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Creed III | República Cinéfila

Recordemos que en el año de 1976, Rocky, una cinta de boxeo protagonizada por Sylvester Stallone y magistralmente dirigida por el fallecido John G. Avildsen, obtuvo el premio Óscar a la mejor película, contra todos los pronósticos. Pese a que sus contrincantes eran las superiores como las clasicas peliculas Todos los hombres del presidente, Network y Taxi Driver, lo cierto es que Rocky sigue siendo una cinta poderosa, muy bien escrita con el guion que fue escrito por el propio Stallone y tremendamente emotiva.

El éxito de Rocky llevó a tres inevitables secuelas, cada una más taquillera que su predecesora, pero, al mismo tiempo, de una calidad inferior a la anterior. Eso no quiere decir que Rocky II, III y IV (las tres dirigidas por Stallone) no tuvieran sus momentos.

El quiebre se dio con Rocky V, una película también dirigida por Avildsen e injustamente atacada por la crítica, que recupera mucho del tono de la cinta original y que incluye unos momentos de gran intensidad emocional (la pelea en la calle sigue siendo memorable).

La mediocre recaudación en taquilla llevó a la suspensión de la franquicia por dieciséis años, hasta que Stallone decide dirigir y protagonizar Rocky Balboa, una estupenda resurrección de la saga y una supuesta conclusión de la historia de Rocky, que muchos espectadores pasaron injustamente por alto.

Nueve años más tarde, se estrena un sorpresivo spin-off conocido como Creed, en donde se cuenta la historia de Adonis, el hijo de Apollo Creed, boxeador que se enfrentó a Rocky en las dos primeras partes y que fuera interpretado por Carl Weathers.

El director Ryan Coogler demostró ser un digno heredero de Avildsen (ambos terminarían disfrutando las mieles de la victoria en nuevas franquicias, el primero con Pantera negra y el segundo con Karate Kid).

Y Michael B. Jordan, el actor a quien Coogler dirigió en la potente Fruitvale Station, probó ser un digno heredero tanto de Weathers como de Stallone. Sin embargo, Creed II se lastimó por una dirección irregular de Steve Caple Jr. y un guion endeble, aspectos que se sopesaron con el carisma de Jordan y las apariciones de Stallone y Dolph Lundgren (quien interpretó a Ivan Drago, el rival de Rocky en la cuarta parte), sumado a las emocionantes secuencias de pelea.

Ahora llega la tercera parte de Creed y las cosas no lucen muy bien para la novena entrega de la serie de películas pugilísticas. El principal problema de Creed III radica en un Michael B. Jordan que no estaba preparado para asumir la dirección de una película.

Esta cinta (definitivamente la más floja de la trilogía y de toda la saga de Rocky) se siente como un producto “directo a vídeo” o una tele-película mediocre, de esas que se emitían por televisión antes del auge del streaming. Creed III está colmada de problemas de ritmo, alargamientos innecesarios, compresiones injustificadas, redundancias, diálogos insulsos, riesgos estéticos fallidos y múltiples problemas de lógica. Como si se tratara de una premisa típica de Rocky, a Jordan se le envió al ring sin estar lo suficientemente preparado y el resultado es poco menos que desastroso.

Sylvester Stallone fue sacado de la franquicia, luego de una serie de diferencias creativas y problemas legales relacionados con los derechos de autor. El resultado es la falta de un mentor que siempre ha estado presente en Rocky, ya sea Mickey (un inolvidable Burgess Meredith) o el mismísimo Apollo. Avildsen sabía de la importancia de este personaje arquetípico en los relatos deportivos y de ahí que el corazón de las cuatro Karate Kid haya sido el icónico profesor Miyagi encarnado por el fallecido Pat Morita, y que Daniel LaRusso (el Karate Kid original interpretado por Ralph Macchio) y Johnny Lawrence (el antiguo rival de Daniel San encarnado por William Zabka), ahora sean los mentores de una nueva generación de karatecas en la exitosa y emocionante Cobra Kai.

El poder de las dos primeras partes de Creed se basaba en un Rocky Balboa veterano que ahora es el mentor del hijo de su antiguo rival. Pero en Creed III, el boxeador ha quedado prácticamente solo. Algunos dirán que el papel del mentor ahora es asumido por Tony “Little Duke” Evers (un desperdiciado Wood Harris de The Wire), pero Evers está más cerca de ser Duke (uno de los entrenadores de Rocky, encarnado por el desaparecido Tony Burton) que Mickey Goldmill.

