La nueva versión de “El Rey León” ruge al son del clásico tema musical “Hakuna Matata” en esta gran proeza de la tecnología CGI que intenta reconquistar al niño que fuimos. Después de muchos avisos con una extraña y peculiar campaña de promoción Disney finalmente estrenó a nivel mundial este pasado fin de semana la esperada película animada por computadora que nos venden como una versión carne y hueso del gran clásico animado que se estrenó en el año de 1994. Esta nueva versión es dirigida por el actor y cineasta Jon Favreau (“Iron Man”, “El Libro de La Jungla”) y como ustedes ya lo saben goza de un muy nutrido reparto de voces. La película se estrenó justo en el 25 aniversario de la versión animada y como dato curioso les diremos que de aquellas voces y personajes que escuchamos en 1994 solamente están de vuelta en esta película las de James Earl Jones, con la musica instrumental del compositor Hans Zimer y las canciones de Elton John.
Con todo y el gran Jeremy Irons que no repite su papel como Scar. A pesar de que en la forma es un gran avance tecnológico en el cine, el remake hiperrealista de Jon Favreau no emula del todo en su fondo la magia del clásico animado de Disney. Y es que en su momento, en lo personal recuerdo que no la vi la primera vez la cinta original de animación en caricaturas de 1994 cuando se estrenó, así que me adentré en aquel reino animal en la renta de la película en el entrañable formato del videocassette de VHS. Confieso que nunca fue una de mis películas favoritas de Disney, pero, por alguna razón, siempre volvía a ella. Me sabía sus canciones por la gran voz de Elton John y, cuando pienso en escenas de los filmes de esa época, allí está Simba, tratando en vano de rugir. Ese rugido sigue sonando aquí muy alto y claro en esta nueva adaptación, que es una alegoría perfecta del proceso de crecimiento en el que acompañamos al protagonista desde que es un cachorro acorralado por las hienas, incapaz de emitir casi un gruñido, hasta erigirse sonoramente en el nuevo rey de la sabana africana, pasando por sus intentos de bramar antes de la estampida fatal. En la sinopsis oficial en la trama de esta emotiva historia, en África tras un cruel regicidio, el joven e ingenuo heredero de los leones al trono huye del reino, intentado dejar su pasado atrás para disfrutar del presente y de viscosos, pero sabrosos insectos.
Con un rugido que marca de forma magistral el desarrollo de la trama, y se convierte en metáfora de poder, de pérdida y, finalmente, de redención. Esta nueva versión del clásico animado de la infancia de mucha gente desecha vueltas de tuerca como en la cinta de “Maléfica” (2014) o subtramas que tratan de actualizar el filme original como los filmes de “Aladdin” (2019) o “La Bella y La Bestia” (2017). En su lugar, opta por reproducir a su predecesora de forma casi clónica, prácticamente fotograma a fotograma, como quien asume que, al no poder superarla, solo cabe honrarla copiándola con todas las herramientas tecnológicas a su disposición. Con las emociones por la tristeza tras la muerte de Mufasa, el miedo a Shenzi, la cabecilla de las hienas, y la alegría contagiosa de Timón y Pumba e imágenes guardadas en nuestras retinas con el estornudo de Simba, Rafiki alzándolo en la roca del rey o el pequeño león creciendo junto a Timón y Pumba mientras entonan Hakuna Matata con la luna de fondo se dan la mano para volver a reconquistar al niño que fuimos, pese a perder inevitablemente algo de magia y de expresividad animal al tratarse de una aproximación muy hiperrealista.
