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República Cinéfila | Terminator: Destino Oculto

Más maduros, pero igual de letales, Sarah Connor y T-800, los icónicos personajes del universo Terminator regresan a la gran pantalla para rescatar la esencia de la popular franquicia. Tras veintiocho años de espera, las estrellas fílmicas Linda Hamilton y Arnold Schwarzenegger protagonizan uno de los reencuentros más codiciados por los seguidores de la saga. A priori, al haber visto esta cinta, hay un acierto indudable en “Terminator: Destino Oculto”, que es el de traer de vuelta a Hamilton como Sarah Connor, asumiendo que la taquillera saga ha cimentado su iconografía desde el T-800 encarnado por Schwarzenegger, pero que su corazón narrativo está en esa mujer combativa, incansable, que es toda una guerrera nata. En la sinopsis de la trama de esta tercera parte oficial, Sarah Connor y un híbrido de cyborg y humano (Mackenzie Davies) deberán proteger a una joven de un nuevo Terminator líquido que viene del futuro. Y es que sabíamos que volver al nivel de las dos primeras entregas de la franquicia en 1984 y 1991 respectivamente era imposible pero, tras el regreso de James Cameron como productor, nos contentábamos con superar el mal sabor de boca de “Terminator Génesis” (2015).
 
Por suerte para todos, en ese punto intermedio transita esta sexta aventura sobre bélicos futuros mecánicos que se olvida de farragosas tramas temporales para volverse una funcional película de acción en CGI. Competentemente bien dirigida por el cineasta Tim Miller (“Deadpool” 2016) y producida por el visionario director/productor/guionista James Cameron. Siguiendo los eventos de “Terminator 2: El Juicio Final”, este filme también es protagonizado por Mackenzie Davis, Natalia Reyes, Gabriel Luna y Diego Boneta además de la obvia participación de Edward Furlong en la película, con lo que el triángulo protagónico de Terminator en su segunda parte queda completo. Creo que esta película honra todas las cosas que hicieron que las primeras cintas originales fueran tan increíbles, pero esta vez con un nuevo director y con una nueva perspectiva. Y si bien en “Terminator 2: El Juicio Final” pareciera jugar un rol de reparto, porque la relación entre el T-800 y John Connor se llevaba el centro de atención, por algo la voz narrativa, la que contaba el Día del Juicio, describía el vínculo entre la máquina y su hijo, y la que se permitía avizorar el futuro con algo más de esperanza era Sarah.
 
Por eso no viene mal recordar la primera entrega que era Terminator, que en su momento –de acuerdo a la lógica de la época- fue pensada esencialmente como una historia única, sin posibles continuaciones, pero que vista a la distancia funciona como un relato de origen. Es decir, como el retrato del surgimiento de una heroína, que crece y aprende a construir otra personalidad, o más bien, a exponerla, porque siempre estuvo dentro de ella. Sarah arranca el primer filme como una laborante inocente, ingenua, frágil, con su cuerpo como territorio de disputa entre dos hombres –no importa que uno de ellos sea una máquina- y de pasajera custodia de las fuerzas policiales. Pero en apenas algo más de hora y media, el guión y la puesta en escena de Cameron van llevándola hacia otra posición, donde la conciencia de quien puede y debe ser le brinda otro tipo de blindaje. Una coraza que se armando desde adentro, desde sus acciones, sus decisiones e incluso lo que es capaz de afirmar en momentos límites. Si Kyle Reese le pedía al comienzo que fuera con él si quería vivir, si lo único que podía hacer era esperar la ayuda de unos detectives que siempre iban atrás de los acontecimientos, en los últimos minutos era ella la que le decía a Kyle qué tenía que hacer si quería vivir. Arrastrándolo, con voz firme e inquebrantable, le daba una orden imposible de desoír: “¡de pie, soldado, de pie!”. En una escena muy puntual, con solo una frase, esta primera película resumía todos los cambios que se habían dado en ella, la forma en que había hallado su propia identidad. Después sería ella la que se encargaría de lidiar con esa máquina aparentemente invencible, con una inteligencia y esfuerzo plenamente humanos.
 
