Tenet (2020) | República Cinéfila
Tenet, la última película del competente y cumplidor cineasta británico Christopher Nolan es mitad thriller de espías hiper sofisticado, mitad asignatura de Fundamentos de la física II de segundo en la carrera de Secundaria. Y es que por su apuesta de elevar el nivel de las películas comerciales de alto presupuesto y de apelar a la inteligencia del espectador, Nolan se ha ganado muy merecidamente un sitio propio en el mundo del cine actual.
Pero su más reciente cinta llega un poco a decepcionar por su densidad innecesaria, por su diálogo expositivo y por increíble que parezca en la falta de suspenso con un final muy predecible. En la sinopsis oficial de la última cinta del director de grandes producciones fílmicas como la trilogía de Batman (2005/2008/2012), El Origen (2010), Interstellar (2014) y Dunkerque (2017) vuelve a jugar con nuestra mente con su nuevo filme Tenet, porque el título alude a una sola palabra que el protagonista deberá utilizar como arma para proteger la supervivencia del mundo en una misión de espionaje internacional, que hará que el tiempo lineal se desdoble con una acción épica que gira en torno al espionaje internacional, los viajes en el tiempo y la evolución, en la que un agente secreto (John David Washington) debe prevenir la Tercera Guerra Mundial.
La primera hora de Tenet es tan elegante como su director, siempre trajeado. La presentación de los personajes rezuma clase. Desde el ‘Protagonista’, de quien nunca conocemos otro nombre que ese, un agente a quien acompañamos en pleno proceso de reclutamiento por parte de una secreta organización cuyos intereses, nos dicen, son transnacionales. A pesar de su vestuario, el joven actor John David Washington hijo del gran histrión Denzel Washington demuestra en cada plano que merece el apelativo de ‘Protagonista’, tanto por el carisma genético como por sus atléticas artes para la pelea, también galantes.
Los diálogos son algo inteligentes y distinguidos. El premio gordo es para Michael Caine con su más que cameo y su reproche al vestuario de Washington, que por un momento desentona con lo sublime del conjunto. “Los británicos no tienen el monopolio del esnobismo”, le responde el chulesco agente americano. “Más bien tenemos una participación mayoritaria”, contesta el personaje de Caine, un agente con conocimientos de pintura española del XIX. Todo hasta este momento ha sucedido con resolutiva rapidez, gracias, en parte, a los cortes limpios de la editora/montadora de Mistress America e Historia de un Matrimonio, Jennifer Lame, que no pierden comba en la electrizante banda sonora del compositor musical Ludwig Göransson. La economía narrativa de Nolan, ni un solo plano en balde, no interfiere en el seguimiento de la trama clásica de espías –el ‘Protagonista’ tiene la misión de llegar a un traficante de armas ucraniano y ha de hacer una serie de visitas que le lleven hasta él, y por el camino, reclutar a otro agente encarnado por un Robert Pattinson desmelenado–, pero sí puede hacer que te pierdas la referencia que te toca de cerca. Para llegar hasta Andrei Sator (un Kenneth Branagh con acento ruso que defiende el entuerto con absoluta dignidad) tendrá que pasar por su mujer (Elizabeth Debicki) sacándose de la manga… un Goya. En este primer bloque de la película la física ha tenido una presencia más teórica que práctica. La científica interpretada por Clémence Poésy nos ha explicado (al ‘Protagonista’ y a nosotros) los fundamentos básicos del asunto: por resumir, las leyes de la termodinámica y la entropía de la materia. En el futuro han descubierto una tecnología que les permite invertir el tiempo y que los objetos, las personas, puedan ir hacia atrás en el tiempo en vez de hacia delante. Algo de demostración práctica hay, pero es bastante asumible. Las balas no se disparan sino que son recogidas por la pistola.
A partir de aquí, y según Nolan pone a funcionar estos fundamentos de la física, es cuando conviene agarrarse los machos: peleas al revés, hipotermias en vez de calcinaciones tras un incendio, persecuciones en coche que retroceden en el tiempo, personajes que vuelven atrás (que no es lo mismo que viajar en el tiempo) y una estrategia militar-temporal que es tan fiel a las leyes de la física que a ratos cuesta trabajo entender, como esa despedida final que te tendrá dándole vueltas a la cabeza unas cuantas horas después de salir del cine. Y aunque el cierre argumental –el por qué de esa Tercera Guerra Mundial que el ‘Protagonista’ intenta evitar– sea quizás lo más brillante que ha escrito Nolan (y ya es decir), es imposible que entre tanta trama que viene y que da marcha atrás sus personajes no se diluyan pareciéndose más a los de la saga Bond que a los de La llegada, película en la que el tiempo también es esencial.