Así pues, esta película no aporta nada nuevo y puede considerarse innecesaria, pero casi todo luce 25 años después para regocijo de nuestros corazones nostálgicos en los paisajes, en la magnífica banda sonora, en los animalitos más achuchables que nunca. Y entre todos ellos, están Timón y Pumba, que son los robaescenas oficiales, muy descacharrantes, sembrados en todos los sentidos; Beyoncé y Daniel Glover afinan muy bien, ya lo sabíamos, pero ni siquiera este dúo es equiparable al humor afilado y a la vez inocentón de Billy Eichner y un Seth Rogen en estado de gracia. “El Rey León” de Jon Favreau que ya demostró su buen hacer tecnológico en “El Libro de La Selva” es, sobre todo, un hito en lo referente al avance de los efectos visuales, porque nos brinda toda una proeza CGI que abraza y propaga el mismo mensaje de amor, de amistad y de autodescubrimiento que hizo del filme original todo un éxito en 1994. Su mayor logro pasa precisamente por recordarnos lo buena que era aquella producción de los directores Rob Minkoff y Roger Allers, con la entrañable música de Hans Zimmer.
Pese a las limitaciones técnicas y a que la cinta clásica siempre será la película clásica, el rugido de Simba sigue sonando alto y claro, mientras el adulto que somos disfruta una vez más aunque, inevitablemente, un poco menos como el niño que fuimos. Porque imagínense que están viendo el documental de naturaleza más bello que existe, mismo que nos sitúa en un paisaje alucinante de África. Ahí está un grupo de leones preparándose para cazar a su siguiente víctima. El silencio de la escena es únicamente interrumpido por el sonido del viento y de los pocos insectos que se atreven a permanecer en el lugar. De pronto, el león que está a cuadro comienza a hablar. Y luego, con evidente dificultad para abrir su hocico, se pone a cantar. Y mientras se pasea por la sabana bajo un sol cegador lo oímos cantar “Esta Noche Es Para Amar”. Así es como se percibe la mayoría del metraje de esta producción fílmica de “El Rey León” que es bastante hiperrealista. Todo lo que convirtió a “El Rey León” en un clásico de la resurrección Disney en los años 90 del siglo XX, incluidos sus defectos que los tenía, se hallan replicados con enfermiza fidelidad en su remake por las canciones, los duetos humorísticos, los instantes de terror y su conservadora idea sobre el legado. Jon Favreau y el guionista de Steven Spielberg, Jeff Nathanson quien se halla escribiendo el libreto sobre la vida, la trayectoria y la caída de los Milli Vanilli, acaso la mejor analogía con la fiebre Disney de las nuevas versiones de sus dibujos animados, crean una realidad que no lo es a partir de la irrealidad del filme original de 1994. La ficción y la fantasía con los animales que hablan, que cantan y que se comportan como los seres humanos adquieren de esta manera un extraño aspecto de verosimilitud, tan circense como lejos de la abstracción filo gay del montaje musical teatral que triunfa en los escenarios de medio mundo.
Mi 8.5 de calificación a este remake que luego de un atropellado inicio, la obstinada etapa de Disney por rehacer todos sus clásicos animados en live action parece que ha tomado en serio la sabiduría de Rafiki. No han logrado, desde luego, entregar un remake sorprendente y que supere a su predecesor animado. Pero con “El Libro de La Selva” ha sido, hasta ahora, algo de lo mejor que se ha hecho, contra todo pronóstico, Jon Favreau sorprendió a propios y extraños en aquel 2016 cuando logró hacer una película que se alejaba un poco de ese elemento Disney para expandir un poco más la historia ya contada y acercarnos ligeramente al material original escrito por Rudyard Kipling en 1894.
Hoy Favreau trata de repetir la misma táctica de respetar y homenajear a otro clásico animado uno inolvidable, cabe decir como lo es “El Rey León”, posiblemente una de las cintas de animación más adoradas del público. A pesar de encontrarnos a 25 años de distancia entre un filme y el otro, este remake de animación hiperrealista nos deja la sensación de que Jon Favreau pareció ser rebasado y limitado, sobre todo por el recuerdo imborrable de la cinta de 1994 y es que termina siendo una copia casi exacta porque desde luego, hay algunas libertades que este director se toma en esta nueva cinta al acercarse brevemente y casi de forma imperceptible en algunos diálogos al drama escrito por William Shakespeare en la tragedia icónica de “Hamlet” y, sutilmente, le da un poco más de brillo y peso a algunos personajes secundarios como Zazú.
