La Masacre de Texas | República Cinéfila
La Masacre de Texas, la vuelta del asesino serial Leatherface y su letal motosierra exhibe las limitaciones de la franquicia, en un filme con algunos pasajes entretenidos, pero ciertamente descartable.
Como un filme de culto, muy citado -aunque quizás no tan visto- y altamente influyente en el cine de terror de los últimos cuarenta años, The Texas Chainsaw Massacre largometraje mejor conocido durante mucho tiempo en algunos paises de Latinoamerica como El loco de la motosierra es quizás una obra irrepetible. Lo cual no deja de ser ironico y paradójico, porque en el cine hollywoodense con todas las secuelas, precuelas, remakes y reversiones son básicamente una repetición del esquema del filme original: un grupo de jóvenes encontrándose accidentalmente con Leatherface y quizás algún otro integrante de su familia de locos y caníbales. Y, sin embargo, siempre que se anuncia una nueva entrega de la franquicia, se genera una expectativa un tanto desmedida, como si fuera posible inventar nuevamente la pólvora.
Quizás por eso de las expectativas -posiblemente acrecentadas por la participación de los cineastas Fede Alvarez y Rodo Sayagues en la producción fílmica y el armado de la historia- es que La masacre de Texas terminó siendo vapuleada por la crítica estadounidense con una energía digna de mejores causas. Lo cierto es que el filme dirigido por David Blue Garcia hace lo esperable para estos tiempos: diseñar una secuela-legado, que ignora todas las películas excepto la original y trae de vuelta a Sally (Olwen Fouéré), la única superviviente de esa primera masacre ocurrida a principios de la década de los años setenta. La excusa esta vez es la llegada de un grupo de jóvenes idealistas que arriban a un remoto pueblo texano y, sin proponérselo, alteran la tranquila existencia de Leatherface, quien, tras la muerte de un ser querido, se arma una nueva máscara y vuelve a darle uso a su imprescindible motosierra.
En La masacre de Texas se percibe una tensión constante entre la referencialidad icónica al filme original y la voluntad por configurar una puesta en escena distintiva, que se más que nada desde lo icónico y formal. En eso replica en parte los dilemas que afrontaron las nuevas entregas de Scream y Halloween: también aquí hay un movimiento estético y narrativo que alterna entre la fidelidad, el alejamiento y la relectura que no termina de ser del todo redondo. Sin embargo, aquí esa dificultad se agrava porque el guión de Chris Thomas Devlin no construye un solo personaje atractivo -son todos entre chatos y descartables- y toma unas cuantas decisiones arbitrarias, incluso para el grado de inverosímil que permite el tipo de cine slasher, en particular hacia el final.
Es cierto que La masacre de Texas cuenta con algunas secuencias trabajadas con bastante inteligencia desde el sonido y el punto de vista, en las que se nota un vínculo potente con No respires (2016), aquel gran thriller de Alvarez. Pero también que el filme no pasa de ser un compendio de pequeños logros formales y que finalmente solo cuenta con la iconicidad de Leatherface como elemento de alto impacto. La masacre de Texas tiene algunos pasajes bastante entretenidos y no merecía tanto maltrato, pero también es evidente que no hay mucho más por explorar en la popular franquicia.
La película original de La matanza de Texas es una obra cumbre del cine de terror y un hito del séptimo arte. El director Tobe Hooper logró un pequeño milagro que ninguna entrega posterior de la franquicia pudo igualar. Eso no quita para que la secuela dirigida por él mismo merezca la pena o que el remake de Marcus Nispel estrenado en 2003 también sea una muy buena película. A cambio, la saga también nos ha dado desastres como La matanza de Texas: La nueva generación o La matanza de Texas 3D, en la cual ya se jugó la baza de la secuela tardía del clásico de 1974.