Solo Sator conquista el espacio para desarrollarse en profundidad, un villano excepcional que asusta desde su esfera doméstica, dando más miedo como maltratador que como mafioso asesino, y es una pena que su participación en el entramado termine respondiendo a motivos algo decepcionantes. “No intentes entenderlo, siéntelo”, recordamos que dijo en su momento el personaje de Clémence Poésy en esas escenas de peleas invertidas que recuerdan de alguna manera a ¡Olvídate de mí!, reconocibles pero extrañas como un sueño. Es cierto que no hace falta entender Tenet para disfrutarla. De hecho, Nolan eleva tanto el listón del entretenimiento que puede que sea la primera vez desde marzo que se te olvide que el mundo está asolado por una pandemia. Siendo eso probable, también lo es que vuelvas a verla porque no quieres perderte ningún detalle. Y eso es decir mucho para alguien que odiaba tanto la física. Querrás volver a verla: una vez para sentirla y la otra para entenderla.
Los personajes de Tenet “mienten” más que hablan; en realidad, se les entiende mejor por la manera que tienen de moverse o de mirar que por lo que parlotean. Aunque, para mentiroso, Nolan, que convence al estudio Warner Bros., y al mundo entero, de que ha hecho un entretenimiento a lo James Bond cuando lo que tiene entre manos es un personalísimo tratado sobre la fuerza del GESTO fílmico como acto de “fe”. La fe, por ejemplo, en la posibilidad de construir una película desbordante a nivel visual empleando simples variaciones de la imagen revertida, imágenes que van hacia atrás. Habrá quien encuentre el sentido de Tenet en la construcción de un relato laberíntico y en el impacto emocional de atisbar el fin del mundo (nos esperan años de teorías-fan sobre la película), pero, en el fondo, la esencia de la propuesta de Nolan está en el tratamiento primitivo de la maravilla visual, a la manera de Georges Méliès. Algo parecido a lo que hizo Godard en su rudimentario y prodigioso uso del 3D en Adiós al lenguaje.
Aunque no hace falta buscar tan lejos porque el resultado es la inversión del flashback con caminos por donde hay rastros de lo que apenas va a pasar en un montaje narrativo que lo permite y que nos distrae con el mero propósito de invitarnos por momentos a la lectura inversa de la película, a divertirnos como espectadores en el armado de un rompecabezas no imposible pero sí exigente. Prestidigitación de altos vuelos pero prestidigitación a final de cuentas. Más allá de su anécdota simple (se trata de detener a un villano carente de toda ternura que planea terminar con el mundo ya verán ustedes cómo y por qué) es muy probable que lo que propone Nolan (productor y autor del guion) es un juego de lectura que quien ve la película debe aceptar sin mayores justificaciones (¿no se trata de eso el cine?), un juego del que conocerá las reglas sobre la marcha (¿no es eso parte de lo satisfactorio de ir al cine?).
Mi 8 de calificación a Tenet como para creer en el potencial reflexivo del cine de acción porque como suele ocurrir en las últimas películas del director de cine franco-suizo Jean-Luc Godard (Breathless, My Life to Live), llega un momento durante el visionado de Tenet en que el espectador toma consciencia de la imposibilidad de comprender en su totalidad el vendaval de ideas contenidas en las imágenes… a no ser que uno tenga un Máster en Física, como el personaje al que da vida Robert Pattinson en la nueva odisea conceptual de Christopher Nolan.
No es la primera ocasión en que el director de El truco final se atreve a proponer una teoría del caos. En Origen, la exploración de mundos oníricos llevaba al británico hasta los límites de lo inteligible, sobre todo en su prolongado clímax final, que figuraba hasta el momento como el cénit de su trayectoria como creador de arquitecturas imposibles. Sin embargo, la mente racional y el ortopédico sentimentalismo de Nolan siempre se interponían en sus sueños de grandeza. Como pone de manifiesto Tenet, el cine de Nolan vivía maniatado por un combate interno entre el deseo de llegar más lejos y la necesidad de explicarse y conmover al espectador a toda costa. La realidad es que la única emoción genuina que puede surgir del universo de Nolan es una suerte de revelación intelectual. En Tenet, ese momento de iluminación llega, para el espectador, cuando el vértigo que supone no llegar a asimilarlo todo (obcecarse en ello implica quedarse mirando la punta del iceberg nolaniano) se transforma en la asombrada contemplación de los mecanismos internos de la película (su prodigiosa conversión del cine-espectáculo en cine-pensamiento). Al poco de empezar Tenet, un personaje-satélite le descubre al noble y aguerrido protagonista (John David Washington) que el peligro al que se enfrenta se condensa en “un gesto y una palabra”. La palabra podría ser “Tenet” pero también “Macguffin”, ese elemento de suspense, sin mayor relevancia en la trama, que utilizaba Alfred Hitchcock para mantener en movimiento a sus personajes. Un recurso que Nolan, víctima del frenesí creativo, emplea de forma compulsiva, multiplicándolo hasta la extenuación Hitchcock se conformaba con una falsa identidad, dinero robado o uranio nazi, uno por película, mientras que Nolan, solo en Tenet, necesita un cuadro de Goya, lingotes de oro, otro cuadro de Goya, plutonio, una ecuación mortífera.
