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Babylon | República Cinéfila

El joven realizador Damien Chazelle intenta capturar los años locos de Hollywood con una película avasallante y desprejuiciada. No lo logra del todo porque le falta un poco de cariño por lo que cuenta. En los primeros diez minutos de la cinta Babylon tenemos el primer plano del ano de un elefante abriéndose y cagando sobre un par de personajes y a una chica meando sobre el cuerpo y el rostro de un hombre obeso que no es otro que una -poco- disimulada caracterización de Roscoe Arbuckle, aquel comediante del cine mudo cuya carrera comenzó a desbarrancarse luego de verse involucrado en la violación y muerte de una joven aspirante a modelo y actriz.

Así arranca la nueva película de Damien Chazelle, y uno se pregunta con todo derecho cuán tolerable serán las tres horas que restan. El director de grandes cintas como Whiplash (2014) y La La Land (2016), que siempre dejó entrever una especie de furia controlada en su mirada, se despacha aquí sin límite alguno con una serie de atrocidades y explicitudes varias que tienen como fin dar asidero a la serie de rumores y versiones que corrieron sobre el Hollywood de la alocada década de los años 20.

Y lo hace entre enojado y con el aire de un señor escandalizado. Babylon se inscribe en esta movida actual del Hollywood culposo de querer saldar deudas con el Hollywood del pasado, como los recientes filmes Mank (2021) o como Rubia (2022), ambas cintas por cierto producciones cinematograficas de la plataforma Netflix.

Como en el filme Moulin Rouge! (2001) de Baz Luhrmann, Chazelle nos tira de entrada a una fiesta desaforada, que es la revelación de un mundo para el espectador pero, también, para alguno de los personajes. Y si uno tiende a creer que Luhrmann es un director exuberante y desprejuiciado, lo cierto es que Babylon lo deja a la altura de un director pudoroso, solo desmelenado en lo formal. Esa fiesta servirá también para reunir en un mismo espacio a todos los personajes que serán centro en este relato coral: el actor que es la máxima estrella del momento (Brad Pitt), una aspirante a actriz que entra a la fiesta por la ventana (Margot Robbie), un trompetista negro un poco repelido por ese mundo racista (Jovan Adepo), una mujer asiática con dotes de artista de cabaret y un lesbianismo no tolerado socialmente (Li Jun Li) y un joven mexicano que es un mandadero con intenciones de escalar en la industria del cine, y fundamentalmente el intento de centro emocional del relato, de punto de vista que represente al espectador (Diego Calva).

El problema casi mortal de Babylon es que entre tanto miserabilismo, nos resulta casi imposible empatizar con alguno de los personajes. Que Chazelle filma como los dioses, es indudable. Su cine tiene una energía poco habitual en un cine que tiende cada vez más al ascetismo y lo quirúrgico; sus movimientos de cámara que van al compás de la música tienen una vibración que emula en ocasiones la cadencia de ese jazz que tanto le gusta, incluso en su aliento libertario que huele a zapada.

Ese es el espíritu que por momentos se posa sobre el tránsito de una película que va del horror a lo bello, del espanto a la fascinación, de lo más bajo a lo glorioso, de Alejandro González Iñáritu a Paul Thomas Anderson. Así lo entendemos cuando luego de ese comienzo en falso, Chazelle nos lleva en una gran secuencia por un día de rodaje en aquel Hollywood alocado es imposible odiar esta película luego de esa secuencia. Y lo hace con una serie de momentos cómicos que están entre lo más disparatado e inusitado del cine reciente, humor lunático al que el estilo desarrapado de la película le siente perfecto. Locura americana que termina con la cúspide la ñoñería, de una mariposa posándose en el hombro de Brad Pitt.

Tobey Maguire plays James McKay in Babylon from Paramount Pictures.

Esa secuencia concluye diciéndonos y nos dice Chazelle que detrás de toda ese desparpajo y descontrol, de todo ese horror, finalmente la magia del cine sucede y la belleza se captura de forma impensada. Que ese camino incongruente y arduo, en cierta forma, un poco persigue el azar, que no hay control que pueda con la lógica incongruente del arte. Babylon podría terminar ahí y sería una mejor película de la que termina siendo. Pero Chazelle pretende, además, convertir esto en una tragedia, y la comedia lunática da paso a la pesadilla cuando el cambio al cine sonoro y ciertas reglas conservadoras de control sobre las estrellas convierta ese Paraíso en un Infierno, como ese viaje al “culo de Los Angeles” al que nos lleva el extremo personaje de Tobey Maguire en una secuencia que es puro clima pero a la vez pura gratuidad.

El drama de Babylon es que luego de un final que es pesar y desazón, avanza en un epílogo, una suerte de coda, que busca funcionar como funcionaba el final de La La Land, una mirada melancólica que exude cierto romanticismo trágico y que nos devuelva la ilusión sobre lo que vimos. Y no funciona, no porque narrativamente no cumpla, sino porque es imposible que sintamos algo de cariño por lo que acabamos de ver, incluso por ese personaje que mira con dolor y emoción.

