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Animales Fantasticos: Los Secretos de Dumbledore | República Cinéfila

Luego de una desastrosa segunda parte, la nueva entrega de Animales fantásticos: Los Secretos de Dumbledore logra que nos volvamos a interesar por la magia y la hechicería con la tercera entrega de esta franquicia de la escritora inglesa J.K. Rowling que insinúa con ser bastante ambiciosa, pero finalmente apela a resoluciones bastante simplistas.

Si Animales fantásticos y dónde encontrarlos (2016) lograba eludir buena parte de los riesgos que implicaban ser un spin-off de la taquillera saga filmica de Harry Potter y crear un mundo propio dentro de ese universo gigantesco; Animales fantásticos: los crímenes de Grindelwald (2018) se mostraba demasiado necesitada de recurrir a personajes emblemáticos y presentar conflictos a resolver en entregas futuras, lo cual reducía su propio potencial. Lo de Animales fantásticos: los secretos de Dumbledore no deja de tener sus rasgos llamativos, ya que es una película repleta de contradicciones: tiene la marca autoral de J.K. Rowling, aunque se nota la intervención de Steve Kloves; quiere construir algo propio y al mismo tiempo se muestra dependiente de otros materiales; es coral en su estructura narrativa y a la vez focalizada en un solo personaje; cierra conflictos hasta cierto punto, pero dejando puertas abiertas.

Eso la deja en una mitad de camino interesante y a la vez insatisfactoria. Ya la primera secuencia -un diálogo entre Dumbledore y Grindelwald plagado de tensiones- es un indicador a futuro de las ambiciones, virtudes y limitaciones del film. Es una escena filmada con una elegancia cercana al drama británico más académico, que se muestra sutil para explicitar algunos conflictos íntimos y a la vez demasiada explícita, aunque el tono medido de los diálogos y las actuaciones de Jude Law y Mads Mikkelsen -que está perfecto a lo largo de toda la película- la lleva a buen puerto. Son unos minutos donde el estallido se insinúa, pero no se llega a concretar, lo cual, sumado al romanticismo trágico que la sobrevuela, la aleja de las tonalidades habituales del mainstream hollywoodense. Allí se abren tramas y subtramas enmarcadas en una lucha de poder, donde Grindelwald va progresivamente alineando gran parte de las fuerzas mágicas de su lado con el objetivo de impulsar una guerra total contra el mundo muggle, mientras Newt Scamander (Eddie Redmayne) es reclutado por Dumbledore como parte de un pequeño escuadrón que intenta impedir que esos planes se concreten.

Porque en el año de 2016, el director David Yates tomó las riendas de Animales fantásticos, la precuela de la saga de Harry Potter, la popular serie literaria juvenil, creada por la escritora J.K. Rowling. Yates había sido el encargado de las estupendas cuatro últimas adaptaciones cinematográficas de la franquicia de Potter y Rowling estaría a cargo por primera vez del guion. El resultado fue una película caótica pero adorable, que contaba las aventuras de un hechicero y protector de los animales con rasgos autistas llamado Newt Scamander (Eddie Redmayne), quien llega a Nueva York en los años veinte y se hace amigo de un muggle (término utilizado en este universo para nombrar a un hombre común y corriente), llamado Jacob Kowalski (Dan Fogler), quien aspira a convertirse en el dueño de una pastelería. Ambos conocen a Tina Goldstein (Katerine Waterston), una ex aurora (término para hechicera altamente calificada) y a su hermana Queenie (Alison Sudol), una lectora de mentes.

A lo largo de sus correrías, Newt se enamora de Tina y Jacob de Queenie, mientras se enfrentan a Percival Graves (Colin Farrell), una especie de policía de los magos, encargado de detener a Newt, y a Mary Lou Barbebone (Samantha Morton), la directora de un orfanato y líder de un grupo extremista anti-hechicería, quien adoptó al misterioso Credence (Ezra Miller), un chico con poderes mágicos. Dos años después, tras el éxito de la primera entrega, se estrena en las salas de cine Animales fantásticos: Los crímenes de Grindewald, una desastrosa secuela dirigida por Yates y con guion de Rowling, que constituye un trabajo en extremo aburrido, vacío y decepcionante. En ella, Newt se convierte en un personaje antipático y exasperante. El ornitorrinco ladrón y la plantita antropomórfica presentados en la primera parte, ahora se convierten en unos remedos de Groot y Rocket Raccoon de Guardianes de la galaxia. Aparece un joven Dumbledore interpretado por Jude Law, quien se convierte en el mentor de Newt, para enfrentarse a Gellert Grindelwald, el malvado exnovio de Dumbledore, encarnado por un Johnny Depp sobreactuado y de maquillaje exagerado.

Los Secretos de Dumbledore

Mi 7.5 de calificación a esta cinta que si Animales fantásticos: los secretos de Dumbledore quiere ser una reflexión sobre las diferentes facetas trágicas del amor, también se adentra en el territorio del thriller político y de espías, sin dejar de lado la aventura de descubrimiento y el humor físico.

