Rápidos y Furiosos 9 | República Cinéfila
Esta nueva entrega liquida lo poco rescatable que tenía para dar una franquicia inflada con anabólicos y que aquí termina de desinflarse. Si Rápidos y Furiosos 8 rizaba tanto el rizo que terminaba siendo una secuela que se devoraba a sí misma, Rápidos y Furiosos 9 hace lo mismo con la franquicia entera. Ya la saga, entre intrascendente y superficial en sus comienzos, se había inflado cada vez más a medida que se acumulaban las entregas. Sin nada adentro más allá de las explosiones, el sexismo y las bajadas de líneas de cartón corrugado sobre la institución familiar, era como un globo esperando a estallar o desinflarse.
Y en Rápidos y Furiosos 9 todo se desinfla. En la basica trama, Dominic Toretto tiene un hermano maligno que ha robado un peligroso cachivache. Y nada más –y nada menos– es lo que ofrece la trama de la libérrima nueva entrega de los héroes tuneros que se permite, Tyrese Gibson mediante, entonar un autoconsciente réquiem por las leyes de la física que murieron en su quinta entrega, comienzo de la deliciosa reinvención de Justin Lin de una saga que le pertenece tanto como a Vin Diesel, que incluye resurrecciones, flashbacks familiares y demás trucos telenovelescos tan innecesarios y satisfactorios como la incorporación de John Cena, un activo que ahora parece pertenecer a la saga desde aquella entretenida película sobre delincuentes de buen corazón y gasolina en las venas que comenzó esta locura. Una celebración del disfrute pirotécnico en el que solo se echa de menos la intervención de un director que, como James Wan en Fast & Furious 7, imbuya algo de sentido a sus engrasadas piezas. Ya el flashback con el que arranca la película nos indica que buena parte de la trama no solo va a ser insoportablemente discursiva, sino también innecesaria y prescindible. Varios minutos dedicados a mostrar algo que ya se sabía -el accidente en el que muere el padre de Dom (Vin Diesel), que él se lo contaba a Brian (Paul Walker) en la primera parte de la saga-, pero agregándole varios diálogos inverosímiles y un dramatismo forzado a más no poder. Esa secuencia y sus momentos posteriores va a ser retomada, una y otra vez, para tratar de potenciar el enfrentamiento entre Dom y su hermano menor, Jakob (John Cena), quien se ha convertido en un espía al servicio del mejor postor.
El disparador es la desaparición de Mr. Nobody (Kurt Russell) y la búsqueda de un arma tecnológica que permitiría controlar todos los dispositivos con algún tipo de conectividad en el mundo. En el medio, vuelven a aparecer viejos aliados -entre ellos Han (Sung Kang), que retorna súbitamente de la muerte- y antiguos enemigos, como Cypher (Charlize Theron). Muchas tramas y subtramas a las que la película trata de acomodar en el medio de un puñado de secuencias de alto impacto apenas rescatables. Y es que ninguna saga ha evolucionado como Fast & Furious. La que empezase siendo un compendio de películas de moderado presupuesto sobre carreras ilegales de coches en 2001, optó por un cambio de dirección en su quinta entrega que transformaría por completo su futuro. De acuerdo, los planos de llantas y culos siguen ahí. Pero la acción dejó de entender a los coches como un fin para pasar a tratarlos como un medio. Dominic Toretto ya no conducía para ser el más rápido, lo hacía para detener a los malos. Dwayne Johnson se unió al reparto, sonaba Danza Kuduro, los presupuestos y las taquillas explotaban. Pero astuta e inteligentemente, mientras la apuesta de espectacularidad subía, los rasgos de identidad se mantenían. Su sentido del humor, la diversidad cultural del reparto, el código de honor y amor que unía a sus protagonistas. Estos tenían incluso un ritual final, una cena al estilo Astérix y Obélix, que sellaba cada capítulo con espíritu familiar.
Su popularidad suponía la celebración de un modo de vida compartido por millones, callando a aquellos que pretendían reducir su aceptación a una movilización choni. La fórmula funcionaba tan bien que hasta se sobrepondría al fallecimiento de Paul Walker, su coprotagonista, durante el rodaje de la séptima entrega, convirtiéndola en una certera combinación de homenaje y entretenimiento que la humanidad no presenciaba desde que se grabó Back in Black. Con sentimiento de culpa por haberse alejado de su origen automovilístico y sin el talento de Chris Morgan al guion, la película fuerza una serie de flashbacks que detallan el pasado de Dom y Jakob, cuando su padre era piloto de NASCAR. Un gesto honrado por devolvernos a un tiempo en el que la conducción era más pura, pero que únicamente subraya la incapacidad de este noveno episodio por aunar la acción, que sigue siendo ostentosa y divertida, con el desarrollo de personajes, tosco y frío. Lejos queda la época en la que un salto al vacío, un derrape o el sonido de un motor en verdad nos emocionaba en la sala de cine. Ahora todo funciona más por órdago que por habilidad. Pero no todo es malo aquí porque consigue, aun así, una simbólica victoria, la de ser el capítulo con más protagonismo femenino y menos cosificación evidente. Esta producción fílmica es apta solo para los que crean que solo más es más y necesiten desesperadamente más porque lo mejor fue ver que el culebrón siga funcionando junto a la acción desquiciada, pero con lo peor que falta alguien que le dé sentido y coherencia lógica a un sencillo guion para esta fiesta de aventura.