Sin embargo, lo que vemos en pantalla es una repetición de secuencias, de encuadres, de temas musicales que inicia con una réplica fiel de la canción “Ciclo Sin Fin” y hasta de diálogos que seguro muchos de ustedes como su servidor sabemos de memoria. Desde luego, no podemos ignorar lo evidente ya que el cineasta aprovecha todos los recursos tecnológicos para crear una nueva forma de hacer cine al desarrollar todo el rodaje dentro de un set virtual. Asimismo, nunca antes se había visto en el cine una técnica de animación hiperrealista como la presentada en esta película. Tanto el nivel de detalle e iluminación así como en la fotografía a cargo de Caleb Deschanel nos permiten adentrarnos como nunca a estas tierras salvajes. Sin embargo, ese altísimo nivel de hiperrealismo termina siendo irónicamente el mayor enemigo de la cinta.
Finalmente, esta reinterpretación de “El Rey León” podría resumirse a dos grandes logros: el primero, indudablemente, es el desarrollo técnico y narrativo que Jon Favreau ha logrado para el cine. Será muy interesante ver qué es lo que hace con esta tecnología en un futuro inmediato como la serie televisiva “The Mandalorian”, por ejemplo. Y el segundo triunfo radica en que, al iniciar los créditos finales de esta cinta, el público se llenará de una emoción inexplicable por revisitar el clásico animado y reencontrarse con la magia de aquellos paisajes coloridos, con la sabiduría de sus diálogos, con la emotividad de su música y con lo doloroso y resiliente de su historia. Al final, debemos agradecer a Jon Favreau por haber hecho un gran esfuerzo en recordarnos, sin querer, lo mágico que es, que ha sido y que será “El Rey León” dibujado a mano y en 2D. A pesar de ser un buen actor y cantante Donald Glover se queda corto a la hora de darle voz a un personaje que es obligado a madurar y a aprender de sus errores.
Nada le ayuda compartir escenas con una Nala en voz de Beyoncé que, aun siendo una gran intérprete musical, demuestra que, para hacer doblaje, uno debe tener el talento y la naturalidad de un profesional. Es curioso, sin embargo, que dentro de este filme hay alguien que sigue los mismos pasos que había dado a inicios de los 90 pero dándole un giro interesante. El gran compositor alemán Hans Zimmer reinterpreta las mismas partituras que compuso en 1994, pero se atreve a darle un ligero toque moderno a un score musical que sigue resonando en nuestras mentes. También mezcla algunos temas icónicos como “This Land”; “Under the Stars” o “…To Die For” para construir piezas hermosas como “Simba Is Alive!” o “Rafiki’s Fireflies” y llenar de emoción todos aquellos diálogos y secuencias que aún en este remake se nos clavarán en el corazón.
Aunque no ayuda mucho la entonación y la emoción que el elenco de voces le da a estos personajes en su versión original, dejando a un lado a John Oliver como Zazu y a Billy Eichner como Timon sin duda, las grandes sorpresas del filme, aquí escuchamos a un Simba adulto carente de toda emoción. Favreau ha hecho, pues, su desierto viviente, más lujoso y más complejo dramáticamente que aquella alegoría a favor de la familia y de la no mezcla entre especies. Este filme del 2019 consigue, tecnología computarizada y digital mediante, materializar, de una manera visual completamente alucinante, la idea de una realidad que es pura animación. Una hiperrealidad que solamente existe en la irrealidad. Concebida como la transformación paso a paso; fotograma a fotograma del clásico dibujado de 1994 en su reflejo hiperrealista para los tiempos de las fake news, “El Rey León” de Jon Favreau no opta por reescribir en parte el original, tal como hiciera en la sorprendente y previa “El Libro de La Selva”, sino en sublimarlo, en hacer de él un ampuloso y brillante cementerio de elefantes. Aquí vemos que la animación tradicional ha muerto, larga vida al realismo CGI.
Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.
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