Ahora la plataforma Netflix vuelve a intentar eso mismo con La masacre de Texas, una entretenida salvajada que presta más atención a un generoso uso de las escenas gore que a la creación de una atmósfera malsana. La cuestión es que la versión original de La matanza de Texas hacía justo lo contrario, hasta el punto de que muchos espectadores la recuerdan mucho más sangrienta de lo que realmente es. En realidad, eso tenía una presencia mínima en la película, lo cual elevaba el mérito del mal rollo que lograba transmitir, algo en lo que resultaba esencial el trabajo de Daniel Pearl como director de fotografía. Tan evidente era eso que incluso se volvió a contar con él para el remake de 2003, pero no hay ni rastro de su presencia en la película que nos ocupa y es algo que se nota.
Es verdad que aquí también todo transcurre en una localización remota cuyos mejores años hace mucho que quedaron atrás, con lo cual se conecta con la original en lo referente a la pesadilla de la América profunda, pero es algo que pronto se deja de lado en beneficio del espectáculo sangriento. Aunque muchos afirman que la película Halloween (1978) fue el primer filme slasher subgénero del cine de terror donde un grupo de adolescentes son asesinados brutal y sistemáticamente por un asesino enmascarado, lo cierto es que cuatro años antes del estreno de la cinta de John Carpenter, se presentó en las salas de cine Masacre en Texas, una película que se ajusta todas las características del slasher y que se convirtió en una de las cintas más aterradoras de todos los tiempos. Inspirada en los crímenes reales cometidos por el asesino en serie Ed Gein, la obra de Tobe Hooper acerca de una familia de caníbales, fue también la inspiración para Alien de Ridley Scott y La casa de los 1000 cadáveres de Rob Zombie.
El éxito de la cinta y luego de los muchos slashers derivados de ella como Halloween y Viernes 13, llevó a Hooper a dirigir en 1986 una secuela, cuyo énfasis estaba en el humor negro y la ultra violencia, pero que no llegaría a alcanzar el paroxismo logrado con la obra original (Hooper dirigiría en 1982 Poltergeist, otro inolvidable clásico del terror, antes de dejar este mundo en el 2017). El éxito tardío de la secuela en el mercado del vídeo casero, llevó a una tercera parte en 1990, esta vez dirigida por Jeff Burr, especialista en secuelas de terror (El padrastro II, Pumpkinhead 2, Puppet Master 4 y 5). Su película alcanzaría a superar en calidad a la cinta anterior, pero es, en últimas, un producto mediocre.
Cinco años más tarde, llega a las salas Masacre en Texas: La nueva generación, dirigida por Kim Henikel, una cinta terrible cuya única virtud consistió en tener como protagonistas a unos jóvenes Matthew McConaughey y Renée Zellweger, antes de convertirse en unos respetados actores ganadores del premio Óscar. La fiebre de los reboots de las franquicias de terror a comienzos del siglo XXI, fue la causante de una nueva versión del clásico de Hooper en el 2003, esta vez con un mayor presupuesto, la dirección de Marcus Nispel y la producción de Michael Bay, ambos veteranos en la producción de videos musicales. El resultado fue una película exitosa y con una fotografía elegante, pero tan decepcionante como las tres secuelas anteriores. De este reboot surge la precuela del 2006, dirigida por Jonathan Liebesman y también producida por Bay, con mucha sangre, pero muy poca alma. En el 2013 llega la peor de todas, esta vez en 3D y dirigida por John Luessenhop, que buscaba ignorar las partes 2,3 y 4 y ser una secuela directa de la cinta original de 1974.
Sus huecos argumentales y la idea de convertir en una especie de antihéroe a Leatherface (el asesino de la sierra eléctrica que usa una máscara de piel humana), la convierten en un producto desastroso. Leatherface del 2017, dirigida por Julien Maury y Alexandre Bustillo, es la octava película de la franquicia, e intentó explicar el origen del miembro más popular de la familia de caníbales. Aunque buscaba ser una precuela de la cinta original y de la versión en 3D, y pese a que contaba con unas buenas actuaciones de Stephen Dorff y Lili Taylor como protagonistas, en realidad lo que hizo esta entrega fue ayudar a enfatizar en la terrible decadencia a la que había llegado la serie de Masacre en Texas.
