adaptación de Derrickson, volcándose en la infancia, los retorcidos hombres del saco y los globos para combinarlos con una construcción de personajes más o menos elaborada y la preferencia por la emotividad para resolver giros.

Vemos It, vemos Cuenta conmigo, vemos la infancia de poderes psíquicos de El Resplandor (1980), todo pasado por un filtro 70s lejos por suerte de la mitomanía de un Ti West —a Derrickson también le gusta La Matanza de Texas (1974) y el grano, pero prefiere que esto no le devore la película—, más apropiadamente turbio y equívoco. Todo muy seductor, cosa inevitable, especialmente si Derrickson y su coguionista C. Robert Cargill añaden de su cosecha una relectura parcialmente venenosa del coming of age.

En esta película cuya estremecedora historia está ambientada en la ciudad de Colorado en la década de los 70 un psicópata enmascarado secuestra a un tímido chico de 13 años de edad y le encierra en un sótano insonorizado, desde donde no puede pedir ayuda. O, al menos, la ayuda de los vivos. En dicho sótano hay un teléfono de color negro que empieza a sonar; una vez lo descuelga, Finney descubre que puede escuchar las voces de las anteriores víctimas de su captor, y que estas están dispuestas a ayudarle. Porque si todo suena tan bien sobre el papel, si Derrickson se ha trabajado tanto la sensación de vuelta a casa, ¿Cuál es el problema de The Black Phone?

Quizá la ejecución fallida, o el escaso interés en probar cosas del conjunto. El firmante de la lograda cinta El Exorcismo de Emily Rose nunca ha sido un narrador especialmente dotado, asiduo a tramas previsibles y reencuadres de derribo, y sin embargo ha logrado sustentar poco a poco una saludable intuición para la imagen perturbadora. Forzosamente hay que traer de vuelta Sinister y su vigoroso reciclaje del found footage, pero también podemos recordar la visualización de los espasmos demoníacos en Emily Rose o el exorcismo de Líbranos del Mal: todos instantes enérgicos, inyectando electricidad a narraciones sin fuste. The Black Phone tiene una historia solvente, pero rutinaria y autolimitada.

El Teléfono Negro

Y no tiene intuición. No hay ningún interés en volver sobre esa imagen perturbadora. Al contrario, lo que hay es una recuperación de detalles cosméticos que asociaríamos a la “marca Derrickson” —en deliciosa sintonía a lo finalmente ocurrido en El multiverso de la locura con la “marca Raimi”—, despojados de su virulencia y ahogados en el restrictivo campo de juegos en que se ha convertido el legado audiovisual de King. Vuelven los cambios de formato, vuelven los niños sufrientes y vuelven los hits musicales rockeros, en desesperada invocación de una idea de autoría cuyos resultados más visibles son una realización mediocre, un montaje a machetazos y la presunción de crear a un llamativo psicópata para la posteridad solo por tener a un formidable Ethan Hawke con un surtido de varias máscaras distintas. The Black Phone, que cuenta con un par de sustos muy efectivos y algún plano de lograda ternura fantasmal, es por todo ello una película terriblemente intrascendente, que tampoco se merecería un desagrado furibundo si no fuera por la sensación de que su director lo está dando todo en ella, de que se gusta a sí mismo y quiere hacernos partícipes de su ímpetu creativo. Es entonces cuando no queda otra que cuestionar el fenómeno Derrickson, y considerar Sinister una isla a la que se llegó por pura casualidad. Pero con esta cinta el realizador nos gana a base de un bien logrado ambiente de suspenso, terror y hasta de un drama juvenil que toca temas universales, de lo mejor en lo que va de este año 2022.

Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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