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Venom: Carnage liberado | República Cinéfila

Si Venom (2018) era una película que no aprendía de los errores de las adaptaciones cinematográficas de Marvel como el filme de Daredevil (2003) y que nunca encontraba un tono cinematográficamente que la definiera, con lo que era una mescolanza indigesta de solemnidad e ironía impostadas, más algo de comedia involuntaria, su secuela tiene las cosas mucho más claras casi desde el comienzo.

Venom: Carnage liberado se asume rápidamente como un disparate y en base a eso apuesta a ser una comedia bastante desatada y muy efectiva, lo que representa una enorme ganancia. Quizás la clave haya pasado por darle un lugar más concreto y a la vez libre a Tom Hardy, que participó de la escritura de la historia. O también de la elección en la dirección de Andy Serkis, alguien que ha sabido trabajar múltiples registros actorales y que ya había mostrado algunas ideas de puesta en escena atractivas en Mowgli: relatos del libro de la selva y Una razón para vivir.

La cuestión es que Venom: Carnage liberado es, valga la redundancia, una película mucho más libre y descontracturada, que entiende que lo que podía enriquecerla y diferenciarla estaba en esos contados pasajes de humor inconsciente que tenía la primera parte. Por eso la premisa es apenas una excusa para zambullirse en el delirio. En la sinopsis de esta trama de la historia, después de encontrar un cuerpo anfitrión en el periodista de investigación Eddie Brock (Tom Hardy), el poderoso simbionte alienígena debe enfrentarse a un nuevo enemigo, Carnage (Woody Harrelson), el alter ego del asesino en serie Cletus Kasady. Aqui vemos como Brock sigue luchando por adaptarse a su nueva vida como el huésped del alienígena simbiótico Venom y encuentra una oportunidad de revitalizar su carrera periodística al entrevistar al asesino serial Kasady, que está encerrado en una cárcel. Claro que, por una serie de circunstancias un tanto azarosas, Kasady se convierte en el anfitrión de Carnage, otro letal alienígena simbiótico y escapa de prisión, con lo que todo queda servido para un enfrentamiento a gran escala.

En verdad, Venom: Carnage liberado es una historia de amor por partida doble, con dos dúos de personajes buscando amoldarse entre sí y vidas en pareja, aunque casi todo esté en contra. Por un lado, Brock y Venom, obligados a convivir en un mismo cuerpo, en conflicto constante, pero también armando una amistad a las piñas, con pasos de comedia física a cada minuto. Por otro, Kasady y su vínculo romántico con Frances Barrison, el amor de su vida, una mujer que también tiene sus propios poderes convertidos en maldición, que contribuyen a un lazo que fusiona lo alocado con lo operístico y trágico. Ambas subtramas colisionan y se retroalimentan, siempre con tonos exacerbados, ya que el filme descarta toda chance de solemnidad o reflexividad impostada, preocupándose mucho más por divertir y divertirse. Por más que sea una secuela que es un eslabón más de una franquicia en construcción -y que hasta dialoga con una propiedad ya plenamente consolidada como es la de Spider-Man-, Venom: Carnage liberado tiene un pequeño cuento para narrar y es consistente con eso. En apenas algo más de una hora y media, sin muchas vueltas, delinea su relato de crisis de la pareja protagónica, surgimiento de un antagonista y choque final con consecuencias visibles y concretas. Lo hace con decisión, precisión y energía, sobreponiéndose incluso a altibajos en algunas resoluciones y giros del guion.

Esa vitalidad hasta permite que Hardy se redima de su pésima performance de la primera parte, para entregar aquí una actuación que arroja una nueva luz sobre sus dotes actorales. A eso hay que sumarle los aportes de estupendos actores como Harrelson y Harris, que están divertidísimos. Venom: Carnage liberado es una agradable sorpresa y una feliz corrección a los garrafales errores de su taquillera predecesora, ya que esta secuela corrige buena parte de los horrores de la primera parte, con una decidida apuesta a la comedia y también al disparate. Hay en Venom: Carnage liberado un Andy Serkis tras las cámaras que, más allá de lo formalmente servicial respecto a los numeritos de los protagonistas gracias a los efectos especiales digitales, se permite el osado lujo de conectar a su película no única y lógicamente con el odiado filme de Spider-Man 3 (2007) de Sam Raimi, el que ya tenía a Venom donde recordamos la secuencia con la campana de la iglesia, sino con la competencia: esa misma iglesia donde se desarrolla el enfrentamiento entre Venom y Carnage remite a la gótica catedral con gárgolas incluidas del Batman (1989) de Tim Burton. Aunque el mejor referente de este chiste ni siquiera superheroico es el que afecta a esos asesinos natos formados por el personaje de Woody Harrelson y Naomie Harris, idénticos a los serial killers del Más Acá y del Más Allá de Agárrame esos fantasmas (1996) del cineasta Peter Jackson. Solo por ello ya vale la pena darle el aprobado a esta segunda parte disparatada. Como si hubieran utilizado los descartes de la primera Venom o La extraña pareja de Neil Simon con simbionte y periodista cutre como armazón, los responsables de esta mucho más pirada continuación Dos tontos muy tontos (1994) con dos simbiontes, un periodista más cutre todavía y un par de asesinos en serie repiten la esquizofrénica comedia física y de réplicas marcianas o alienígenas de situación destructiva que tan bien funcionó en el original. Tom Hardy vuelve a regalarnos un festival de gestualidad, humor borrachuzo y una capacidad para reírse de sí mismo autoflagelándose que no se veía en el fantastique desde el Bruce Campbell de la saga Evil Dead. Sus secuencias domésticas con Venom son un dechado de gags lunáticos y absurdos como por ejemplo Sonny y Cher, las gallinas indultadas de la dieta del simbionte que los puristas de las películas de superhéroes hallarán horroroso e impresentable, pero quienes hemos sido toda la vida omnívoros de la Marvel y de las páginas añadidas de Vértice con las viñetas de Tunet Vila aplaudimos con más entusiasmo que Hardy celebrando una resaca.