Mi 7.5 de calificación a esta cinta, donde en su trama, un grupo de cuatro jóvenes idealistas viajan al remoto pueblo de Harlow, Texas, para montar un negocio. Pero su sueño se convierte en una auténtica pesadilla cuando molestan sin querer a Leatherface, el desquiciado asesino en serie.
Los primeros minutos de ‘La matanza de Texas’ están principalmente orientados a despertar de nuevo a la bestia que es Leatherface. Por el camino se presenta al reparto joven condenado a acabar de mala manera y el director David Blue Garcia presenta con acierto una situación que no se limita a ser una repetición de la primera entrega pese a jugar con ingredientes similares. A partir de ahí es cuando la cosa se desmadra y queda claro que el principal interés de esta película es ver al legendario matarife acabar de la forma más gráfica posible con cualquiera que se cruce en su camino. Aquí no hay espacio para agonías lentas o sembrar la duda sobre qué piensa hacer contigo. Lo que prima aquí es el impacto directo en todo momento y la acumulación de cadáveres.
Hay una secuencia especialmente ilustrativa de esto en la que Leatherface acaba de un plumazo con la vida de varios personajes, todos ellos con una trascendencia prácticamente nula en la historia. La única angustia agobiante que puede llegar a provocar la película es por la sensación de que es algo inevitable y tarde o temprano va a acabar saliéndose con la suya. Pero no es lo mismo. Poco importa la reaparición de la superviviente original, aunque aquí interpretada por Olwen Fouéré en el lugar de la tristemente fallecida Marilyn Burns, hasta el punto de que es algo que se podrían haber ahorrado.
Sí, esa es la auténtica conexión con la sensacional película de Tobe Hooper, pero poco aporta a la historia más allá de recordarnos su condición de secuela. De hecho, aquí Leatherface casi parece más Jason Voorhees que el temible asesino de La matanza de Texas. Sí, vuelve a usar su mítica motosierra y sigue siendo un aficionado a usar caras humanas a modo de máscara, pero más allá de los cosmético tenemos a alguien más cercano al ímpetu sobrenatural del psicópata de la taquillera saga Viernes 13, que a cualquier otra cosa. Algo me dice que probablemente estaba ahí la discrepancia creativa que llevó a que los hermanos Tohill abandonasen esta nueva ‘La matanza de Texas‘ cuando ya llevaban una semana de rodaje.
Y es que puede que la idea fuera honrar el espíritu de la película original, pero a la hora de la verdad las diferencias no podrían ser más palpables. Puede que haya algún guiño bastante obvio -no entraré en cuales por eso de los spoilers-, pero queda claro que la prioridad no es esa. ¿Quiere eso decir que estamos ante una obra que no merezca la pena? Tampoco diría eso, ya que al menos aquí hay un tratamiento de la violencia inhabitual en este tipo de producciones de Hollywood. Recuerdo que en Halloween Kills (2018) se destacó lo bruta que llegaba a ser, pero es la película del realizador David Gordon Green palidece en ese aspecto ante lo que vemos suceder aquí en pantalla. Y ahí ningún pero que ponerle a la contundencia mostrada por el director David Blue Garcia. Tan claro es eso que ‘La matanza de Texas’ no tiene el más mínimo problema en tener una duración llamativamente corta para poder ir así siempre al meollo, dejando claro qué es lo que les interesa realmente y prestando mucha menos atención a los aspectos que podrían darle una mayor unidad. Y es que los títulos de crédito finales aparecen en el minuto 74 de metraje, pero ojo, que igual Netflix ya nos dice entonces que si nos apetece saltároslos, que hay una breve escena al final de los mismos.
Aquellos que busquen aquí una película en la línea de La matanza de Texas original, seguramente acaben decepcionados. Esto es otra cosa, con ciertos puntos de conexión con la imprescindible película de Tobe Hooper, pero que luego opta por un enfoque diferente, mucho más propio de un slasher al uso que de una obra del American Gothic. Ahora, en pleno auge de las “recuelas” (término utilizado en la última entrega de Scream para referirse a las secuelas que son al mismo tiempo remakes), llega a Netflix la novena película de Masacre en Texas, la cual mantiene el título de la cinta original (requisito fundamental de las “recuelas”). La segunda película del director David Blue García luego de la cinta de suspenso Tejano (2019), parte de un guion escrito por los uruguayos Fede Álvarez y Rodo Sayagués (los artífices de las maravillosas No respires y de la espeluznante “recuela” de Evil Dead), junto a Chris Thomas Devlin, que cuenta los sangrientos sucesos que transcurren cincuenta años después de los eventos de la cinta original (sí señores, esta es el tercer intento de hacer una segunda parte del clásico de Hooper).
