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Pantera Negra: Wakanda por siempre | República Cinéfila

Pantera Negra: Wakanda por siempre, en el noveno arte los superhéroes nacieron en el cómic en un contexto histórico específico y se convirtieron en una efectiva herramienta de propaganda sociopolítica. El mundo estaba en guerra y los países aliados se enfrentaban a la amenaza de los países del eje. Es así que Superman se enfrentó a los japoneses, Shazam y La Mujer Maravilla se enfrentaron a los Nazis y el Capitán América le destrozó la quijada a Hitler en la portada de su primera revista, publicada unas semanas antes de la intervención estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, causada por el bombardeo a Pearl Harbor por parte de los japoneses.

Pero antes del Capitán América existió Namor. Contrario a lo que muchos suponen, la Antorcha Humana no fue el primer superhéroe de Marvel, sino este peculiar personaje, hijo de un humano y de una princesa de la Atlántida. En sus historias, Namor guarda resentimiento contra los humanos por contaminar los mares y poner en peligro a su reino, el cual se encuentra en las profundidades del océano. Por esta razón, decide salir a la superficie para castigar a todos aquellos que atentan contra su modo de vida y la de sus congéneres. Con Namor, se produjo un fenómeno muy interesante. Los lectores, tan humanos como el padre del personaje, terminaron identificándose con Namor y odiando a su propia especie por la amenaza que representan para los habitantes de la Atlántida.

En una época de gran animadversión hacia los chinos y japoneses, un personaje con rasgos orientales, orgulloso, belicista y resentido, se convierte en un modelo de representación para muchos niños anglosajones. En la película Pantera Negra: Wakanda por siempre, se continúa con la historia de Black Panther, el primer superhéroe afroamericano de los cómics, que obtuvo su nombre de un movimiento político y social que defendía los derechos de la población afroamericana y que, en su momento, fue acusado de ser un grupo conformado por hombres y mujeres resentidas que promovían el odio, la agresión y la violencia.

Cuenta la leyenda que, cuando sus creadores, Stan Lee y Jack Kirby se lo mostraron a su editor, este recomendó que le colocaran una máscara para impedir que los lectores blancos se sintieran ofendidos. De una manera astuta e inteligente, los productores de la secuela cinematográfica de Pantera Negra incluyen al personaje de Namor, para continuar con el relato anticolonialista planteado, no solo en la primera cinta, sino en los cómics originales publicados a finales de los años sesenta, la época de la lucha de los derechos civiles promulgados por Martin Luther King y Malcolm X. Ahora Namor no es un atlante y ya no posee rasgos orientales (quizás para marcar una diferencia con su contraparte Aquaman).

La sorpresa está en que para la cinta del director Ryan Coogler, el submarinista es un mutante de origen azteca, que guarda rencor por unos humanos blancos que convirtieron a su pueblo en esclavos y que ahora buscan invadir su ciudad para explotar sus valiosos recursos. La elección de Tenoch Huerta (Sin nombre, Güeros), un actor mexicano orgulloso de sus orígenes y comprometido con las causas sociales y políticas, no pudo ser más acertada. La historia que coloca al hombre blanco como el enemigo y que nos muestra a los pueblos latinos y africanos enfrentados a raíz de la explotación forzada de sus recursos, hace que la nueva película de superhéroes de Marvel vaya mucho más allá de la inclusión, para convertirse en una cinta incendiaria que cuestiona el intervencionismo forzado de los países del primer mundo sobre los del “tercer mundo” (término dado por quienes tienen el poder), motivado por intereses económicos.

Wakanda

En un maravilloso prólogo, se nos cuenta que T’Challa, el príncipe de Wakanda y conocido como Pantera Negra, ha fallecido víctima de una extraña enfermedad (el actor Chadwick Boseman murió el 28 de agosto de 2020 a los cuarenta y tres años de edad, víctima de un cáncer colorrectal). Los países del Primer Mundo, al ver que el país africano ha quedado sin monarca, deciden invadir con el fin de aprovecharse del Vibranium, un poderoso mineral que es usado en Wakanda para su desarrollo tecnológico, pero que también sirve para la fabricación de armas. Ramonda (Angela Bassett), la madre de T’Challa, ha asumido el trono y no va a permitir hostilidades de ningún tipo. Es así que el hombre blanco va a obtener el Vibranium por otros medios: dragando en el fondo del mar. Lo que no saben es que el valioso mineral que se encuentra en el océano es propiedad de otra región llamada Talocán y Namor es su fundador y monarca.