Terminator: Destino Oculto
Arnold Schwarzenegger protagoniza en la producción de Skydance Productions y Paramount Pictures “TERMINATOR: DARK FATE.”
 
La verdad sabíamos que volver al nivel de las dos primeras entregas de la franquicia era imposible pero, tras el regreso de Cameron como productor por mucho que echemos de menos el peso físico de los robots de antaño, Tim Miller domina la inercia digital de sus persecuciones y logra encontrar un hueco para que Mackenzie Davis y Linda Hamilton se conviertan en un brillante dúo de heroínas intergeneracionales que no sabíamos que necesitábamos.
 
Cuando Arnold Schwarzenegger entra en juego es agradable descubrir que su reconversión a mítico alivio cómico viene acompañada de su potente presencia como arma pesada en combate. Pero es una pena que el villano no esté a la altura, porque eso es un problema que venimos arrastrando desde que Sarah Connor evitase, total, y definitivamente, el juicio final. Aunque disfrutamos de lo mejor de esta cinta con Hamilton y Davis, como las superheroínas que se roban toda la película, pero con lo peor que un actor como Gabriel Luna no es el villano que merecían. A pesar de que la nostalgia evoca recuerdo, es asombroso lo mucho que requiere de amnesia. Porque si bien revivir por sexta vez un título como Terminator implica querer volver a conectar con ciertos personajes, indudablemente también conlleva haberse olvidado de los mismos.
 
Todos tenemos presentes el “I’ll be back”, el “Sayonara Baby”, las escenas de acción, los efectos especiales, Sarah Connor, su hijo, esas cosas del mítico primer filme. Pero nos cuesta más acordarnos de qué iba la tercera en 2003, si la de Khaleesi es tan mala como recordamos o de aquel enfado legendario de Christian Bale rodando “Terminator: Salvation” en 2009; les recomiendo que vayan a YouTube para disfrutarlo. Así que aquí nos encontramos, una vez más, entregados a la causa, haciendo concesiones a una saga que no termina de palmarla, aunque quizá debería acudiendo al cine por una mezcla de curiosidad, olvido y bombardeo de publicidad habitual. La historia en esta sexta entrega no presenta ninguna novedad con los robots del futuro que son enviados al presente para proteger o acabar con una humana concreta que tiene en sus manos la llave para evitar el apocalipsis. Además, como buen blockbuster con tintes de reboot mezclado con enésima entrega de saga, parece querer aportar un equilibrio fallido entre homenaje y actualización a los tiempos que corren. Pero, sorpresa, “Terminator: Destino Oscuro” funciona honestamente.
 
Porque en su homenaje, funciona por leve. De acuerdo, las frases emblemáticas están ahí, Schwarzenegger sigue a lo suyo y la falta de riesgo hace que sea imposible superar cualquier herencia. Pero todos estos elementos están reducidos al mínimo para dar protagonismo a una película de acción pura, con escenas rodadas con ritmo y diseñadas de manera ambiciosa, en lo que parece una auténtica colaboración entre todo el equipo, pero sobre todo apunta ser la primera secuela con un director como Tim Miller que proyecta compromiso real y en la que quizá James Cameron haya hecho algo más que firmar. Cuenta, además, con unos personajes de motivos claros en un cóctel que prioriza el entretenimiento por encima de intentar revivir un producto. En su actualización, funciona gracias a sus dos grandes actrices. Mackenzie Davis (“Blade Runner 2049”, 2017), quien interpreta con soltura a Grace como una soldado mejorada enviada al pasado para salvar a la humanidad. Pero, sobre todo, Linda Hamilton como la eterna Sarah Connor que tiene un revival de su papel más emblemático que transmite autenticidad y carisma, resulta empoderador y coherente. Así que al final tenemos la constatación de que no hay nada que impida continuar a una saga como Terminator o como Toy Story, o como Jurassic Park.
 
