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Thor: Amor y Trueno | República Cinéfila

El director Taika Waititi y el actor Chris Hemsworth redoblan la apuesta en una secuela algo despareja que profundiza ciertos elementos de Thor: Ragnarok (2017), pero también explora nuevas tonalidades genéricas y temáticas porque se podría definir a Thor: Amor y Trueno con apenas una palabra: “recargado”.

Pero ese término puede ser engañoso: no es tanto Thor: Ragnarok recargado, sino Taika Waititi -y un poco Chris Hemsworth– recargados, lo cual no es exactamente lo mismo. Especialmente el realizador, y en buena medida el protagonista, son figuras que no parecen conformarse con apelar a las herramientas que suelen dominar con mayor facilidad (como la comedia absurda y disparatada), sino que también procuran explorar nuevas superficies narrativas y estéticas.

Es lo que hacen aquí, con resultados estimulantes, aunque ciertamente desparejos. A medida que pasan los minutos, va quedando claro que Thor es posiblemente el único personaje relevante de Marvel que sigue haciendo la suya, apartado de la trama principal en la que está ocupado el Universo Cinemático de Marvel, es decir, el Multiverso. Thor está en su propio universo, casi literalmente, aunque más que nada psicológicamente: para lidiar con sus tragedias (personales, afectivas, incluso morales), se construye una realidad paralela donde él es un héroe alocado y egocéntrico, aunque también sensible, y casi inverosímil. Esta nueva entrega lo encuentra teniendo que enfrentarse con Gorr (Christian Bale), un villano que, a partir de la muerte de su hija, busca vengarse de todos los dioses y ha emprendido una misión para aniquilarlos a todos.

Frente a ese enemigo, contará con una aliada inesperada: Jane Foster (Natalie Portman), convertida en Mighty Thor y en la nueva portadora de su martillo roto, ahora reconstruido. Lo llamativo de Thor: Amor y Trueno es cómo, por un lado, es una continuidad de las tonalidades pop de Thor: Ragnarok, introduciendo elementos que la vinculan con referentes de la aventura ochentera como Conan el bárbaro y Flash Gordon, pero a la vez utiliza esa base conceptual para ir hacia otro lugar. Un lugar que está lejos de ser el relato feminista que podía esperarse: no se trata de mostrar que las mujeres también pueden pelear o de delinear una bajada de línea woke (por más que haya referencias puntuales a la sexualidad de varios personajes), simplemente porque el film no lo considera necesario y a lo sumo deja, inteligentemente, que sean las acciones las que expresen un discurso ideológico.

En cambio, progresivamente, va construyendo un drama romántico, casi trágico incluso, que se complementa y retroalimenta con el pasado trágico de Thor. Y que, a su vez, dialoga con las motivaciones de Gorr, un antagonista que, más que un ser maligno, es uno desgraciado, alguien que, frente a la ingratitud e indiferencia de los dioses, con su fe quebrada, solo encuentra en la venganza un sentido existencial. Al fin y al cabo, en Thor: Amor y Trueno, está sobrevolando permanentemente el miedo a la pérdida y el dolor, que encuentran en la aventura desenfrenada una mascarada que les permite seguir adelante a sus protagonistas. Y decimos protagonistas porque ese temor aqueja a Thor, pero también a Jane Foster, la Reina Valkyria (Tessa Thompson) y hasta a Korg (Waititi).

Para sostener ese ensamblaje narrativo y temático, la película no elige volcarse a un género en particular, sino ensamblarlos un poco a todos, la cual es una elección arriesgada y que no termina de tener toda la solidez necesaria. A eso se suma que la trama posee una estructura algo repetitiva, de sucesivos enfrentamientos que desgastan algo la narración. Asimismo, se nota de manera cabal que Portman -cuyo personaje es una parte fundamental de la historia, desde sus dilemas internos y cómo conecta con los de Thor– no está cómoda en la comedia, lo cual le resta credibilidad al espíritu aventurero que pretende preservar el filme. Pero, a cambio, Thor: Amor y Trueno ofrece una honestidad apabullante en su propuesta, además de una sumatoria de ideas -el Zeus lascivo de Russell Crowe, el improvisado ejército de niños en la batalla final- tan desquiciadas como atractivas. A la vez, si bien podemos dudar sobre qué más tiene para contar y dar el Dios del Trueno, también deja una puerta abierta que ratifica que está, al menos por ahora, en un lugar distinto al resto de los Vengadores.