La estrategia del mutante submarinista, llamado por sus súbditos Kꞌukꞌulkaan (serpiente emplumada) es brutalmente simple. Hay que eliminar a la persona que ha permitido el desarrollo tecnológico que le permite al hombre blanco obtener el Vibranium de las profundidades, y ella es Riri Williams (Dominique Thorne), una joven prodigio que los lectores de cómics conocen como Ironheart, ella tendrá su propia serie televisiva en la plataforma de Disney+. Lo que sigue es un incidente diplomático que es mejor no revelar por aquello de los temidos spoilers, pero que involucra al agente de la CIA Everett K. Ross (Martin Freeman), aliado de Wakanda, y a la reina Ramonda, quien envía a su hija Shuri (una estupenda Letitia Wright), la hermana de T’Challa, y a Okoye (Dnai Gurira), la jefa de las fuerzas especiales de Wakanda, a una peligrosa misión, la cual consiste en rescatar a Riri e impedir que sea asesinada por el poderoso Namor y sus guerreros aztecas submarinistas.

Black Panther

Mi 8.5 de calificación a esta producción cinematográfica más de Marvel Studios, aunque el tráiler oficial de la película ya nos reveló que la nueva Pantera Negra será encarnada por Shuri (como debe ser), lo cierto es que el alma y corazón de la película es Namor. Huerta logra capturar la esencia del antihéroe arrogante y belicista de los cómics y, al mismo, tiempo, actualizarlo para que haga parte de este relato anticolonialista que constituye una de las mejores películas del universo cinematográfico de Marvel hasta la fecha. Las excelentes actuaciones de todo su elenco, que también incluye a Lupita Nyong’o como Nakia (una espía encubierta de Wakanda y conocida en los cómics como Malice); a Winston Duke como M’Baku (el valiente líder de la tribu Jabari de Wakanda); Florence Kasumba como Ayo (la segunda al mando de las fuerzas especiales de Wakanda, detrás de su novia Okoye); y Mabel Cadena como Namora (la prima de Namor), hacen que esta cinta funcione a la perfección sin la presencia del recordado Boseman.

Pero es la dirección inteligente de Ryan Coogler (autor de la primera parte y de la recordada Fruitvale Station), las estupendas secuencias de acción y el profundo subtexto sociopolítico de la cinta, lo que hace que Wakanda por siempre sea todo un triunfo. Hace tan solo unas cuantas semanas, DC trató de comentar sobre la explotación de recursos y el colonialismo en su película Black Adam, pero fracasó rotundamente. Los guionistas Coogler y Joe Robert Cole logran hacer sus comentarios con toda la fuerza y elocuencia necesarias, sin perder la dimensión épica, solemne y grandilocuente necesaria para que una película de superhéroes logre funcionar. Asimismo, confeccionan una secuela que se equipara a su predecesora, sin contar con la presencia de su protagonista. Ese es un logro para nada desdeñable. El cineasta Ryan Coogler y compañía entregan un filme que profundiza la impostación de su predecesora, pero que también suma una soberbia temática que la convierte en una experiencia definitivamente casi irritante.

