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Amores Perros (2000) | República Cinéfila

“La ciudad de México es un experimento antropológico y yo me siento parte de él. Soy sólo uno de los veintiún millones que vivimos en la ciudad más grande y poblada del mundo. Ningún hombre en el pasado vivió (más bien sobrevivió) antes a una ciudad con semejantes niveles de contaminación, violencia y corrupción, y sin embargo ella es increíble y paradójicamente hermosa y fascinante, y eso es Amores Perros: el fruto de esa contradicción.”
 
Esas fueron las palabras del director de Amores Perros Alejandro González Iñárritu quien es todo un hombre de medios en México. Pero no estamos ante un filme documental sobre urbanismo o historia, ni frente a un canto pesimista o posmoderno a la vida en el umbral de este nuevo siglo, sino ante una de las pocas ficciones prometedoras del cine latinoamericano reciente. En ella se cruzan tres historias. Una es la de Octavio (Gael García Bernal), un joven adolescente que se enamora de la esposa de su hermano, apenas más crecidita que él. Los tres, más la madre de los hermanos y un bebé, conviven bajo el mismo techo. Afuera, hostil y frenética se extiende la ciudad. Ellos la perciben como una selva, y todo vale para sacar dinero de allí: robar bancos y farmacias, apostar en las riñas de perros. Otra historia es la de Daniel (Alvaro Guerrero) y Valeria (Goya Toledo): él es un empresario televisivo que decidió abandonar a su familia para vivir junto a ella, una top model española. Valeria es todo lo que un hombre puede soñar, y de verdad lo ama. Pero su vida de pareja se dividirá inexorablemente en el antes y el después de un accidente automovilístico. La última historia (aunque todas conviven a lo largo del filme) es la del Chivo (Emilio Echevarría), un ex guerrillero que se gana la vida juntando basura de la calle y como asesino a sueldo. Vive rodeado de perros. Cuando llegue el fatal accidente, el Chivo no rescatará a los conductores sino a su acompañante: un can herido de bala. Y lo cuidará hasta que sane. Ese animal y un hecho truculento harán que el Chivo recupere totalmente su humanidad.

Amores Perros se exhibió dentro de la sección de la Semana de la Crítica en el Festival Internacional de Cine de Cannes 2000, donde ganó el Gran Premio, para luego recibir una nominación al premio Oscar como Mejor Película Extranjera. En el 2006, Iñárritu ganó el galardón al mejor director por Babel, que luego fue nominada a siete premios de la Academia. Retornó a la Croisette en el 2010 con Biutiful, cuyo protagonista, Javier Bardem, se llevó el laurel al Mejor Actor y luego obtuvo una nominación al Oscar. Iñárritu tiene una larga historia con Cannes, comenzando con su ópera prima, Amores Perros, exhibida en el 2000, y terminando con la proyección de la experiencia de realidad virtual Carne y Arena en 2017, en la selección oficial. El caos de la violenta y fascinante ciudad de México es un personaje más de este rompecabezas humano en el que tres historias chocan en un fatal accidente de tráfico que vuelca las vidas de sus víctimas. La de Octavio (Gael García Bernal), enamorado de Susana (Vanessa Bauche), casada con su hermano Ramiro (Marco Pérez), con la que planea fugarse. La de Daniel (Álvaro Guerrero), editor que abandona a su mujer e hijas para vivir con la bella top model Valeria (Goya Toledo). Y la del Chivo (Emilio Echevarría), quien es un ex guerrillero comunista, ahora asesino a sueldo. Esta fue una formidable cinta nacional que marco todo un parteaguas en la historia del cine mexicano contemporaneo. 
 
