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Space Jam: Una Nueva Era | República Cinéfila

Space Jam: Una Nueva Era, es todo un éxito de taquilla, resultado de una más que correcta producción de la compañía fílmica Warner Bros. y ya han pasado 25 años para que disfrutemos de esta inesperada secuela, que, sin embargo, nos confirma la estrepitosa trayectoria de una película concebida para el fracaso artistico, donde resuenan más las controversias y polémicas sobre Lola Bunny o Pepe Le Pew, que su posible victoria entre el público.

En la sinopsis en su trama, después de que el malvado Al G. Rhythm (Don Cheadlre) secuestre a su hijo, la super estrella deportiva Lebron James ha de unirse al equipo de los Looney Tunes para vencer a los malos en un partido de baloncesto. Muy bien recuerdo que había en el año de 1996 múltiples motivos por los que un producto cinematográfico como Space Jam llegaba a concretarse, por el recuerdo cercano de ¿Quién Engañó a Roger Rabbit? (1988), la popularidad de los Looney Tunes de un público que entraba en la adultez, la presencia magnética de Michael Jordan y la NBA como sello que gozaba por entonces de una gran fama a partir de la extensión en todo el mundo de las señales deportivas y la televisión por cable.

En la nueva película no se entiende muy bien la nostalgia por aquel filme, ya que los resultados fueron bastante fallidos, pero sí al menos podemos entender qué motivó a sus creadores. Ahora bien, que 25 años después el mismo concepto vuelva a desarrollarse es ya un misterio de la industria cinematográfica norteamericana y su voracidad por extender franquicias que puedan gozar de un público cautivo. O, también, cierta necesidad comercial y empresarial por parte de una empresa como Warner. Space Jam: Una Nueva Era es una repetición de aquella película, pero rehecha con los códigos del presente. La estrella del básquetbol en cuestión es ahora LeBron James, los Looney Tunes vuelven pero ya en plan animación digital y el concepto no es tanto el mundo animado sino el de los videojuegos, que es donde se termina jugando el partido en cuestión. Tenemos un conflicto paterno-filial de lo más básico, entre un padre que quiere que su hijo se dedique al deporte y un hijo que en verdad quiere ser desarrollador de videojuegos. Lo básico del conflicto es lo de menos, porque en verdad lo interesante aquí debería ser cómo se relacionan los humanos con las animaciones y cómo ese mundo cartoon impone sus reglas absolutamente disparatadas. Pero la película del director Malcolm D. Lee no solo es torpe para generar humor, es muy poco disparatada y confunde caos y vértigo con ritmo narrativo. Space Jam: Una Nueva Era son casi dos cansadas horas sin una idea más o menos atractiva. La película con LeBron James y los personajes de los Looney Tunes es un concepto confuso.

Un filme algo aburrido, que confunde repito el caos y el vértigo con el ritmo narrativo. Aunque me pregunto porque todavía cuesta entender la devoción por el filme original que nunca parecía entender lo que podían dar sus protagonistas, tanto los de la vida real como los de la animación. Esa cinta de 1996 vista a la distancia, cuesta entender por qué Space Jam: El Juego del Siglo ha cosechado y mantenido una adoración y culto dentro del espectro del cine infantil, a tal punto que ha permitido que se ahora se haga una secuela. Más aún porque recuerdo todavía la decepción que provocó -a mí, pero también a muchos espectadores más- en el momento de su estreno.

¿De dónde sale esa nostalgia? ¿Qué la respaldaba? ¿O será que, más que la película, se extraña a la representación del básquetbol que encarnaba en el cine?

Porque la verdad que el encuentro que promovía el filme entre una gran figura como Michael Jordan y los irreverentes Looney Tunes no era tal. Lo que prevalecía era el homenaje prácticamente adoratorio al estrellato de Jordan, al cual acompañaban -en roles obviamente secundarios- otros notables jugadores como Larry Bird, Patrick Ewing y Charles Barkley. No había una real convivencia entre mundos y perspectivas, ya que Bugs Bunny y sus amigos eran meros acompañantes, criaturas que aportaban una marca y un prestigio determinados, pero no las estéticas que representaban.