Sin embargo, son las últimas dos facetas las que finalmente funcionan mejor, aunque paradójicamente tengan el menor espacio. El film incurre en demasiados subrayados en su intento de alegoría sobre el nazismo, con Grindelwald queriendo erigirse en una especie de Hitler que impulsa su causa racista mediante engaños discursivos e intrigas palaciegas de diverso calibre.

Al mismo tiempo, en su afán por darle visibilidad a ese personaje legendario que es Dumbledore y sus tortuosos “secretos”, les resta protagonismo a los demás personajes, especialmente Newt, que básicamente no tiene un recorrido propio, por más que protagonice un escape que es una de las secuencias que mejor combinan suspenso y comedia desde el cuerpo.

Esos “secretos”, que amagan con ser decisivos, se revelan demasiado rápido y no tienen tanto peso en la narración. Aunque tiene unos cuantos pasajes entretenidos y algunos climas atendibles, a Animales fantásticos: los secretos de Dumbledore se le nota mucho que no tiene al mando a un realizador con personalidad en la puesta en escena, pero también que su guion tiene poco para contar. O más bien, que quiere narrar unas cuantas cosas, pero al que le falta inventiva para llevar su propuesta a fondo y capturar la atención del espectador desde el asombro por lo que se ve. Apenas si despliega muchos trucos de los que solo unos cuantos dan en el blanco y las resoluciones dejan bastante que desear.

Eso sí, le alcanza para confirmar que Jacob Kowalski, ese muggle que todo el tiempo está descubriendo algo que lo maravilla y que es un abanico de emociones a cada paso, es un bellísimo personaje, al cual Dan Fogler interpreta de manera estupenda. En él vemos lo que esta saga puede ser, aunque el balance general de los tres films -hay que ver si esto sigue- y de esta película en particular sea apenas discreto. Si usted es de los pocos que logró sobrevivir despierto a la soporífera segunda parte, descubrirá nuevos personajes como Theseus Scamander (Callum Turner), hermano de Newt; Leta Lestrange (Zoë Kravitz), la prometida de Theseus y antigua novia de Newt; así como Eulalie Hicks (Jessica Williams), Yusuf Karma (William Nadylam) y Bunty Broadacre (Victoria Yeates), tres hechiceros que bien pueden ser aliados o enemigos de nuestros héroes.

Ahora llega la tercera parte de Animales Fantásticos que cuenta con el mismo director y la misma guionista la cual ha estropeado el mensaje sobre la tolerancia y contra el fanatismo de su historia, con una serie de comentarios transfóbicos.

Además, sufre por perder al actor que interpretaba a Grindelwald, quien actualmente hace parte de la cultura de la cancelación. Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore irremediablemente debe partir de los sucesos desarrollados en la esperpéntica segunda parte y nos muestra a Dumbledore y a Grindelwald reencontrándose después de mucho tiempo e incapaces de enfrentarse, no solo por el amor que se tienen, sino por un hechizo que ellos mismos se practicaron cuando eran amantes en China, la relación homosexual entre los dos hechiceros se censuró para evitar a los censores. El oscuro Credence se reveló como el sobrino de Dumbledore y tanto él como Queenie y Karma, se han aliado con Grindlewald, quien aspira convertirse en el líder del Mundo Mágico para acabar con los muggles en una actitud política muy similar a la de Adolfo Hitler o Magneto de los X-Men.

Newt va a en busca del qilin, un animal fantástico mitad cervatillo y mitad dragón, quien puede leer el alma de las personas y que es utilizado por el Mundo Mágico para elegir a sus gobernantes. Grindlewald necesita del animal para manipularlo y así cumplir con sus siniestras intenciones. Y en el camino, algunos supuestos enemigos se convertirán en aliados en una trama demasiado predecible. Sin embargo, esta tercera parte genera verdadera magia al hacernos regresar nuestro interés por el mundo creado por Rowling. En primer lugar, el reemplazo de Johnny Depp por Mads Mikkelsen es tremendamente acertado y, aún más, cuando este decide imprimirle su propia personalidad pasivo agresiva, que lo distancia del Voldemort de Ralph Fiennes y del Gárgamel de los Pitufos.

En segundo lugar, los elegantes, sorprendentes y bellos efectos especiales de esta cinta son toda una golosina visual. Y, en tercer lugar, la decisión de Rowling y de su coguionista Steve Kloves, de dejar a un lado las historias truculentas donde no ocurría nada, para centrarse en la acción, es más que acertada. Pese a algunos cabos sueltos, esta tercera parte se siente como una conclusión. El arco argumental llegó a su fin, no hay escenas post créditos y sabiamente se hicieron cargo del personaje encarnado por otro actor problemático, dándole digna sepultura. Sin embargo, se han prometido otras dos entregas oficiales más de Animales Fantásticos. Hace poco, el joven actor inglés Daniel Radcliffe anunció en sus redes sociales que ya no desea interpretar al personaje de Harry Potter. Quizás esa fue una muy sabia decisión, porque como diría el villano Lord Voldemort: “Harry debe morir”.

Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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