Lo mismo se puede decir de Waititi y Hemsworth como co-creadores de la saga. Y todo eso, en contexto tan estructurado y planificado como el de Marvel, no deja de ser muy saludable. La segunda aventura de Thor en manos de Taika Waititi hereda de Ragnarok el humor bobalicón, los gags absurdos (bendito teatro asgardiano y benditas cabras chillonas), los secundarios ‘robaescenas’ y el despiporre rockero y colorido que redimió la saga, pero esta nueva entrega ya no se conforma con hacerte reír; ahora también quiere conmoverte entregándote su corazón. Y lo consigue. Vaya si lo consigue. En ese escenario caótico en el que Waititi recoge la vida misma, confluyen afinadísimos sus actores, liderados por un Hemsworth que ha hecho suyo el rol de héroe tierno y tontaina.

Natalie Portman y Tessa Thompson son una dupla supersónica merecedora de una serie de aventuras intergalácticas; Korg, el secundario que siempre suma; el Zeus de Russell Crowe, otro bufón como Jeff Goldblum en Ragnarok, que se ridiculiza en lo que bien podría ser una parodia de Gladiator; y Bale, un villano atormentado que no tiene mano con los niños. En este viaje de autodescubrimiento, acción electrizante y camaradería gamberra al son de Guns N’ Roses encuentra el contrapunto perfecto en la comedia romántica más desacomplejada y cursi, con Hemsworth y Portman reconectando entre flashbacks querrás quedarte a vivir en esta secuencia que suena a la muisca de la banda ABBA y celos de hacha. Waititi ha madurado, Marvel Studios también, y eso se nota en una trama más redonda y una apuesta visual arriesgada y espectacular. También en la exploración de personajes arrastrados por la pérdida.

Le doy mi 8 de calificación a esta más que buena cinta que nos dice: ¡Apartaos Dios del Trueno! Este es el turno para que las mujeres tomen el poder, donde Taika Waititi, el actor y director neozelandés, tiene un don para mezclar lo irreverente, lo emocionante y lo conmovedor por partes iguales.

La prueba de ello se encuentra en sus maravillosas películas Lo que hacemos en las sombras, Cazando salvajes y JoJo Rabbit. Es por eso que los estudios Marvel confiaron en él para que le diera una nueva energía al Dios del trueno en Thor: Ragnarok, la tercera y la mejor parte de la saga del superhéroe creado para los cómics en 1962 por Stan Lee, Larry Lieber y Jack Kirby e inspirado en la mitología nórdica.

Waititi regresa para dirigir una nueva entrega de Thor, esta vez subtitulada Amor y Trueno, y que bien puede pensarse como una mezcla entre comedia romántica de enredos, tragedia clásica y aventura mitológica. En esta ocasión, Thor (Chris Hemsworth) ha recuperado su físico (en las últimas apariciones del superhéroe lo habíamos visto en una versión algo más que fofa) y colaborando con Los Guardianes de la Galaxia, imponiendo el orden y combatiendo la maldad con su hacha Rompetormentas en la inmensidad del espacio sideral, en compañía de su ayudante Korg (interpretado por el mismo Waititi). Hemsworth, paisano de Waititi, hace aquí una interpretación de su personaje mucho más humana y graciosa que antes, lo que le hace desbordar muchísimo carisma. Una llamada urgente lo hace regresar a la Tierra y ¡Oh sorpresa! Su martillo Mjolnir, quien al parecer se había roto en pedazos, ahora es propiedad de una nueva superheroína conocida como La poderosa Thor. ¿Y quien es esa superheroína? Pues nada menos que Jane Foster (Natalie Portman), la antigua novia del Dios del Trueno.