Mi 7 de calificación a esta producción fílmica de Rápidos y Furiosos 9 porque en esta autopista hacia el éxito, espectacular con enormes secuencias y una producción como pocos blockbusters que hayan estrenado post-pandemia. Sin embargo, termina como esos autos de motor escandaloso que al primer cambio de velocidad truenan el motor. Fast & Furious 9 deja una ligera sensación de repostaje, forzada por su condición de penúltimo viaje. El cineasta Justin Lin, autor de aquella quinta entrega rompedora, regresa a la dirección buscando frenar su desmesura y acelerar la carga emocional introduciendo a Jakob, hermano de Dom, hasta ahora desconocido. Interpretado por un John Cena que arrebata a Lucas Black el título de peor actor en toda la saga, su incorporación supone una clara desviación del camino más lúdico. Hay una escena donde se le pregunta a Han qué le había pasado y de dónde salió, teniendo en cuenta que todos creían que estaba muerto, y él empieza a recordar lo mal que estaba tras la muerte de Gisele (Gal Gadot apareciendo de improviso en otro flashback más y van…). Cuando Roman (Tyrese Gibson) le pide que por favor vaya al grano y explique cómo sobrevivió al intento de asesinato de Deckard Shaw (Jason Statham), Teg (Lucadris) lo interrumpe y le ordena que deje que Han hable tranquilo. Así, Han puede seguir contándonos algo que todos sabíamos porque bueno, hay que darle más peso dramático a su personaje. Así es casi todo en esta cinta de Rápidos y Furiosos 9: una sucesión constante de explicaciones redundantes de cosas ya sabidas, que demuestran que los realizadores ya no confían ni en su propio público.
Mucho menos entonces en la materialidad cinematográfica ya que solo algunas persecuciones buscan un mínimo vínculo con el poder de la imagen y el movimiento. Todo es diálogo informativo, personajes diciendo qué les pasa, escenas dramáticas o humorísticas forzadas al extremo, sin verdadera incidencia en lo que se está contando. De energía e inventiva -más allá de algunas ideas ocurrentes, que igual están explicadas en exceso-, poco y nada. Así, el conflicto central, que podría haberse resulto en algo más de una hora y media, se extiende por casi dos horas y media, llegando a un nivel de exceso y aburrimiento llamativo. No se trata de que esté mal que una película dure más de dos horas: Titanic está por encima de las tres horas, pero es entretenida de principio a fin. El problema pasa por la ausencia de una mínima sabiduría narrativa, de economía de recursos y de confianza en lo que se está contando, lo cual es mucho peor. Pero, en definitiva, para aquellos que nos habíamos acostumbrado a ir al cine a dejarnos llevar por una acción sin sentido y unos personajes al menos despreocupados, esta entrega resulta confusa, excesivamente apesadumbrada en sus intenciones, carente de momentos memorables. Lo que falta en Rápidos y Furiosos 9 y se nota por completo son Dwayne Johnson, Jason Statham y el guionista Chris Morgan, quien escribiera todas las películas desde Tokyo Drift -la tercera parte- hasta la 8, e incluso el spin-off Hobbs & Shaw. Ojalá Diesel y los suyos hayan parado en este merendero solamente a comer un bocata y no sea su destino final, o querrá decir que en algún kilómetro de la carretera olvidaron cómo pasárselo bien y empezaron a tomarse demasiado en serio porque esta es una película que desafía todas las leyes de la física, incluso para la propia franquicia.
Estirada, carente de dinamismo y con algunas resoluciones bastante vergonzosas, Rápidos y Furiosos 9 condena a una franquicia -ya inflada con anabólicos hasta el límite- a la autodestrucción y decadencia. Esta película tiene una total desconexión de la realidad porque tenemos, por ejemplo, un momento en el que un auto -no una persona, un vehículo- se balancea con una liana como Tarzán. El legado de esta cinta hará que disfrutes de nuevo pero que toma un camino de no retorno y no hay forma que se salve de una cancelación inminente en el caso de la saga de Fast & Furious, esa vuelta sin retorno la acaba de dar Toretto y toda su familia/amigos con la película de Rápidos y Furiosos 9. Ninguna película de Rápidos y Furiosos quizás con excepción de la primera hace 20 años ha sido particularmente realista, pero al menos se apegaban a las reglas que ellos mismos establecieron. Aun así las secuencias de acción siguen estando a la altura de la producción, cada dolar gastado se ve y escucha en pantalla, pero nada de eso sirve cuando tus personajes están alejados de toda realidad y lo peor aún es que se toman demasiado en serio a sí mismos y no en una forma irónica. Las cintas de Rápidos y Furiosos no son un gran drama o producción digna del premio Óscar, pero uno como fanático de la franquicia se divertirse un rato y la pasa bien, pero eso no significa que no debamos exigirle ciertas cosas a la producción como una poco de lógica.
Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.