Además, para la lógica de la trama es algo imperdonable que Balboa no esté presente en el entierro de la esposa de su mejor amigo (perdonen los spoilers) o que no aparezca en las fotos de las paredes o en los encuentros pugilísticos del hijo de su amigo. Por el bien de la historia, mejor lo hubieran matado o mandado a un retiro en el Tíbet. Lo único redimible en Creed III es Jonathan Majors, un actor que ha demostrado su gran poder en cintas como Historia de honor y Ant-Man: Quantumania.

Aquí, Majors interpreta a Damian Anderson, un amigo de infancia de Adonis, quien terminó en la cárcel y que ahora vuelve para convertirse en el protegido de Creed y luego en su rival, copiando mucho de la historia de Rocky V. Desde lo posible, Majors hace lo mejor que puede con su papel, emulando la expresión corporal y las actitudes del infame campeón Mike Tyson.

Es tanto el carisma que proyecta con su Damian, que el espectador terminará apoyando al villano y no al héroe, quien ahora se acerca mucho a la fantochería de Apollo Creed, Clubber Lang, Ivan Drago y Tommy Gunn, los anteriores rivales de Rocky. En otras palabras, del enfrentamiento entre Kang y Killmonger, Kang es nuestro favorito. El guion de Keenan Coogler (hermano de Ryan) y Zach Baylin (King Richard) busca darle al público lo que quiere y no toma riesgos.

Para una entrega de la serie de Rocky, las cosas llegan a funcionar si a la película se le carga de emoción y de unas secuencias espectaculares de pelea. Pero en Creed III, las emociones se reducen al mínimo y las peleas llegan a ser soporíferas. Esperemos que la hija de Adonis crezca rápido y se convierta en una gran boxeadora, para que la saga tome un rumbo mucho más interesante.

Karyn Kusama, la directora de la maravillosa Girlfight, sería una de las más indicadas para Creed IV. Jordan dirige esta nueva entrega, tomando distancia de Rocky pero sin logar del todo darle una identidad a la historia y los conflictos de su personaje. En la sinopsis de la trama, luego de dominar el mundo del box, Adonis Creed (Michael B. Jordan)ha tenido éxito en su carrera y en su vida familiar. Cuando Damian (Jonathan Majors), un amigo de la infancia y antiguo prodigio del box sale de la cárcel, él está entusiasmado por demostrar que merece una oportunidad en el ring.

El encuentro entre ambos será más que sólo una pelea. La saga Creed, con sus dos primeras entregas, no solo revitalizó la pasión por los tarareos durante las horas de gimnasio como ninguna había conseguido hacerlo desde, evidentemente, Rocky.

Su disfrutable sensación de nostalgia mezclada con una actualización verdaderamente atenta, consciente -ese Iván Drago haciendo de padre tóxico, ese Stallone subiendo los escalones a pesar del cáncer, ese renegado hijo de Apolo- consiguió además otorgar a Michael B. Jordan un hogar cinematográfico, un lugar en el imaginario colectivo del que solo recibiría cariño y parabienes.

Así, siendo consciente de haber recibido su mayor bien profesional en sus manos, es como presumiblemente Michael B. Jordan ha sido capaz de dirigir esta tercera entrega para que, sin olvidar ninguna de las bondades de sus predecesoras, sea capaz de añadir una emotiva capa de relato personal. Creed III se siente como una cuidada ópera prima, que no esta nada mal para la tercera parte de un spin-off de una saga con seis títulos.

La interpretación del formidable actor Jonathan Majors añade la profundidad necesaria a una fábula tan antigua como el tiempo y los referentes -algo de Naruto en un puñetazo por aquí, algo de Dos policías rebeldes (1995) en una escena por allí- liman cualquier aspereza. Jordan dirige basándose en las enseñanzas de otros actores que también han sido directores, como por ejemplo Denzel Washington, que fue su director en el filme Un diario para Jordan (2021) y el encargado de ponerle en contacto con su storyboard artist.