La anarquía pura que solían transmitir las creaciones de Chuck Jones quedaban domesticadas y silenciadas en un filme ordenado y predecible, correcto a más no poder. Quizás una parte de la respuesta para estos resultados pasara por la misma trayectoria del proyecto y el accionar de sus responsables. Por ejemplo, en los créditos figura como director Joe Pytka, aunque los rumores indicaban que solo se ocupó de la parte animada de la película y que el verdadero realizador terminó siendo Ivan Reitman, que sin embargo solo figura oficialmente como productor.

Igual queda la duda de por qué Reitman, que venía de hacer grandes comedias como Un Detective en El Kínder (1990), Dave, Presidente por un Día (1993) y Junior (1994), hizo una película tan tibia y superficial, pero no hay que olvidar que luego haría filmes mediocres como Un Papá de Sobra y Seis Días y Siete Noches (1998), para luego redimirse con Evolución (2001). Tampoco hay que dejar de lado el rol ocupado por Jordan, que en ese momento era prácticamente un dios del deporte global y que en buena parte de la trama hace notar el poder y capacidad de control que tenía: particularmente hacia los últimos minutos, todo se convierte en una apología de su vuelta al básquetbol después de un retiro momentáneo y un paso fallido por el béisbol.

Sin embargo, por fuera de las especulaciones, lo que queda es lo que se ve en pantalla. Y ahí se ve un filme banal y facilista, que solo recurre a los clichés y lugares comunes que permitan el aplauso fácil y que confía en exceso en la adoración acrítica del público. Era un filme ya viejo y cansado desde su mismísimo estreno, desde múltiples aproximaciones. Por un lado, porque no ponía a los Looney Tunes o a Jordan a hacer algo nuevo, sino a repetir trucos viejos y gastados. Por otro, porque palidecía frente a la creatividad de películas previas o contemporáneas: recordemos que en la década previa se había estrenado ¿Quién Engañó a Roger Rabbit?, pero también que el año anterior había llegado Toy Story (1995), ese mismo año se lanzaba El Jorobado de Notre Dame y el año siguiente se estrenaría Hércules (1996). Estamos hablando de películas que, aún con sus ciertas fallas o desniveles, eran en cierta manera algo innovadoras, creativas, imaginativas y hasta arriesgadas. En Space Jam: El Juego del Siglo no había riesgo alguno, solo muchos guiños y piruetas conocidos. Ahora en esta nueva cinta eta armada con unos chistes simples y fallidos, con un doblaje que acentúa los errores y un villano algorítmico e histriónico (Don Cheadle), el regreso de los Looney Tunes en cierta manera pisan la cancha con el pie izquierdo.

Space Jam

Mi 7.5 de calificación a esta cinta con la trama básica de que atrapado en el espacio digital, la superestrella del baloncesto LeBron James se une a la banda de los Looney Tunes para derrotar al villano equipo de los Goon Squad en un juego de baloncesto y salvar a su hijo. Si Space Jam: El Juego del Siglo (1996) era más un show de Michael Jordan en detrimento de los Looney Tunes, lo cierto es que tampoco estaba hecho a la medida de su estrella y fallaba en su propósito.

Es que si había algo en que podían parecerse Jordan y los Looney Tunes era en cómo, en distintos territorios, encarnaban lo caótico e inesperado. Jordan era una figura única en el mundo del básquetbol a partir de su capacidad para cambiar la ecuación de cualquier partido con jugadas espectaculares, fuera de norma, al igual que los Looney Tunes en la animación. Pero en Space Jam: El Juego del Siglo él también estaba domesticado, a pesar del poder que detentaba en ese momento. Y eso refuerza la pregunta sobre por qué tanta nostalgia, si en verdad se evoca algo que nunca fue. Porque para divertirse, para pasarla bien en serio, mejor mirar los cortos dirigidos por Jones o los videos de los partidos de Jordan.

Como en Disney en los tiempos de la cinta Saludos Amigos, la Warner opta aquí por convertir su catálogo en un parque temático regido por las normas de la entropía, la nostalgia y el espectáculo ¿qué película hoy día no juega a vendernos algo? Para ello, cuenta con unos entregados LeBron James y Don Cheadle y, tras el nutrido grupo de guionistas, a un prolífico artesano que ya demostró su debilidad por la autoparodia en la notable El Hermano Secreto y la eficaz Scary Movie 5. Ya sé que esta simpática sesión de tarde habría sido mejor hace unas décadas con alguien como Robert Zemeckis o Chris Columbus manejando el cotarro… pero creo que el crítico de cine que mira demasiado al pasado corre el riesgo de congelarse.