Ni grandes fracasos, ni guiones endebles, ni fórmulas evidentes. Por mucho que el panorama no pinte bien, una sexta oportunidad lo cura todo. Y es que, como decía Ferris Bueller en aquél otro fenómeno de los años ochenta que por suerte no tiene todavía remake: “no te estás muriendo, es solo que no se te ocurre nada mejor que hacer”. Si llegas a esta saga con un mínimo de interés, saldrás recompensado. Si no, no te culpamos. La propia materia sobre la que está construida la genealogía de Terminator invita al loop constante: los viajes en el tiempo y las paradojas temporales, el destino como un lugar del que parece difícil poder escapar, la idea del elegido y su salvación/destrucción. Con tan sólo dos películas, James Cameron construyó un universo único. Y dos películas que si bien tienen lazos comunicantes, no dejan de ser absolutamente diferentes: la primera, un film de acción con elementos de ciencia ficción pero también de terror, de tensión constante, casi un slasher con un robot invencible que perseguía a la mujer que daría a luz al hombre que, en el futuro, protagonizaría la rebelión humana contra las máquinas. La segunda, una película que copiaría casi el diseño pero invertiría algunos roles (Schwarzenegger había pasado, en menos de una década, de austríaco casi ignoto a héroe de acción, entonces ahora era el bueno), pero que refundaría el cine de acción por medio del uso del CGI y lo convertiría en un espectáculo enorme.
 
Cameron es uno de los pocos directores que saben qué hacer con la tecnología en el cine, además de ser alguien que inventa conceptos y desarrolla técnicas. Y en Terminator 2 pondría todo ese talento a disposición para impactar pero, además, para sorprender: cada posibilidad del líquido T-1000 era una proeza en todos los sentidos para nuestros ojos un poco vírgenes de aquel entonces. Aquellas fueron dos películas distintas y complementarias, pero a la vez dos películas hechas a la luz de las posibilidades de su tiempo: una casi Clase B, la otra un film mainstream espectacular. Los límites que la tecnología impuso a partir de aquella película, sobre todo a nuestra capacidad de sorprendernos, es tal vez uno de los motivos por los cuales la saga de Terminator no encuentra un sentido en una serie de secuelas impropia de sus orígenes. “Terminator 3”, de Jonathan Mostow, fue una digna sucesora, combinando la cosa más chatarrera de los 80’s con un uso muy acertado de la tecnología.
 
Pero claro, Mostow es más que nada un artesano, uno de esos directores que no buscan sobresalir y se aplican al proyecto que les toque en suerte, pero que además conocen las reglas y manejan los resortes del buen cine de género. Terminator 3 tenía un par de secuencias de acción impecables, comenzaba a jugar con la idea de un Schwarzenegger ridículo y ofrecía un final tan coherente como melancólico. Esa era una posibilidad para continuar con la franquicia, que el resto de las secuelas no tuvieron en cuenta, más preocupadas en refundar la saga que en otra cosa. Uno de los problemas de la película tal vez haya que buscarlo por el lado de Miller, director de la sobrevalorada Deadpool, que no es precisamente un artesano de las herramientas clásicas como Mostow. Posiblemente esto tenga que ver con la necesidad de imprimir el concepto de Terminator en las nuevas generaciones, algo que decididamente no estaría pasando. Destino oculto, entonces, tenía dos posibilidades para sobresalir: una era la acción despampanante, que funciona sólo por momentos y a partir de algunas imágenes que impactan más por lo gráfico que por el movimiento que imprimen. Y ahí volvemos a lo de los límites de la tecnología: no hay en “Terminator: Destino Oculto” una sola imagen que podamos recordar, algo para atesorar.
 
