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Maligno | República Cinéfila

A lo largo de su toda filmografía, el director James Wan ha demostrado su talento excepcional para asimilar, combinar y reinventar influencias distintas del cine de horror en la misma película. En esta cinta, sobre una mujer asediada por aterradoras visiones, el realizador despliega ese talento con libertad y espíritu de diversión. Con los éxitos taquilleros mundiales como lo fueron las gustadas películas de El Conjuro (2013)  y Aquaman (2018), el cineasta norteamericano de origen asiático pudo darse el lujo de hacer un filme que, a pesar de contar con un presupuesto bastante pequeño, es casi enciclopédico en sus ambiciones. El gran problema de una cinta como Maligno es que termina siendo un objeto repleto de información, pero inanimado, como un cuerpo cinematográfico que nunca llega a cobrar vida propia, al que su creador procura darle aire y movimiento en base a golpes de efecto que no llegan a tener el impacto y los resultados esperados. 

La criatura -por decirlo de algún modo- que piensa Wan junto a la guionista Akela Cooper es una donde el relato se centra en Madison (Annabelle Wallis), una mujer que, a partir de una particular serie de circunstancias, comienza a tener visiones de asesinatos espeluznantes. Progresivamente, se va dando cuenta que lo que le pasa no son sueños o alucinaciones, sino eventos reales y que incluso tienen conexiones con su pasado personal. Esa premisa, que tiene un potencial más que atractivo e interesante, le sirve al realizador como trampolín para desplegar todo un conjunto de referencias genéricas, estéticas, narrativas y hasta sociales. Y es que en la trama, paralizada por esas aterradoras visiones, los tormentos de esa mujer empeoran cuando descubre que sus pesadillas son muy reales. En Maligno hay guiños, homenajes y citas al giallo italiano, el slasher, el body-horror, los thrillers de asesino seriales y la comedia negra, entre otras vertientes, además de comentarios en relación con el pasado histórico de esa compleja urbe que es Seattle.

Como el Doctor Frankenstein, Wan toma partes desde múltiples orígenes para armar una entidad con oxígeno propio. El problema es que ese cuerpo llamado Maligno nunca llega a respirar por sí mismo, es más un rejunte de ideas astutas que un todo consistente, un ejercicio paródico y canchero, pero en el fondo, vacío. Y que, además, se pretende disruptivo a partir de su estructura de caja de sorpresas, aunque en el fondo no deja de ser extremadamente predecible. Es que, en verdad, se le notan demasiado los hilos, su diseño para apuntar a un espectador que gusta de los subrayados cuando puede tomar distancia del relato y observarlo con tranquila seguridad. De hecho, por más que aparente ser el filme más arriesgado y libre de Wan, a partir de cómo confía en un público que posiblemente no vio buena parte de la tradición cinematográfica sobre la que se planta, es en verdad el más complaciente. Por ahí no está hecho para interpelar a las audiencias masivas, pero sí al núcleo fanático del género y a la crítica especializada.

Wan es ante todo un experto en el cine de horror como una caja de música cacofónica donde resuenan ecos de la literatura clásica gótica y Maligno es gótico romántico exacerbado, ya desde ese sanatorio mental al borde de un acantilado en medio de una tempestad, del manierismo del giallo y del slasher ochentero, apuesta por un abandono consciente de la narración lineal para adentrarse en el inconsciente, ese terreno donde el terror siempre se ha sentido más cómodo. Aplicando la lección de los mejores títulos de Mario Bava en la incomprendida y adorablemente imperfecta El diablo se lleva a los muertos sampleada por los traumas y flashbacks de Un hacha para la luna de miel, Dario Argento en los asesinatos dedicados/compartidos casi pornográficamente de Cuatro moscas sobre terciopelo gris o a Brian De Palma con sus cintas En nombre de Caín, obra maestra de onírico calado, Wan concentra las acciones de Maligno en una espiral de colores, pistas falsas, alucinaciones, sueños, asesinatos, mentiras y verdades que jamás deja que el espectador pueda pararse y reflexionar y eso que a veces el guion tiene la tentación de hacerlo y lo lleva de una secuencia a otra, todas ellas de una belleza formal a la altura de su capacidad para aterrorizarnos. 

Estamos ante un regreso a las raíces del director, a este cine de género de bajo presupuesto con elementos gore y personajes con ligeras sobreactuaciones, pero una cosa es segura: ver esto en una película de un gran estudio es, por decirlo menos, nada común. El público que no esté familiarizado al género giallo –aquel que comenzara en Italia en los años 60 y 70 que combina el misterio con el género policiaco–, sin duda se sorprenderán con el giro al final del segundo acto. Es algo que raya entre lo fantástico y lo excéntrico, pero sin duda un giro que no se esperaban y que no los dejará indiferentes en lo absoluto.