Thor se dará cuenta de que todavía ama a Jane y tendrá que aliarse con ella para combatir a un peligroso villano conocido como Gorr, el Dios carnicero, un villano de creación muy reciente en los cómics (2013) e interpretado por Christian Bale, quien regresa al mundo de los superhéroes luego de la trilogía de Batman dirigida por Christopher Nolan, luego que sus hijos le rogaran para que aceptara el papel. Los niños no se equivocaron, ya que Bale hace un estupendo papel interpretando a un personaje trágico y a la vez aterrador (una especie de Voldemort mezclado con Petyr, el vampiro parodia de Nosferatu de Lo que hacemos en las sombras). Pero la verdadera fuerza de la película se encuentra en Portman, quien luego de su aparición en Thor: Un mundo oscuro, también había decidido retirarse del mundo de los superhéroes. Su regreso es más que triunfal y quienes duden en la posibilidad de una Diosa del Trueno, tienen que verla empuñando su martillo (Portman no había sido tan encantadora, graciosa y amenazante, desde los hilarantes sketches en los que hacía de rapera para el programa Saturday Night Live).

No podemos dejar de lado a dos fantásticos personajes secundarios que hacen parte de Amor y Trueno. Tessa Thompson regresa como Walkiria, quien vuelve a la acción luego de llevar un tiempo aburrida trabajando como alcaldesa de Nueva Asgard. Portman y Thompson ya habían trabajado juntas en la cinta de ciencia ficción Aniquilación, y su química es indudable. Haciendo una parodia de Laurence Olivier en Furia de Titanes, vamos a ver a un Russell Crowe regordete encarnando al odioso y banal Zeus, el padre de los Dioses griegos, en una actuación poco digna que hay que ver para creer.

Salvo una banda sonora compuesta de los grandes éxitos de Guns n’ Roses (y algo de Dio), en esta cuarta parte de Thor hay muy pocas sorpresas y todo se lleva a cabo de acuerdo a la estructura narrativa tradicional de una historia de superhéroes. Pero es el talento de Waititi para hacernos querer a sus personajes, hacernos reír con ellos y estremecernos con situaciones entrañables y conmovedoras, es lo que hace de esta cinta otro triunfo para Marvel.

¡Excelsior! Dicen que nada duele tanto como un corazón roto. Tampoco hay nada más universal o que genere mayor empatía. Todos, hasta los superhéroes y las deidades marvelitas, se paralizan ante un amante que se va, un ser querido que fallece o un duelo que se alarga. Con permiso de Wanda Maximoff (Elizabeth Olsen), Thor: Love and Thunder es el paradigma del corazón roto: si la desnudamos y arrancamos toda la locura y la parafernalia estilística perfectamente armada, nos queda el sufrimiento de un dios (Chris Hemsworth) que ha perdido demasiado y elige no sentir; el de un hombre (Christian Bale) transformado por la venganza tras ver morir a sus allegados; y el de una doctora (Natalie Portman) que antepone propósitos vitales a su corazón.

Thor: Love and Thunder es, en esencia, una carta de amor al amor. Al amor de Waititi y Hemsworth por el legado de Marvel, al de Thor por Jane, al de Gorr por su familia. También es una carta de amor de Marvel Studios a sus fans. Y, sobre todo, es una carta de amor a Thor, que se vuelve más imprescindible con cada aparición.

Desde que compartiera piso con Darryl o jugara al Fortnite, este vikingo espacial se ha convertido en el vengador más mundano. Y qué placer verle meditar, andar en patines, preparar el desayuno y tratar de ocultar con socarronería su nerviosismo frente a su ex. Le han roto el corazón infinitas veces, pero él sigue abriéndonoslo esperanzado para demostrar que la Marvel legendaria brilla más cuando se viste de arcoíris LGBT, comedia y amor, aunque realmente duela. Waititi y Hemsworth suman corazón a la diversión de Ragnarok en la película casi más redonda del superhéroe Thor. P.D. No se olviden de las acostumbradas escenas post crédito que valen la pena.

Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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