Amores Perros
 
El filme de Alejandro González Iñárritu recuerda a esas películas del cineasta hongkonés Wong Kar Wai que hace unos años pudieron verse en nuestro pais en las salas de cine, en video clubs y en cable con los filmes Chungking Express, La Caída de Los Angeles y Felices Juntos pero pasadas por el filtro de lo latino. En la tematica que conjugan los adolescentes marginales, en las palabras en inglés que todo el tiempo utilizan el empresario y la modelo y en el mutismo entre sabio como demente del Chivo se dibujan los compartimentos estancos en los que quedaron fosilizadas las clases sociales del mundo globalizado. Combinando escenas que parecen inspiradas en algunas de las peliculas de Quentin Tarantino con otras que parecen rescatadas de los cuentos de Raymond Carver, el director se las ingenió para penetrar ese mundo.
 
Para meterse en personajes que, sumados, expresan la demoledora sordidez de una megaurbe actual, pero que cuando el día concluye, en la intimidad de los hogares, dejan caer sus máscaras para revelar toda la ternura y el temor que palpitan en los hombres. Potente, inteligente, ágil, Amores Perros demuestra que todavía es posible abordar todas esas historias y situaciones drámáticas, tan peligrosas para directores egocéntricos y públicos descreídos, sin morir en el intento. Es una sorpresa edificante. Decía la ensayista Kathy Acker que en Crash no había protagonistas, no había antagonistas, no había ni siquiera drama psicológico solo había deseo. El deseo que provoca el choque frontal entre dos coches, la misma energía catastrófica e inevitable que impulsa a varias personas a sentirse atraídas por un francotirador que, al azar, decide convertirlas en víctimas. El accidente de coche como epicentro de la espiral del caos, el desastre como metáfora de la vida contemporánea: ahí, sobre la chatarra humana, se sienta Alejandro González Iñarritu a observar a tres subespecies, acompañadas de sus respectivos perros, cuyo único nexo de unión es un extraño anhelo de muerte. La muerte, invitada de honor de la cultura mexicana, ocupa, incluso a un nivel subterráneo -ese caniche perdido en el agujero negro del parqué, la tenebrosa voz del subconsciente de una top model una magnífica Goya Toledo que ha cambiado la belleza por el metal de la prótesis-, la presidencia de esta pantagruélica, soberbia mesa bautizada con el nombre de Amores Perros, tal vez la película azteca más febril, rabiosa y desoladora desde que Arturo Ripstein firmara su legendaria cinta Principio y Fin. Que la estructura narrativa de la excelente ópera prima de este ex disc jockey mexicano algo de agresiva remezcla tiene este trifásico explosivo: González y Guillermo Arriaga trabajaron en 36 versiones del guión que proviene del Pulp Fiction de Tarantino, es un secreto a voces. Pero más allá de jugar con la construcción de su sofisticado mecano, González se aproxima a su ciudad natal obligando a personajes con distintos pasados y futuros (de estrato social diametralmente opuesto: del vagabundo a la modelo, de la chabola al dúplex) a vivir la misma pesadilla. Una pesadilla que parece derivativa tal vez el primer episodio sea el menos memorable pero que pronto se convierte, sin avisar, en el cuento que Raymond Carver debe de haber escrito en un universo paralelo (escalofriante fábula sobre la zona oscura de lo cotidiano) para, sin dejarnos recuperar, transformarse en la cruel historia, amenizada con momentos propios de la mejor obra de teatro del absurdo, de un hombre que ha perdido la oportunidad de reencontrarse con sus raíces.
 
Amores Perros
 
Salvaje, atroz, agresiva, vagamente esperanzadora, Amores perros termina del único modo posible: la figura del hombre moderno, errante y sin objetivos, alejándose sobre una tierra de cenizas. Otro símbolo, tan contundente como un accidente de coche, de la muerte de los sentimientos. Cinta para amantes del cine libre y salvaje. Lo mejor con la segunda historia, modélica en ritmo y crueldad. Lo peor es que podria ser hija de Quentin Tarantino cuando no necesita de padrinos lejanos en Amores Perros, en su fondo lo trágico adereza lo familiar, pero no lo tensiona, como sí ocurría en esta reveladora masterpiece.
 
Lic. Ernesto Lerma, titular de la seccion y columna periodistica.

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