Eso que Chazelle nos dice al final ya estaba dicho con el plano de la mariposa, demostración empírica de que a la película le sobran minutos, tal vez horas. Y que filmar desde el desprecio obnubila la mirada. Los criticos y expertos a nivel mundial, más que quejarse sobre la “muerte del cine”, deberían respaldar a las películas que la exploran como la grandilocuente Babylon, asi que no presten atención a las malas lenguas porque esta historia ficcionada sobre los primeros cincuenta años de Hollywood, es todo un épico magistral en un drama de calificación Restringida, situado en un momento decisivo de Hollywood, cuando la industria estaba pasando del cine mudo al sonoro. Sorprendió a propios y extraños con el filme de bajo presupuesto Whiplash en 2014, y arrasó en taquilla y también en los premios Oscar, aunque no se alzó con el de mejor película, con el musical La La Land en 2016.

Y ahora con Babylon, Damien Chazelle afronta su reto más ambicioso con una historia desenfrenada que transcurrre en el Hollywood dorado de los años del cine silente que ha contado con unos 80 millones de dólares de presupuesto. Pero, ni siquiera el contar en su reparto con el gancho de grandes estrellas como Margot Robbie o Brad Pitt ha logrado que, de momento en Estados Unidos, el público se interesara por ella. Apenas ha recaudado 15 millones en cuatro semanas en cartelera. Tres horas de duración, un metraje igual de largo que el del taquillazo que es Avatar: El sentido del agua, puede ser una de las causas de su pinchazo en los cines norteamericanos. Además, las opiniones por parte del público y la crítica también están muy divididas, con fervorosos defensores y detractores. Una buena muestra es el 55 por ciento de críticas positivas que cosecha en la conocida página de Rotten Tomatoes, mientras que las puntuaciones de los espectadores le otorgan una media de 51 puntos.

Tampoco la temporada de premios está ayudando demasiado, con los galardones que entregan las distintas asociaciones de críticos o gremios de la industria decantándose por otros títulos como Los Fabelmans de Steven Spielberg, Todo a la vez en todas partes de los Daniels o Almas en pena de Inisherin de Martin McDonagh. Y es precisamente en ese aspecto, el de haber generado opiniones tan encontradas y diversas, lo que más valora, pese a su fracaso comercial en los cines estadounidenses, su director.

Un Damien Chazelle que, por su parte, cree que es positivo las opiniones tan distintas con las que se ha encontrado. “Es una cosa interesante, cuando haces algo, y luego ver en lo que se convierte (una vez que el cineasta acaba la película) por parte del público, y esto también incluye a los críticos, a todos. Y cada uno va a tener su propia visión de la película. Creo que es legítimo”, ha comentado Chazelle en un artículo para Insider. “Se convierte, en cierta manera, en una película para el mundo”, siguió explicando. “Una película representa un momento en el tiempo y un momento en la historia” y también añadió que “es bueno tener algo que estimule la conversación y el debate con un montón de feroces opiniones en ambos lados.

Nosotros sabíamos que la película iba a alborotar algunas plumas y enojar a algunas personas, pero pienso que eso es bueno. Más películas deberían hacerlo”. La veterana compañia cinematografica hollywoodense Paramount Pictures, distribuidora y coproductora, confía en que tal vez el espectador europeo sepa apreciar algo más esta desatada crónica de las alegrías y miserias de las incipientes estrellas filmicas del cine mudo. Y, para tener la oportunidad de verla entre nosotros, no deberemos esperar demasiado.

Brad Pitt plays Jack Conrad in Babylon from Paramount Pictures.

Mi 8.5 de calificacion al largometraje Babylon, que sin llegar a ser una obra maestra filmica es una mas que buena produccion, recordar que en el año de 1965, el director de cine experimental Kenneth Anger, publicó un libro llamado Hollywood Babylon, que supuestamente describe los excesos y escándalos de la industria del cine de Hollywood, desde sus inicios hasta la década del cincuenta. El libro fue tan controversial y polémico, que terminaría siendo prohibido, para luego ser reeditado diez años después.

Es una lástima que a Anger se le recuerde más por este libro de chismes sórdidos que por sus potentes e innovadoras películas vanguardistas como Fireworks o Scorpio Rising. Lo mismo se podría decir de Damien Chazelle, a quien todos asocian con La La Land, un bonito homenaje a los musicales clásicos de Hollywood, pero nada más. Chazelle es el autor de tres vibrantes obras maestras. Whiplash es una de las mejores cintas en la historia del cine sobre la relación entre un maestro y su alumno.

El primer hombre en la luna es un biopic sobre el astronauta Neil Armstrong, pero también un contundente ensayo sobre el espíritu explorador que habita en todos los seres humanos. Y Babylon es una celebración y, al mismo tiempo, un testamento anticipado al séptimo arte, aquello que también se conoce actualmente como cine. Como si se tratara de uno de sus ambiciosos protagonistas recargado e intoxicado con dosis extremas de estimulantes, Chazelle nos entrega un épico de más de tres horas con un ritmo frenético y cargado de erotismo, exceso y caos, que cuenta de una manera tan verosímil como el texto de Anger, lo que fueron los primeros cincuenta años de la historia del cine estadounidense.