Lee supera de largo a su principal contrincante en la cancha en la desganada primera entrega de 1996, y aunque no anota tanto como el Dante de Looney Tunes de Nuevo en Acción (2003), sabe convertir su película en una extraña revisitación de Starfigter ya que la aventura comienza sobrecargada de cameos, moralinas y esteroides. De todos modos no deja de ser curiosa la premisa: un algoritmo de la compañía Warner Bros. interpretado insoportablemente por el estupendo actor Don Cheadle que se enoja porque LeBron James no quiere participar de un experimento de virtualidad y lo secuestra junto a su hijo. Perfecto: ¿El villano es un algoritmo de Warner? ¿De Warner, la compañía productora de la película? Sí.

Space Jam

Uno supone que hay un chiste ahí dentro, una ironía, pero no, nada es gracioso, salvo un chiste que involucra un error con el nombre de Michael Jordan. Lo que sí hay, aprovechando que se meten en una suerte de servidor de Warner, es una exposición del amplio catálogo con el que cuenta la poderosa compañía cinematográfica. Entonces como en una versión confusa de la estupenda Ready Player One (2018) aparecen cientos de personajes y referencias, que no cumplen otra tarea que la de la prepotencia corporativa: porque tenemos las franquicias de DC Comics, de Game of Thrones, de Harry Potter; y a King Kong, y al Gigante de Hierro, y al payaso de It.

Y más. Y todos los personajes hacen cameos absolutamente arbitrarios. Para muchos aún resulta incomprensible el afecto que muchos profesamos hacia la primera entrega de Space Jam, de Joe Pytka, donde el carisma de Michael Jordan y su partido de baloncesto junto a los Looney Tunes marcaban un triple a los jóvenes espectadores de los años 90. Su combinación de animación y acción real sostenía una narrativa atractiva y singular, que proseguía el camino marcado por ¿Quién Engañó a Roger Rabbit?, y sería retomada posteriormente, en un monumental descalabro, por la cinta Looney Tunes: De Nuevo en Acción (2003).

Space Jam

Pese al loable mensaje de Space Jam: Una Nueva Era sobre la exploración de la identidad propia y el apoyo familiar en su consecución, LeBron James no logra llegar a la altura de Jordan y su dominio ante la cámara. Un problema que intenta ser paliado, en un alarde de derechos de imagen, con un arsenal de personajes pertenecientes a Warner Bros.: de Wonder Woman a Rick y Morty, pasando por los Caminantes Blancos o los protagonistas de la clasica pelicula Casablanca (1942).

Este especie de serviverso provoca que el resultado final sea un filme bastante caótico y saturado de figuras emblemáticas, que en ocasiones puede rozar la incomprensión- tanto dinero para el CGI y tan poco para la caracterización de los extras-. Esto resulta insuficiente para el retorno de los Looney Tunes dirigido por el competente cineasta Malcolm D. Lee, quien no consigue del todo recuperar el tono algo crítico y hasta sarcástico del primer filme original en 1996, repleto de dardos envenenados en especial a su máxima competencia que es la de Disney Studios/Pixar, la Casa del personaje Mickey Mouse.

Aunque en el fondo todo tiene su objetivo, Space Jam 2: Una Nueva Era parece un largo comercial/spot de lanzamiento de la plataforma streaming HBO Max como una veneración a la nostalgia que llega a sentirse demasiado como un enorme comercial, porque llega a recaer en el exceso del sentimentalismo y la obvia autopromoción a Warner de una forma tan directa que incomoda, como una especie de un comercial mas televisivo que cinematográfico. Pero sin embargo, lo más valioso de esta mas que correcta cinta, es la forma en la que conservó la esencia de sus populares personajes, la narrativa visual del mundo animado de los Looney Tunes y la lógica adaptación a la era tecnológica. ¡Eso es todo amigos!

Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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