Un amor por la planificación que se traduce como lección aprendida: la película, excepto por algún desliz estético en la batalla final, rebosa sobriedad, oficio y pone cada movimiento de cámara al servicio de la historia. Maldita sea, es sorprendente este ejercicio de contención de ego para un tipo que tiene su foto en calzoncillos en vallas publicitarias por todo el mundo. En la forma pasa con nota, pero en el fondo casi reprueba.

Creed III

Mi 7.5 de calificación a esta cinta que ya se ha convertido en la mas floja y sencilla de toda la saga de Rocky. Y yo me pregunto: ¿Se puede pensar en Creed sin pensar en Rocky? Dejando afuera los motivos que ya todos conocemos (la disputa legal entre Stallone y el productor Irwin Winkler), al enfrentarnos a Creed III la pregunta se vuelve ineludible. Mal que les pese a muchos, el final de la segunda parte ofrecía una suerte de cierre para el histórico boxeador: al final de la pelea contra Viktor Drago, Rocky le decía a Adonis que ahora le tocaba hacerse cargo y, después, de espaldas, nos regalaba un plano bellísimo que resumía ese cambio de mando.

Luego, Rocky se animaba a visitar a su hijo y, finalmente, cruzaba la puerta hacia esa redención familiar. Fin de la historia del Semental Italiano, una de las más grandes de la historia del cine, con un Stallone en estado de gracia durante esos rounds finales. Entonces, Creed III. Cuando se supo que Michael B. Jordan se encargaría de la dirección, el fan promedio tuvo un poco de miedo. Me incluyo.

No solo por la inexperiencia del actor detrás de cámaras, sino porque, sin la presencia del dúo Rocky/Stallone, Jordan podría desbordarse con su personaje. Si bien la primera y la segunda son películas notables (sobre todo la primera), lo cierto es que Adonis Creed es una figura sin demasiado contexto más allá de ser el hijo de Apollo y el alumno de Rocky. Su evolución narrativa funciona rebotando contra estos dos linajes. Si ampliamos la visión por fuera de esta dinámica, aparecen las inconsistencias, como por ejemplo: el hecho de que a Adonis no se le conozca ningún amigo. Es algo que no nos importa durante las primeras entregas, pero que se vuelve una preocupación cuando hay que empezar a pensar en Creed sin Rocky.

Así aparece Damian “Dame” Anderson, el antagonista de la película. Lo conocemos al principio, en una secuencia destacable en la que un Adonis adolescente lo acompaña a una pelea de los Golden Gloves. Después algo pasa, “Dame” termina preso y los caminos se separan hasta el presente de Creed III, dieciocho años después. Adonis, ya retirado, pasa sus días como promotor de boxeo, disfrutando de las mieles del éxito junto a su esposa Bianca y su hija Amara. Todo parece ir bien, hasta que “Dame” (interpretado por Jonathan Majors) reaparece y se infiltra en la vida de Adonis con un propósito claro: recuperar el tiempo perdido peleando por el título mundial. Desde el vamos y sin ninguna culpa, Jordan decide apartarse del camino instalado por los dos films previos.

Construye un conflicto para Adonis que nada tiene que ver con su padre o con su antiguo entrenador, y se permite otorgar cierta oscuridad al personaje, una ambigüedad moral que antes no exhibía. Purismos aparte, la operación reviste cierto interés y también riesgo, aunque ambas cuestiones, lamentablemente, se quedan en los papeles. Si en Creed estaba la promesa y en Creed II la consolidación, acá se intenta elevar la figura de Adonis a un status de leyenda, que es algo que se dice pero nunca se ve.

Lo vemos hacer su última pelea en Sudáfrica, escuchamos en boca de periodistas que es uno de los mejores boxeadores de los últimos tiempos, pero esa gloria nunca se vuelve palpable. Quizás envalentonado por su debut, Jordan establece también una diferencia formal respecto de sus predecesoras. El modo en que filma los combates, que surge a partir de una concepción más matemática del boxeo (algo que Adonis no tenía hasta ahora, pero que según la película tuvo siempre), la aleja del realismo de la primera, pero también de la épica de la segunda.

Termina por ubicarse en un lugar incómodo, de difícil ingreso para el espectador. Es algo que se extiende a lo largo de un guion que está lleno de diálogos y explicaciones, en la que probablemente sea la película más hablada de Creed. Como ya conocemos a los personajes y en principio nos importan sus conflictos, durante un rato se mantiene el interés. Curiosamente, lo familiar termina por ser lo que mejor trabaja Jordan, sobre todo en lo que se refiere a la relación de Adonis con su hija. Pero cuando tiene que ser una película de boxeo y, más aún, parte de una herencia gigantesca, las cosas se le complican. Sin demasiada opción, volvemos a Rocky.