Y voy a decir algo que todo el mundo sabe: los superhéroes y sus historias son representaciones/metáforas/alegorías/símbolos de muchas cosas, que a menudo son intencionales y otras -las menos- constituyen interpretaciones por parte de las audiencias. Pasa con los cómics originales, pasa con las adaptaciones cinematográficas y televisivas, pero para que eso suceda se requiere una condición indispensable: que primero importen los personajes, que se pueda empatizar con miradas y conflictos, es decir, que se pueda conectar con ellos como personas. Para ponerlo en términos concretos: los Guardianes de la Galaxia pueden transmitirnos que las familias pueden tomar toda clase de formas, aún disfuncionales según los parámetros dominantes, porque primero podemos conectarnos con ellos como individuos y como grupo afectivo. Sin embargo, Pantera Negra nunca entendía eso y construía protagonistas que pretendían ser símbolos -de inclusión, de feminismo, de deberes éticos, de heroísmo afroamericano, de la cultura africana y un largo etcétera- antes que sujetos con ambigüedades, porque al fin y al cabo todo se trataba de transmitir un discurso que interpelara la corrección política dominante.

Ahora llega Pantera Negra: Wakanda por siempre y, a la impostación previa, se suma -o quizás refuerza- un mal adicional, que es la soberbia. O más bien, un tipo de soberbia donde se enlaza lo pretencioso con la prepotencia, que se afianza en el éxito abrumador de la primera parte y en el consenso adicional que se generó con el fallecimiento de Chadwick Boseman. A no confundirse: era totalmente lógico que esta continuación girara alrededor de la pérdida, el dolor, las ausencias, la memoria y el duelo, porque ya de hecho la entrega anterior también sobrevolaba esos temas. Pero un tópico o evento no otorga una legitimidad automática, algo que es ignorado por completo la película y sus realizadores. De ahí que el relato, donde confluyen los intentos de la familia gobernante de Wakanda por superar la súbita desaparición de T’Challa con el surgimiento de una amenazante civilización que viene de las profundidades, tome como obvio que cualquier espectador debe sentirse automáticamente conmovido por todo lo que sucede o se dice. Y se dice mucho en Pantera Negra: Wakanda por siempre, siempre con un tono y una estética de mármol.

Todos los personajes están enunciando con palabras -casi siempre bien explícitas- lo que les pasa, lo que sienten otros, lo que corresponde o no hacer, qué está pasando y por qué, como si no hubiera otra forma de contar los conflictos que se van acumulando con llamativa pereza narrativa. Incluso cuando despliega ideas a priori interesantes -como en la secuencia inicial, que arranca en medio de la acción-, el director y coguionista Ryan Coogler las termina arruinando en base a monólogos o diálogos que demuestran una falta de confianza absoluta en el poder de las imágenes. Si el diseño de arte y la discursividad vacua eran un gran lastre en la primera parte, eso se potencia aún en esta nueva entrega, que encima, a pesar de disponer de un altísimo presupuesto, no es capaz de hilvanar una escena de acción decente. Y como si esto no fuera suficiente, Pantera Negra: Wakanda por siempre no solo es larga, sino que se siente muy, pero muy larga, abrumadoramente larga. Eso sucede por una razón muy simple: una trama que podría haberse resuelto en dos horas termina estirándose cuarenta minutos más, con varios finales que se acumulan en los últimos minutos, al estilo de El Señor de los Anillos: el retorno del rey.

Aunque claro, en el filme del cineasta Peter Jackson había personajes potentes, creatividad estética, riesgos en unas cuantas decisiones. Acá no hay nada de eso y eso lleva a que todos los hilos queden a la vista: desde esa noción un tanto reaccionaria donde todo en Wakanda es bueno, mientras que todo lo exterior es malo -una mirada casi trumpista, pero del lado progre-; hasta la hipocresía de realizadores y actores, que quieren colocarse en el lugar de emblemas de la cultura africana, cuando no son mucho más que niños ricos de Hollywood montando un numerito de inclusión y diversidad para la tribuna. No se trata de que esté mal pretender o fingir, porque al fin y al cabo estamos ante una cinta de ficción, sino de que esa ficción quiere constituirse en verdad irrevocable, cuando su estructura hace agua casi por todos lados. Pantera Negra: Wakanda por siempre es Marvel en su versión más arbitraria y pedante, un bodoque que podría ser tan irritante como cansador pero que termina siendo muy emocional. P.D. La única escena poscréditos es más emotiva que reveladora. Como debe ser.

Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.

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