Para ello, el director y guionista utiliza a dos actores producto de la ficción. La primera es Nellie LaRoy, una chica originaria de un hogar miserable y destrozado, convencida y determinada en convertirse en toda una estrella de Hollywood. El segundo es Jack Conrad, un actor tan atractivo como alcohólico y mujeriego, convertido en galán por excelencia. LaRoy está principalmente inspirada en la leyenda de Clara Bow, mientras que Conrad está inspirado en la olvidada estrella del cine silente John Gilbert, quien inspiró la historia que se relata en Cantando bajo la lluvia, el mejor musical de todos los tiempos que nos hablaba sobre la difícil transición del cine silente al sonoro.

Margot Robbie y Brad Pitt continúan demostrando que no solo son unas estrellas de cine, sino unos verdaderos actores. Sus interpretaciones son lo mejor de esta cinta y de las más destacadas en sus respectivas carreras. Junto a ellos encontramos al actor mexicano Diego Calva (Te prometo anarquía), quien encarna a Manuel Torres, inspirado en el fotógrafo Enrique Juan Vallejo y el director René Cardona, y un inmigrante dispuesto a todo para conseguir un trabajo en la meca del cine, así como un eterno enamorado de la salvaje LaRoy.

Torres completa el trío de protagonistas de una cinta que bien puede pensarse como una extravagante mezcla entre 8½ de Fellini, Moulin Rouge de Baz Luhrmann, Nickelodeon de Peter Bogdanovich, Boogie Nights de Paul Thomas Anderson y Érase una vez en Hollywood de Quentin Tarantino (que curiosamente, también fue protagonizada por Robbie y Pitt) Paralelo a los dos estrellas y al futuro ejecutivo de Hollywood, conoceremos también a Lady Fay Zhu (una elegante Li Jun Li), personaje inspirado en la actriz de origen chino Anna May Wong; Sidney Palmer (un sólido Jovan Adepo), un talentoso trompetista de Jazz convertido en una de las primeras estrellas afroamericanas de Hollywood, basado en el músico Curtis Mosby; y Elinor St. John (una estupenda Jean Smart), columnista de chismes, que bien puede equipararse a la novelista británica Elinor Glyn, conocida por sus columnas sobre cine para las revistas Cosmopolitan y Photoplay, pero también en Louella Parsons y Hedda Hopper, las primeras columnistas en Norteamérica dedicadas a los chismes del mundo del espectáculo.

A diferencia de La La Land, un musical que pretende ser grande pero que termina siendo pequeño, Babylon es una cinta que pretende ser colosal y termina siéndolo. Grandes actuaciones, escenas inolvidables y con la magia, la nostalgia y un sentido del escándalo mucho más grande que la vida misma. Estas son las características que hacen que leer los dos tomos del libro de Anger y ver en una sala de cine la película de Chazelle, constituyan todo un deleite. Esta es una historia de ambición descomunal y escandalosos excesos, que sigue el ascenso y la caída de múltiples personajes durante una era de decadencia y depravación desenfrenada en los inicios de Hollywood.

Todas las películas de Chazelle hablan de ambición. Una ambición que, al principio, podía parecer monstruosa, repelente, antipática, pero que, en la conmovedora First Man (2018), dejó entrever que tenía su corazoncito. Y ahora resulta que hasta te irías de fiesta con ella, porque Babylon es una bacanal de principio a fin, no sólo la primera hora. Es la “fiesta del cine”, una exultante, descaradísima e hipervitaminada celebración de la gran pantalla.

No de su defunción, como quisieran augurar, mal-interpretando, a propósito, cierta cita godardiana de la coda final, aquellos que han dejado de acudir a las salas, sino de su excelente estado de salud, después de un año estupendo (al menos en lo artístico), y en los albores de uno no menos prometedor (mientras el cuerpo aguante). A sus increíbles 59 años de edad, un pletórico Brad Pitt, que se mira en Clark Gable, personifica ese gozar sin freno de la comunión colectiva en la sala oscura.

El nimio hilo argumental y la ciudad de las estrellas nos retrotrae a La La Land (2016), pero para desmentirla: Chazelle abandona el jazz de anuncio de Nescafé (o al Godard visto por Hazanavicius) para colocarse las gafas de un Kenneth Anger, y desmelenarse a lo loco, teletransportándonos a las alegrías de la era pre-Code. Poco importa que las escenas dramáticas, muy minoritarias, sean un bajón, o que nos importe poco el devenir de Diego Galva. Babylon es una escatológica lluvia de excesos sabiamente descontrolados en la que resulta imposible mirar el reloj o el maldito telefono celular a lo largo de sus tres horas-suspiro. Risas, comunión, entusiasmo cinéfilo.

No llega a la cima de Tarantino (Érase una vez en Hollywood), como tampoco a Pozos de ambición, pero es mejor que la suma de Mank y del Gastby de Luhrman, por citar algunas de las películas con las que sería justo compararla. Babylon es la prueba científica de que el cine es ese arte superior capaz de sobrevivir a todas las tormentas.

Lic. Ernesto Lerma, titular de la seccion y columna periodistica.

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