Copiando el concepto de la “recuela” de Candyman, pero de un modo menos efectivo, nuestros protagonistas son cuatro jóvenes prestantes, que llegan al poblado de Harlow, Texas, con el propósito de llevar a cabo un proceso de gentrificación (es decir, comprar el deteriorado y decadente pueblo fantasma, para vendérselo a otros jóvenes con dinero y convertirlo en una ciudadela centennial del siglo XXI). Los jóvenes en cuestión son Dante (Jacob Latimore), un chef afroamericano; su novia Ruth (Nell Hudson); Melody (Sarah Yarkin); y su hermana Lila (Elsie Fisher), una chica traumatizada y sobreviviente de un tiroteo escolar. Solo tres personas siguen viviendo en Harlow: el rudo mecánico Richter (Moe Dunford), una anciana (Alice Krige) y su misterioso hijo adoptivo (Mark Burnham).
La anciana dueña de una de las casas en ruinas, entra en conflicto con los jóvenes gentrificadores por tener izada una bandera confederada, por hacer comentarios racistas y por negarse a abandonar su hogar, el cual antes era un orfanato y que, según ella, sigue siendo de su propiedad. Cuando la mujer es obligada a abandonar el predio por la policía, cae enferma y el misterioso y fornido hombre que vive con ella, la acompaña al hospital en compañía de la policía y Ruth. ¿Adivinen quién es el hombre que la anciana acogió en su hogar? Una pista: le gustan las máscaras de piel humana y las sierras eléctricas.
La nueva Masacre en Texas es absolutamente predecible y le falta el suspenso que Álvarez y Sayagués le imprimieron a las cintas dirigidas por ellos mismos. Pero lo que sí posee es un espíritu salvaje, agreste, sucio y políticamente correcto, que los fanáticos del cine de terror de la vieja escuela sabrán apreciar mucho. El momento en el que uno de los jóvenes gentrifricadores amenaza a Leatherface con cancelarlo por las redes sociales grabándolo con su teléfono celular, recupera con creces el humor negro de las películas originales y es tremendamente catártico cuando el asesino en serie de la sierra eléctrica responde a las amenazas, como bien lo sabe hacer.
Esta “recuela” intenta adoptar la crítica social de la nueva Candyman, pero no lo logra. Trata de ser fiel a la obra original, como lo fue la nueva Scream, pero fracasa en el intento. Y al igual que lo hicieron Scream con Sidney Prescott (Neve Campbell) y Gale Weathers (Courtney Cox); así como las dos nuevas entregas de Halloween con Laurie Strode (Jamie Lee Curtis), se resucita a la final girl de Masacre en Texas para convertirla en la némesis empoderada del asesino (Olwen Fouéré encarnando a Sally Hardesty, la sobreviviente de la primera masacre, quien fuera interpretada en 1974 por la actriz Marilyn Burns, quien falleció en el 2014).
Esta intención también termina siendo decepcionante. Sin embargo, hay que reconocer que este slasher no corresponde al “terror elevado” de La bruja, The Babadook, Hereditary o Midsommar (el término también viene de la “recuela” de Scream). Aceptar esto significa entender que lo que quieren los espectadores de este tipo de películas es sangre y tripas. La nueva Masacre en Texas, con todas sus fallas, les da a los fanáticos lo que desean… y en grandes dosis. El resultado no es tan despreciable y funciona como un pasatiempo violento, pero ni siquiera es la segunda o la tercera mejor entrega de la franquicia. Esta es una cinta muy apta para quienes sean fans de los clásicos asesinos seriales del séptimo arte.
Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.