Su sola presencia, y su propia carga histórica y sentimental, bastaban para dotar a las dos primeras Creed de una carnadura emocional que funcionaba siempre. Fuera del vínculo paterno-filial, que ocupa una porción mínima del relato, a Creed III le resulta casi imposible dotar a sus personajes de humanidad. Se mueven por la narración cumpliendo roles para decir esto o aquello (un caso notable es el de Duke), pero son incapaces de impactar o conmover. La épica deportiva, uno de los grandes valores del cine norteamericano, que funciona más allá de Rocky pero probablemente a causa de Rocky, acá nunca consigue tomar cuerpo.

Recordando de repente que es una película de boxeo, en determinado momento Creed III apura una secuencia de entrenamiento con montaje paralelo, para entregarse después a la pelea final. Un espectáculo visualmente impactante, pero también sobre explicado y con algunas decisiones formales difíciles de defender. A modo de cierre, voy a decir que como entusiasta tanto de Rocky como de Creed, tenía la esperanza de que esta nueva entrega pudiera decir algo propio.

Y lo dice, pero huyendo de un legado del que es imposible escapar, a menos que se decida aceptarlo y transformarlo en materia viva, en algo nuevo que no reniega del pasado. Si esta fuera una película aparte de boxeo, sobre dos amigos separados por la tragedia, que se reencuentran ya adultos y se convierten en rivales, la cosa podría funcionar. Pero es una película de Creed, que es un desprendimiento de Rocky, y esa herencia es inevitable. Con una mano en el corazón, no espero que vuelva Stallone para las siguientes entregas, pero sí que Jordan encuentre un balance entre imagen y guion y, sobre todo, que pueda dotar de emociones genuinas a su personaje.

Nos queda esperar. Creed III’ es un título importante en la franquicia ya que es el primero que no cuenta Sylvester Stallone encarnando a Rocky y, para subrayar la entrega de los guantes, ha sido la película con la que el brillante Michael B. Jordan se ha estrenado en la dirección. Pero si nos olvidamos de estos detalles de la producción y nos centramos en lo que realmente cuenta, la cosa cambia.

Nada en Creed III parece nuevo, lo que no evita que resulte interesante la enésima historia de un luchador enfrentado a su pasado, obligado a subirse al ring tras su retiro porque nadie en su gimnasio, ni su campeón, pueden hacer frente a un fantasma de su juventud que ha vuelto para torturarlo. Y es una pena porque si el guion de Zach Baylin y Keenan Coogler hubiese sido algo más valiente o, por lo menos, algo más sutil a la hora de asumir todos y cada uno de los lugares comunes de las epopeyas deportivas de redención con fondo social, el debut de Jordan, además de una entretenida película de boxeo, hubiese sido memorable.

Sus ganas de destacar tras la cámara se han visto acompañadas por la técnica del que ha hecho sus deberes y el olfato del que ha nacido para hacerlo. Es muy fácil dejarse atrapar por la fotografía y el ritmo que el recién llegado director imponen en la película, por mucho que su manida trama y gruesa narrativa no cejen en su empeño de repetir fórmulas que ya conocemos. Puede que Jonathan Majors ya se diese cuenta de todo esto y, por ello, parece actuar sin ninguna otra pretensión que la de hacer su trabajo aceptable.

Suerte que, siendo él, le termina saliendo perfecto. ¿Puede esta franquicia continuar sin Rocky? Sí, pero necesita un guion nuevo en el que Michael B. Jordan y Tessa Thompson puedan demostrar que son más que dignos herederos de una saga que podría ofrecer muchos más ganchos con el entrenamiento adecuado, como demostró ‘Rocky IV’ (Sylvester Stallone, 1985). Y ‘Rocky Balboa’ (Sylvester Stallone, 2006), Y ‘Creed. La leyenda de Rocky’ (Ryan Coogler, 2015). Para los fans que necesiten otro gancho de precisión quirúrgica.

Lic. Ernesto Lerma, titular de la seccion y columna periodistica.

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