Por su parte, el gesto es aún más revelador: dos manos que, al entrecruzar sus dedos, dibujan un ir y venir que se encuentra en un punto central. A nivel narrativo, Tenet puede parecer un galimatías –un laberinto de intereses cruzados que se dirimen en diversas líneas temporales y en múltiples y memorables set-pieces–, sin embargo, a nivel conceptual y sensorial, la película se construye, de manera elemental, como un movimiento permanente en dos direcciones, hacia adelante y hacia atrás, como el oleaje del mar por el que navega su trío protagonista, que parece salido de la embarcación de La dama de Shanghai (1947) de Orson Welles: un villano desquiciado y megalómano (Keneth Branagh), una desvalida femme fatale (Elizabeth Debicki) y un aparente advenedizo (Washington).
Tocado por el germen de la modernidad fílmica –aquella que va de Godard al Richard Kelly de Southland Tales–, el Nolan de Tenet se recrea en la deconstrucción de los arquetipos del noir y del thriller de acción, desdibujando la personalidad de sus criaturas (en una secuencia de acción para enmarcar, la identidad de los personajes queda reducida a llevar un brazalete azul o rojo). El monstruo al que da vida Branagh actúa como un histrión salido de una función escolar de Shakespeare (el propio casting de Branagh funciona como un meta-comentario); los héroes no se quitan la corbata ni para escalar hasta la cornisa de un edificio propulsados por una catapulta elástica; y el Protagonista así figura el personaje de Washington en los créditos ya no tiene ni nombre ni pasado. ¿Pero quién los necesita cuando de lo que se trata es de convertirse en una página en blanco sobre la que esculpir gestos y poner palabras? Palabras como “MacGuffin”, pero también “fe” y “mentira”, las dos ideas sobre las que se vehicula el “discurso” de Tenet llamarlo “trama” sería desvirtuarlo, y de hecho, en varios momentos de la película, los aceleradísimos diálogos parecen un monólogo interior recitado por Nolan.
Los gestos de Tenet pueden ser de una simplicidad desarmante, pero sus implicaciones, en términos cinematográficos, son mayúsculas. Cuando descubre la existencia de una nueva tecnología capaz de revertir el tiempo, el Protagonista intenta dominarla, someterla a su voluntad. En ese momento, la científica que le está asesorando (Clémence Poésy) le recomienda dejar de pensar y empezar a “sentir” el retroceso temporal, dejarse guiar por el instinto, por la “fe” en que la consecuencia será capaz de invocar a la causa. Sí, se trata de creer, y Nolan transfiere ese mandato de fe al espectador, que debe confiar en Tenet a ciegas, en sus gestos deslumbrantes, en sus “mentiras”, en sus criaturas sin fondo, hechas de celuloide de 70mm personajes que citan como autómatas, a la manera de Godard, palabras de Walt Withman, de T.S. Eliot, de los protagonistas de Casablanca. En el fondo, se trata de creer en el cine como fábrica de sueños y como alimento para el pensamiento. Con lo mejor en la audaz disección, en clave moderna, de los mecanismos y arquetipos de un cine de corte clásico. Pero con lo peor que el drama sentimental tiene poca entidad, pero eso acaba reforzando las otras caras del filme. Lo que queda es aceptar el viaje y que quizá Nolan se lo toma muy en serio y lo que nos toca a nosotros es no hacerlo y sonreír ante los desvaríos de un caricaturesco villano interpretado por Kenneth Branagh, con la espectacular fotografía de Hoyte van Hoytema, la música a toda caña de Ludwig Göranson ¿se repite Nolan en sus gustos hacia ciertos sonidos? y el trabajo de una estupenda actriz como Elizabeth Debicki por eso vale la pena porque si bien Nolan nos invita a viajar a los tiempos en que el cine demandaba para entregar y el espectador participaba para lograr su satisfacción, su estilo y nivel producción es ya, ni modo, anticuada. En primer lugar el tamaño al que llega una anécdota tan simple, una intriga mucho más internacional que la de un filme de Alfred Hitchcock, en un recorrido mundial que ya sabe demodé. Sin embargo, en su forma, en el barroquismo de su montaje del tiempo, en la forma de revolver tan pocos elementos como lo son sus cuatro personajes centrales Tenet busca su propio camino y lo logra por momentos.
Lic. Ernesto Lerma, titular de la sección y columna periodística.
Pingback: Tenet (2020) | República Cinéfila • Radio Robotto
Pingback: Top 20 de mejores películas y Top 10 de series televisivas del año 2020 - Robotto.mx