Carnage

Mi 8 de calificación a esta más que buena y correcta producción fílmica y es que en los últimos 20 años, el cine de superhéroes ha experimentado una evolución enorme tanto en su consideración a nivel cultural e industrial como en lo relativo a los códigos narrativos y visuales que imperan en el que se ha convertido en el subgénero por defecto de las grandes superproducciones. Lejos quedan los años zozobrantes del cambio de milenio, cuando títulos como Hulk (2003), Daredevil (2003), Catwoman (2004), Los 4 Fantásticos (2005) o Elektra (2005) aunaban palos de ciego, efectos digitales cuestionables y ningún sentido del ridículo en sus traslaciones de los personajes de las viñetas. Hasta que la saga Venom protagonizada por Tom Hardy ha recuperado esa energía exacta. Se podría cometer el error de despachar con sorna las películas de la enumeración anterior y barrerlas bajo la alfombra de los títulos que relanzaron a los superhéroes hasta la hegemonía fílmica –X-Men (2000), Spider-Man (2002), Batman Begins (2005), Iron Man (2008)–, perdiendo así por el camino la posibilidad de soñar con esquemas menos férreos; e incluso grandes propuestas de por sí, como el filme de Ang Lee.

Si el cine de superhéroes ocupa su lugar actual de fórmula infalible con riesgo controlado es gracias al detritus de aquellos experimentos de ensayo-error. Una mezcolanza tan viscosa y pegajosa como el Venom creado en los cómics de Spider-Man en los ochenta, que Todd McFarlane convirtió en una imponente encarnación de la fantasía de poder de los lectores y en su primera película se reveló como el parásito pringadete más marginado de su planeta. Encontraba acomodo dentro del cuerpo de Eddie Brock –seguramente el personaje que menos en serio se ha tomado Tom Hardy en toda su carrera- y no tardó en ser afortunadamente resignificado como icono queer. Un subtexto creado por el público que Venom: Habrá Matanza explicita y, por lo tanto, despoja de filo en tiempo récord. La primera cinta de Venom en 2018, dirigida por Ruben Fleischer, era un extraño artefacto disfuncional que, precisamente, convencía por su imprudente tono camp, la desvergüenza propia de una comedia romántica con la que abordaba el triángulo entre simbionte, Eddie y su ex, interpretada por Michelle Williams; distintivo de un reparto sin mácula que Venom: Habrá Matanza recupera y amplía con Woody Harrelson y Naomie Harris como villanos, Stephen Graham como agente de policía y Reece Shearsmith como regalo para fans de Inside No. 9.

Sin embargo, lo que la secuela no puede repetir es la inocencia con la que Venom se lanzaba al abismo por las cuestas en la ciudad de San Francisco, California. Quizás los (menos) de 90 minutos que utiliza esta secuela, que no tiene ningún tipo de vergüenza en parecer más una autoparodia, solo han servido como excusa para llegar a esa escena intercréditos que lleva a Venom, currito proleta y marginal, a la Premier League de la Marvel. Y si encima esa secuencia a uno de le antoja que posee todo el aire de una broma (un corta y pega del MCU Sony en los suburbios Marvel Sony), entonces no puede menos que aceptar que sí, que Venom: Habrá matanza, como lo fue la anterior Venom, no es más (ni menos: el público ha vuelto a responder entusiásticamente en taquilla) que uno de los troleos más divertidos y descarados que se le ha hecho al todopoderoso y monopolizado por la Disney universo Marvel. Venom: Carnage liberado reemplaza la actitud kamikaze de lo que era un gesto desesperado por la cosecha intensiva de los elementos que gustaron inesperadamente la primera vez. Hay más slapstick inocentón y riñas hilarantes entre Tom Hardy y la cabeza CGI de Venom, que muchas veces actúa como una especie de trol disparador de apostillas faltonas en off, pero todo se siente tan calculado como un dibujo macarra hecho sobre papel de calco.

venom

Y ni siquiera con un trazo interesante, pues la puesta en escena de Andy Serkis solo puede ser tildada de televisiva (pero lo que significaba “televisiva” también hace 20 años) y asombra que Robert Richardson firme la fotografía de esta amalgama CGI sin definición ni contorno. Ahora bien, ¿acaso algo de lo anterior importa? Cabe concluir que no. Si el guion es un mero esqueleto donde colgar set pieces caóticas con simbiontes metiéndose la lengua como máximo la decisión de Sony Pictures de hacer las películas de Venom para mayores de 12 años ridiculiza la acumulación de muertos y la incansable cháchara sobre comer cabezas, es natural que el resultado final recuerde a esos vídeos para bebés que inundan YouTube con canciones infantiles a cargo de infracciones de copyright mal animadas. Igual de tosco, igual de eficaz. Lo mejor en este filme fue ver a Venom dando el discurso en la fiesta de disfraces. Yo lo peor de que en el fondo no pase nada y no te importe nada, para los Quijotes y Sancho Panza del troleo marvelita. Esta es la entretenida historia de dos muy poderosos simbiontes que vuelve al tipo de cine camp de principios de los años 2000.

Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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