El efecto especial es algo tan corriente para nuestro ojo, que pasa a toda velocidad por la pantalla sin que sorprenda como lo hacía aquel T-1000 al derretirse o ser impactado por una bala. Si ya nos acostumbramos a que gracias al CGI cualquier imagen es posible, lo que queda entonces es lo humano. La nueva cinta de Terminator tenía algunas cartas bajo la manga para ir por ese lado, y era su otra posibilidad para sobresalir. La principal era Linda Hamilton, que regresaba como Sarah Connor. La otra, su encuentro con el T-800 de Arnold Schwarzenegger. Pero Miller parece inhabilitado, también, para poder hacer algo con esos cuerpos icónicos del cine, para jugar con la emoción. Ese peso de la historia, del paso del tiempo, del reencuentro, no se siente como debiera. Y lo único honesto es la hidalguía de Hamilton para llevar sus años con las arrugas de la experiencia. Tal vez Destino oculto sirva para ir concluyendo con todo esto o, por qué no, para que James Cameron deje de hacerse el zonzo y vuelva a ponerse detrás de cámaras.
 
Terminator: Destino Oculto
Arnold Schwarzenegger protagoniza en la producción de Skydance Productions y Paramount Pictures “TERMINATOR: DARK FATE.”
 
Mi 8.5 de calificación a esta producción hollywoodense que funciona como homenaje y tributo a las 2 primeras películas, sobre todo con el retorno de Linda Hamilton que les recuerdo con el epílogo de la cinta de Terminator en 1984 terminaba siendo una ratificación de todo lo anterior, como Sarah contándole su propia historia a su futuro hijo, asumiendo lo que había perdido y lo que había ganado, narrándole al hombre futuro sobre el hombre ausente. Y yendo a enfrentarse con esa tormenta que se acercaba, con algo de temor pero también de decisión. El heroísmo de Sarah –construido en buena medida desde la notable actuación de Hamilton, que encontraba el personaje de su vida- era el de una mujer que se sabía vulnerable pero también lúcida y fuerte, y que se iba a enlazar con los personajes femeninos de Ripley en “Aliens” (1986), Lindsey en “El Abismo” (1989), Helen en “Mentiras Verdaderas” (1994), Rose en “Titanic” (1997) y Neytiri en “Avatar” (2009), porque detrás de todas esas guerreras estaba su realizador James Cameron, uno de los hombres que mejor ha sabido comprender y simpatizar con lo femenino, y uno de los mejores realizadores de los últimos cuarenta años.
 
Sinceramente la película de Tim Miller no resulta demasiado estimulante. Y eso que la presencia de James Cameron en la producción nos daba alguna expectativa. Aquello del loop constante se hace palpable nuevamente aquí, en una historia que retoma la lógica de los personajes que vienen del futuro para intentar salvar o eliminar (según sea el caso) a un humano que -imaginamos- será clave en el desarrollo de la historia. Pero además la película juega otra vez con la idea fronteriza de Terminator 2, con los protagonistas ingresando esta vez al territorio norteamericano en vez de intentar salir, diciendo algunas cosas medio banales sobre la inmigración y con los estereotipos étnicos habituales en el cine de Hollywood. Pero lo repetitivo, lo previsible del esquema, no es el problema en Destino oculto: Cameron siempre ha trabajado sobre ideas preexistentes y sobre reglas genéricas determinadas, y tampoco la sutileza ha sido su marca de fábrica a la hora de desarrollar personajes. Lo importante en Cameron es su ojo único para la acción, su presencia casi autoral en el género y la forma en que los personajes se definen por medio del movimiento. La complejidad, en ocasiones, está dada por la forma en que se van dando los vínculos y las asociaciones entre los protagonistas. En ese sentido, “Terminator: Destino Oculto” termina conformando un cuarteto de criaturas rotas que forman un grupo por necesidad, para ir extendiendo raíces a medida que avanza la trama. Esta es tan solo una más que buena y correcta cinta.
 
Terminator: Destino Oculto
 
Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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