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Depredador: La Presa | República Cinéfila

Esta precuela donde el Depredador llega a la Tierra en el año 1719 y se encuentra con unos cazadores tan expertos como él, le da un giro ciertamente renovador a la franquicia, aunque sus méritos, atendibles, no dejan de ser algo limitados, ya que la euforia que se desató alrededor de Depredador: la presa me parece algo excesiva y creo que quizás tuvo que ver la decepción generada por El depredador.

Aquella película de Shane Black no había estado a la altura de las expectativas y, por contraste, no se esperaba mucho de esta nueva entrega que funciona como precuela y que, con algunos elementos interesantes, logra delinear un relato sólido, aunque sin salir mucho de lo predecible. Eso en el contexto de una franquicia que ya luce bastante exprimida, aunque todavía tiene algo para dar. La situación planteada, en especial a lo referido al tiempo y al lugar, no deja de ser atractiva: el relato se va hasta 300 años atrás, al territorio de la Nación Comanche, donde llega uno de los primeros depredadores.

Allí se irá delineando un enfrentamiento entre esa criatura alienígena, un experto cazador, con toda clase de recursos tecnológicos a su disposición, y Naru, una joven guerrera, que quiere probar su valía dentro de su tribu, y que encontrará en ese duelo una prueba que la llevará al límite de sus posibilidades. Queda ahí establecido no solo un duelo de voluntades, sino también una vuelta de tuerca adicional a lo que venía ofreciendo la saga, que es una historia de crecimiento y aprendizaje dolorosos: Naru no solo deberá superar sus inseguridades y miedos, ya que además deberá imponerse como única superviviente cuando todos sus compañeros de caza vayan cayendo uno a uno.

En esa apuesta narrativa, donde la mitología de la saga queda en un plano casi secundario, el film de Dan Trachtenberg (realizador de otra película un tanto sobrevalorada como es Avenida Cloverfield 10) se propone construir su conflicto con paciencia, apoyándose en el diseño de los personajes y, en particular, de su heroína casi accidental e improbable. Esa decisión es ciertamente inteligente, casi lindante con el clasicismo norteamericano, aunque los resultados son apenas aceptables, al menos en la primera mitad del metraje. Eso ocurre porque al guión le cuesta salir de las remarcaciones discursivas para retratar una comunidad basada en las demostraciones de fuerza y habilidad, y en la que la protagonista suele quedar relegada, a lo que se suman sus propios temores frente a los desafíos que afronta.

No es que el film quiera armar un gran alegato feminista a partir del contexto que aborda -aunque algo de eso hay-, sino que le cuesta escapar de lo esquemático y esperable para su estructura argumental. Es en su segunda parte, cuando las matanzas se van acumulando y los choques de voluntades quedan afianzados, que Depredador: la presa encuentra sus puntos más altos, porque casi todo -incluidas las posiciones morales- se expresa a través del movimiento y la fisicidad. Es incluso allí, de la mano de la corporalidad, que los diálogos previos cobran o más bien refuerzan sus significados.

Asimismo, el perfil identitario de Naru se potencia y ya no son necesarias las remarcaciones, porque todo está dicho con la gestualidad o apenas un puñado de frases. Su “camino del héroe” se completa entonces con solidez, a partir de un duelo final muy bien planteado desde la puesta en escena, que incluso se permite dialogar con la iconicidad de la saga sin perder por eso rasgos propios. Ahí no importan algunas “licencias poéticas” que se toma la película -como el perfecto inglés que hablan en la tribu comanche- y que podían hacer algo de ruido. En cambio, lo que prevalece es la lucha de esa joven por sobrevivir y cómo define su identidad en la colisión con esa criatura tan sagaz como cruel que es el Depredador, uno de los grandes villanos que ha dado el cine de acción desde los ochenta hasta el presente.

Depredador: La Presa

Mi 8 de calificación a esta cinta, recuerdo que era el año 1987 y los espectadores quedamos sorprendidos con una de las mejores películas de acción de todos los tiempos. Depredador de John McTiernan (Duro de matar) y protagonizada por Arnold Schwarzenegger, fue una cinta brutal con elementos de ciencia ficción y una premisa simple pero efectiva. Un cazador alienígena llega de safari a la Tierra y se enfrenta a un grupo de soldados quienes al principio lo confunden con un guerrillero centroamericano.

El tremendo éxito de la cinta llevó a una secuela dirigida por Stephen Hopkins y protagonizada por Danny Glover, que no fue tan popular como su predecesora, pero que se arriesgó a plantear algo diferente, al sacar al cazador de la selva para ubicarlo en un contexto urbano.

A finales del siglo XX, la industria del mercadeo nos inundó con muñecos, videojuegos y cómics del Depredador (algunos de ellos cruzándolo con otro peligroso extraterrestre, conocido simplemente como Alien). Y en el siglo XXI, se intentó recuperar la franquicia fílmica con varias películas. Alien Vs. Depredador (2004), AVP: Réquiem (2007), Depredadores (2010) y El Depredador (2018) fueron todas decepcionantes y desastrosas. Pero gracias a Dan Trachtenberg, el salvador de franquicias, Depredador ha vuelto al ruedo. Este director fue el responsable de convertir a 10 Cloverfield Lane, la secuela de Cloverfield (un popular pero mediocre híbrido entre terror, ciencia ficción, Kaiju y Found footage), en todo un clásico de la ciencia ficción distópica y el terror minimalista, proponiendo una aproximación diferente y efectiva.

Depredador: La presa viene a ser una digna precuela de la cinta de 1987 y nos hace olvidar de todos esos horribles intentos millennial por resucitar la franquicia, los cuales deberían sepultarse en una fosa común junto con Terminator: Destino oculto, Alien: Covenant y Matrix: Resurrecciones (aunque La presa guarda algunas conexiones con la película del 2010, que es la menos mala del infame grupo). La película dirigida y escrita por Trachtenberg junto con Patrick Aison (guionista procedente de la televisión, quien ha trabajado en Treadstone, Jack Ryan, Wayward Pines y Kingdom), se desarrolla en las planicies de Norteamérica en el año 1719 y es, desde Smoke Signals de 1998, una de las mejores películas protagonizadas por nativos americanos. La zona a la que llega nuestro salvaje alienígena hace parte de la nación Comanche en donde vive Naru (Amber Midthunder actriz de ascendencia Sioux que hizo parte de la magnífica serie Legion y de las películas Sin nada que perder y Riesgo bajo cero). Ella representa a David en esta versión libre del pasaje bíblico sobre David y Goliath. Pese a que posee un gran talento como curandera, Naru quiere ser cazadora como su hermano Taabe (Dakota Beavers). Ella es la primera en darse cuenta de que hay un ser extraño acechando en el bosque y no es un puma, un oso o un trampero francés. Es así que la joven sale con su hermano y un grupo de jóvenes cazadores no muy convencidos de que una mujer deba dedicarse a la cacería, para encontrar esa misteriosa presa. Pero ya sabemos que los cazadores van a convertirse en los cazados cuando se trata de Depredador. Trachtenberg recupera la esencia de la cinta original y reemplaza al testosterónico Dutch encarnado por Schwarzenegger, por el equivalente de Ripley en Alien y Sarah Connor en Terminator, con un toque de Pocahontas. El resultado es un trabajo minimalista pero rico en adrenalina que, aunque no llega a superar o equiparar a la cinta de McTiernan, sí llega a ser un espectáculo digno de uno de los personajes más recordados del cine de los años ochenta.

Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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