Maligno

Mi 7.5 de calificación a esta producción fílmica en la nueva película de James Wan que pretende combinar toda clase de referencias genéricas al cine de terror para delinear algo nuevo, pero que termina siendo un objeto que nunca llega a cobrar vida propia, Maligno podrá no ser la película que venga a revolucionar el género, que sea un terremoto para la industria y genere miles de millones de dólares. Pero su poca originalidad y la causa del terror para sus protagonistas será algo que no deje indiferente a nadie y eso siempre será algo que los fans del género agradeceremos. Porque sí hay que reconocer que Wan filma muy bien, que demuestra que con el paso del tiempo se ha depurado y afinado con un estilo cinematográfico que le permite exhibir un gran dominio de la puesta en escena.

Eso se ve particularmente en una secuencia de matanza y escape notable, donde todo se entiende a partir de una cámara que sigue con precisión todos los movimientos de los personajes. Pero, quizás no tan casualmente, es también el pasaje más libre y auténtico de la película, aún a pesar del giro pretendidamente astuto que conlleva -y que es más predecible de lo que busca ser-, porque el estilo se pone al servicio de la narración y no al revés. Antes y después, hay un relato que acumula lugares comunes para procurar reconfigurarlos, pero esa operación es más clínica que cinematográfica. Si bien Wan ya había hilvanado reformulaciones de otras expresiones del terror por caso, El Conjuro supo actualizar parámetros del subgénero de posesiones de los setenta, acá se deja llevar por los artificios y la mecanización. Por eso Maligno, a pesar de unos pocos momentos realmente divertidos y disparatados, es una entidad que no respira por sí misma.

¿Qué clase de enfermizo cuento de terror podría explicarnos el muñeco de ventrílocuo de Silencio desde el mal mientras le someten a electroshocks en el manicomio donde Michael Myers sueña con volver a dedicarle un cúmulo de víctimas a Laurie Strode? Con toda seguridad sería el que atormenta hasta llevarla a un éxtasis entre religioso y de catártica violencia gráfica a la Madison una Annabelle Wallis en un ejercicio de somatización verdaderamente increíble de Maligno, o El Horla de Guy de Maupassant desde las penumbras de una psique torturada que habría hecho las delicias de las heroínas de los mejores gialli italianos. Maligno tiene, como cualquier giallo destilado de la herencia hitchcockniana, un macguffin o dos, que en este caso es del don de la videncia de Madison, una antiheroína conectada con un misterioso ser sediento de sangre.

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Bien podría ser un homenaje de James Wan a un thriller sobrenatural de 1990 de Rockne S. O’Bannon que unos pocos adoramos: Agente Oculto, con una Ally Sheedy muy cercana a la Annabelle Wallis de aquí. Lo que sí tiene es la sublimación de ese macguffin, una mera excusa para abrir una puerta hacia ese subconsciente donde todo vale (hasta descubrimientos dignos de folletines decimonónicos o guiños a Frank Henenlotter) y donde tan solo importa dejarse arrastrar camino a un íntimo infierno donde acabamos reconociendo el síndrome de Stendhal que únicamente el género de terror es capaz de provocar.

Un traumtag en la oscuridad del cine. Un cuento de terror que un muñeco sin vida o no nos susurra en la duermevela de los monstruos. Cinta apta para fans del cine de horror y terror dispuestos a dejarse deslumbrar por todos los colores de la oscuridad con citar en voz alta y con orgullo a cineastas italianos como Lucio Fulci y Sergio Martino en este filme que se siente la necesidad de razonar lo irrazonable. Técnicamente, Maligno no se parece a ninguna película serie B porque aquí, aunque no tiene la producción de El Conjuro, James Wan logra secuencias aterradoras. Sin embargo, es en el último acto donde aprovecha y hace uso de efectos prácticos sobre CGI e incluso se da el lujo de aumentar la acción con complejas acrobacias y uso de stunts profesionales. Asimismo, la fotografía juega con las tonalidades fuertes de colores, propios del estilo giallo italiano. Porque para todos los fans del género, se encontrarán con algo que si bien les recordará algunas de las obras de culto de serie B, tendrán una propuesta sino fresca, al menos hay que reconocer que en la trama el realizador y su guionista escribieron esta historia que es original que no está basada en nada previamente publicado.

Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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